Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

jueves, 9 de abril de 2020

Uno sobre la Semana Santa.





    Se ha encendido la luz en la cocina. En mi primer despertar, y entre sombras difusas, distingo siluetas harto conocidas. La cómoda arcaica en cuyos cajones se amontonan mantas y colchas entre vapores de compuestos contra las polillas. El reloj de doble campana que descansa sobre este armatoste de madera emitiendo inmisericorde su odiado y repetitivo tic-tac y al que todas las noches, antes de acostarme, he de dar cuerda para que toque y cumpla la función de despertarme. Y el puñetero cuadro tenebroso. Un cuadro que, clavado en la pared con un clavo oxidado del diez, me recuerda, entre figuras que emiten lamentos mientras son devoradas por el fuego, que el infierno es cosa que puede existir. También distingo el escueto estante metálico que me ha traído la Tía María, en uno de sus viajes a la Valencia del Levante, para que de una vez por todas ponga orden y concierto y organice los libros que suelo tener diseminados por cualquier rincón de la casa. También reposa sobre la mesita el reproductor de casetes Sanyo que vino de la mano de José Zabala de los decomisos madrileños y que emitiendo está el Diario Hablado de las seis de la mañana. Debe ser que por la noche me debió de entrar la torta repentina mientras escuchaba EL LOCO DE LA COLINA. Y olvidé el apagarlo.

   Intuyo que después vendrá el sermón por ese gasto de luz injustificado. Se abre la puerta que es de corredera, dadas las escasas dimensiones del dormitorio, y se desliza, con sus ruedas y rodamientos, sobre un carril artesanal, emitiendo unos ruidos y quejios de mil demonios. Oigo la voz de mi madre que me conmina a que me levante con prontitud porque se hace tarde. Salto con prisa de la cama y me dirijo rápidamente hacia el camarón, que sirve para todo, procediendo a la evacuación de las aguas sobrantes en el cubo que tenemos situado para esos menesteres , y después, deprisa y corriendo, porque hace un frio que hiela los huesos, me lavo la cara, como los gatos,  en una palangana plagada de desconchones que ubicada está también en lugar tan singular, donde además se lavan los platos y se matan los pollos que te pican en el culo cuando haces de cuclillas, lo que nadie puede hacer por ti en un rincón del corral.

     Y así, después de calzarnos los ropajes y abalorios, hasta un escapulario colgado como medalla al cuello lleva mi madre, bajamos las escaleras y salimos a la calle. Con paso rápido avanzamos y llegamos hasta la intersección de la Calle Real en la esquina de los Peñuelas. Apenas unas escasas figuras se dibujan caminando a tan temprana hora y es por ello que desfilamos como fantasmas por delante de la tienda de muebles de Domingo Lozano y, mientras pasamos por la que es de Amando, diviso que unos pasos por delante de nosotros camina con su sempiterno Celtas en la boca, y vistiendo el morado hábito de los nazarenos, Restituto “El Tutomera”.

  Cuando rebasamos su escueta figura estamos llegando ya a la altura de la casa de los Fontes y detrás de ella vendrá el Bar de Luis, que permanece cerrado, y el de Mauricio donde se adivina luz. Será porque preparando se haya los exquisitas tapas con las que suele adornar el beber de cada día a los indígenas del lugar. Llegados hasta el Cine de Cervantes, al que todos conocemos como del Pato, elevo la vista hasta la cartelera y observo, aunque ya lo sabía porque anunciado estaba, que esta tarde proyectan en dos sesiones BEN-HUR, célebre película del gran Charlton Heston que habré de venir a visionar.  

      Hemos llegado hasta la plaza que a tan temprana hora luce despoblada y con los arboles renaciendo de su letargo de invierno y me resulta incomprensible observar cómo, a estas horas, Bernardo y su esposa Isabel, están junto a la caseta, que les sirve como guarida, cuando no llegan clientes a su negocio en búsqueda de petróleo. Me digo que querrán ver pasar, en su regreso, la procesión. También hay un guardia civil en la puerta  cuando pasamos por el cuartel.  Y así, bajando por la Avenida de Pio XII llegamos hasta la Iglesia.

      Empujamos la puerta, que se queja en un crujir de maderas y hierros, y penetramos en la inmensidad del templo. Un silencio sepulcral lo invade todo. Apenas se oye el susurro de algunas voces que emiten rezos y letanías. Se hallan orando de rodillas sobre reclinatorios que hay repartidos al lado de imágenes y carrozas. Donde hay más gente congregada, aunque no habrán de pasar de la veintena, es en lo que se da en llamar El Monumento. Es ahí, donde hemos procedido a santiguarnos mientras empezamos también a musitar las  oraciones y plegarias que en este día se dan en rezar. Porque estamos en la amanecida del Viernes Santo y  es Semana Santa en este lugar.

      Pasado un rato, que se me hace eterno por el dolor de rodillas, se abre la puerta de la sacristía y asoman por ella muy notables personajes de la localidad, a quienes precede Don Antonio Guerrero Torrijos, cura párroco del pueblo y Sandalio el sacristán. Nos levantamos, y un alivio en todo mi ser de ochomesino tiene lugar, mientras encaminamos nuestros pasos hasta la carroza del nazareno que ya esta enfilada en la puerta para salir en la Procesión del Silencio que va a tener lugar. Empieza esta. Una fila acompaña a cada lado el transitar de la imagen. Apenas una veintena de fieles caminan en ellas con velas encendidas y pienso que esto de las procesiones va camino de terminar. Llegamos a la plazoleta de Andrés Cacho y enfilamos desde la plaza la calle de José Antonio hasta que, llegados a la de San Marcos, bajamos por la del Casino pasando frente a mi casa. Cuando lo hacemos pienso en los dulces sueños que deben estar alumbrando las mentes de mi padre y hermana.

   Estamos de nuevo en la Calle Real y es entonces cuando observo que apenas media docena de penitentes acompañan vestidos con sus túnicas al nazareno en su pasar. Organizando el cotarro y con el báculo de mando intuyo, aún con la cara tapada, a Pedro Dotor, presidente de la cofradía, mientras que la carroza la empujan, por la parte de detrás, el Resti, junto al Trompeta y el bueno de Apolinar. Sigue discurriendo este pasar de silencio y poco ruido hasta que llegados al Bar de La Campana, que ya está abierto a estas horas, veo como se apagan las luces del mismo en lo que llaman “señal de respeto”. Y así llegamos de nuevo a la Iglesia y damos por despedida la procesión.

  Enfilamos el camino de regreso y le suplico a mi madre, aunque tengo que hacer poca fuerza, que hagamos una parada en la Churrería del Canario para darnos el gusto de llevarnos unas roscas de churros muy aparentes para el asunto del desayuno. Lo hacemos y ahí vamos, los dos, tan lozanos y contentos con las roscas en sus juncos rumbo a la lóbrega mansión de mi infancia donde habremos de degustarlos junto a mi buen padre y mi hermana que con el pasar de los años, y según recuerdo haber soñado por la noche, habrá de sustituir a Sandalio en la Iglesia como sacristana. No le cuento nada a mi madre sobre ese sueño porque, de hacerlo, tengo la convicción de que habrá de pensar que me estoy volviendo loco.

    Hemos llegado y preparado el café con su leche, que compre ayer en el puesto de la Chavea, empezamos a zamparnos los churros mientras anuncia mi madre que terminado este ágape fraterno le habré de ayudar en la preparación del brazo de gitano, los borrachillos, las empanadillas, torrijas y demás compuestos que siempre suele preparar en estos días dados a la penitencia. Terminamos. Y, mientras limpia la mesa, la observo en su cotidiano batallar. La peluquería, la casa, esto, lo otro. Siempre pendiente de los demás. Y se me inunda de gratitud el corazón. Porque la quiero. Sin más.



   


2 comentarios:

  1. Sabes que tus escritos todos me gustan. Éste especialmente, porque revivido todo el recorrido con vosotros. Me ha hecho recordar cuando yo iba a los Oficios, que si son normalmente largos a mí de niña se me hacían interminables.
    Pero qué bien descrito todo! Un traslado en el tiempo, que en días de encierro y además grises como hoy,evocan buenos recuerdos. Un placer!

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    1. Interminables e insufribles, diría yo. Y te hago una confidencia. Cuando mi amigo Bajillo me convenció para que le acompañase de segundo en las tareas del Ayuntamiento acepte y le puse como condición que nunca jamás iría detrás de una procesión. No por ir, que me daba lo mismo, sino porque consideraba, y considero que los asuntos de Dios deben de discurrir lejos de los poderes y la política. Y aceptó. Pero no lo cumplió. Y llegada la Semana Santa, con sus cirios y lamentos,siempre me daban de descanso el Viernes Santo. Circunstancia que aprovechaba mi querido buen pájaro cerero para tomarse el día de asueto sin visionar a tanto nazareno. Y ahí, me tenias a mi presidiendo bajo palio con el cura los oficios e igualmente, y sin casi descanso para refrescar, la procesión con bastón de mando incluido. O sea que, pa añorarlos. Un gusto como siempre el recibirla.

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