Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

viernes, 10 de abril de 2020

Del oficio peluquero y la peluca del Nazareno. Reedición ampliada y corregida.




      Ya les hablé en relatos anteriores, y en otras ocasiones perdidas, de las condiciones de vida en la infame casa de mi infancia. Y de cómo el frío habitaba en sus rincones igual que anidaban las golondrinas viajeras en los aleros de los tejados a partir del día del Ángel.


   Eso era al menos lo que me contaba cada año, a primeros de marzo y al albor de la primavera con sus trinos, la Tía María. Debía ser por aquello de que a un servidor al nacer, al contemplarlo escueto y muy breve de peso, no hubieron de conformarse con ponerle solo el nombre que ya portaba en origen su progenitor, y que como bien saben es Mauro. Me colgaron, como un escapulario procesional en Semana Santa, la medalla de Ángel porque, según afirmaba la susodicha, al vislumbrarme tan escaso de hechuras, bien debió de parecerles que la criatura era en verdad un “angelico” a la espera de que el sumo hacedor le acogiese prontamente en su amoroso seno.


   Aunque miren por dónde se equivocaron. Ellos y el negro Peñin, médico de la villa y extramuros que no dio, en un principio, dos duros por mi subsistencia y empeñado estaba en darme el viático antes de tiempo. Y no imaginan lo que me alegra el que ni imaginar entonces pudieran, la de cervezas, chatos de vino y demás etílicos compuestos que habría de dejar pasar por su garganta, con el pasar de los años, aquel pobre gorrioncillo que ni  agua por entonces admitía.

     
   Más no era la intención de este relato el hablar de semejantes hechos acontecidos, sino la de relatar los acontecimientos y pasares que ocurrían y pasaban en la peluquería que había en la vetusta mansión de mi tierna niñez. Por ello, les cuento. En origen y principio, el negocio, vetusto y hasta arcaico, pertenecía a la Tía María que, como ya he dicho en alguna otra ocasión, peinó cabezas de abolengo y hasta de cuna de oro y poderío, en aquellos tiempos de oprobio y vergüenza. Y no crean que les afirmo esto solo por el hecho de que fuese de ignominia aquella época, que lo era. No. Lo hago porque aquellas altivas señoras regateaban el precio, igual que lo hacían los pobres de solemnidad, a quienes vilipendiaban, en los puestos del mercado cada día al amanecer. Y en verdad, también es cierto, que tenían pocos salones de belleza donde elegir y las exigencias en los asuntos del peinado y la moda eran por entonces escasas.

     
   Si es de razón mencionar que llegadas las fechas cercanas a la celebración de la Semana Santa, de tanta religiosidad y recogimiento en aquel tiempo,( ¡figúrense que los cines cerraban sus puertas, los bares apagaban las luces al paso de las procesiones y sus ocupantes, muchos a su pesar, salían hasta la calle para ver con devoción el paso procesional de imágenes y cofrades!), le enviaban a la Tía María, bien envuelta y embalada en una caja de cartón, la peluca de El Nazareno para que procediese a su lavado con peinado incluido.

    
     Y no vean el cirio que se montaba. En principio, y debido al ajetreo de los días de fiesta que se avecinaban, la parroquia del establecimiento peluquero crecía sin cesar y dado que los procederes, utensilios y aparejos que entonces se utilizaban en el arte del peluquero oficio eran escasos y hasta irrisorios,los horarios de apertura y cierre se prolongaban interminables,pudiendo comprender desde los albores de la venida del sol hasta el despertar del Conde Drácula en su tranquilo aposento.

     
   Baste decir que el agua potable reinaba por su ausencia y era la del pozo que estaba al final del patio, donde Cristo perdió el mechero, y que debía ser acarreada en cubos,( ¡me río ahora de los que diagnostican que la cal es dañina para el cuero cabelludo!),la que se utilizaba. Era esta calentada de antemano en unos infernales infernillos que ardían rebozados en humo negro, por la combustión del petróleo ,que a granel comprábamos en el  dispensario que tenía Bernardo en la Plaza del Generalísimo, para lavar las cabezas, con jabón del Lagarto o del que se hacía a mano y artesanalmente, de las pudientes señoras y de alguna otra que con menos posibles, aunque de todo había, asomaba con la testa plagada en un mar de piojos y demás integrantes de la familia de las liendres.

    
   Volviendo a la peluca habré de decir que su atalaje, por aquello de que habrían de verla pasar en procesión sobre la cabeza del Nazareno todas las almas del pueblo, o al menos las que creían y profesaban tan pías manifestaciones religiosas, era asunto que se acometía con paciencia y dedicación, además de con primoroso tacto, cuando las tareas propias del negocio se habían dado por terminadas, o lo que es igual, como a las doce de la noche y con el resurgir de la luna y los luceros. Y continúo.

      
   Primero se escogía sin sorteo, y por designio, al primer portador de la cabellera artificial, de la que la Tía María decía aquello del: “esta es de pelo bueno”, comentario que le daba en que pensar a mi tierna imaginación de infante, de si muertos estarían y hasta criando malvas los portadores de tan poblada pelambre en otro tiempo. Y segundo, y casi probable me tocaba, sin derecho a protesta que lo impidiese, el primer turno como maniquí portador de la peluca.

      
   Metido en faena y tieso como el Cid Campeador empalado en su caballo, resistía los primeros envites de la faena en un sillón de sólidos muelles, de la marca Eugene, que aún conservo entre el mar de desechos que habitan mi casa de Las Virtudes y, ahí sentado, entre los calores propios que afloran por la cabeza cuando elementos extraños la cubren, y envuelto entre sudores y jadeos, empezaba el cepillado de aquella melena celestial que me hacía parecer, con pelo largo y a lo hippie, por un tiempo escaso John Lennon.

    
   Era entonces cuando comenzaba la segunda parte de la faena que consistía en ir colocando unas pinzas curvadas sobre el cuero cabelludo artificial para que el pelo quedase adornado con lo que venían a llamarse ondas, muy en boga por aquel tiempo. Y odiosas hasta el hartazgo de soportar el dolor insoportable que provocaban cuando se clavaban inmisericordes en la piel de mi propia cabeza, que, no en vano y soportando estos envites, debió de quedar, entre los arduos calores de aquel horno improvisado, tan para el arrastre, que ni los litros de Abrótano Macho que hubo de comprar después mi añorada madre con celeridad, a cuantos viajantes y vendedores de potingues peluqueros asomaron la testa por aquel paraíso de la belleza, pudieron impedir que, al igual que si hubiera sido bautizado con Salfuman, quedase más pronto que tarde con la mollera tan reluciente que una patena.

    
   En el primer tramo de la madrugada, a eso de las dos de la mañana, se podían oír dos cosas bien diferenciadas procedentes del dormitorio colindante. Los ronquidos de mi padre o sus voces que clamando al cielo imploraban para que apagásemos de una vez la puñetera luz. Entonces era obligado hacer un cambio de turno en la sostenibilidad del tentetieso que pasaba a adornar, trasladado con esmero y mucho cuidado, la testuz de mi madre, mientras que la Tía María se disponía a enfrentar el último escollo de tan ajetreada noche. Y era este el de colocar en el final de tan venerado pelo los tirabuzones, muy en boga por aquellos tiempos y que son, para quien no lo sepa, porque ahora se ven poco y están como pasados de moda, una especie de rizo largo en forma de tubo que otorga al peinado una apariencia elegante y que eran el resultado de calentar un aparato o pinza, ahora no consigo recordarlo, en el que se enrollaba el pelo hasta que por el efecto del calor quedaba hecho un bucle.

    
   Con el cantar de los gallos, se daba por terminada tan ardua labor, quedando la pelambre puesta como en exposición sobre uno de los secadores de pelo a la espera de que a primeras horas de la mañana llegase el cofrade responsable a recogerla. Llegado era entonces el momento en que todos los integrantes del clan nos encaminábamos, unas veces hacia los aposentos en busca del merecido descanso y otras ,si ánimo había, aunque solía ser en la mañana del Viernes Santo a la vuelta de la Procesión del Silencio cuando a ello se procedía, a la elaboración de borrachillos, empanadillas y postres tan variados como las natillas, el arroz con leche y el brazo de gitano, que junto con el bacalao rebozado y el potaje de espinacas, que me provocaba y provoca flatulencias convertidas en mil pedos, eran, y son platos, muy propios de la Semana Santa.

    
   Creo recordar con claridad certera, aunque igual pierdo el norte, un dicho que decía aquello del:”tres días hay en el año que relucen más que el sol, Jueves  Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Nada se decía del Domingo de Ramos. aunque cierto es que si a la amanecida de tan renombrada fecha lucía el sol y el cielo afloraba claro por los cuatro puntos cardinales, íbamos todos como en comitiva a ver desfilar la procesión a su paso por la calle Real, en la esquina de los Peñuelas, comprobando como la gente se deshacía en elogios refiriendo lo bien peinada que iba la cabellera postiza.
  
   Y muy al contrario, si con rayar del alba, se barruntaba lluvia, viento e inclemencias varias, nos quedábamos en la lóbrega casa de mi infancia al cobijo de las sayas y el brasero. Todo por temer que pasar pasara, que alguna fémina desaprensiva  exclamara al ver venir al Nazareno, con la melena al viento y desmelenado, el temido comentario que decir decía, después de haber pasado la noche en vela, fluctuando entre la sorna y el cachondeo aquello del: ¡Que arte le ha “echao” este año la María al “peinao” de la peluca!.



    



  


2 comentarios:

  1. Estoy leyendo ahora que dispongo de más tiempo " narrativas" que nunca he leído, sé porqué no me avisa este invento de que están disponibles. O eso es imposible, y he de mirarlo yo?. Bueno es igual.
    Aquí estoy riéndome y disfrutando leyéndote, que mi querido me dice, que sí me río sola. De verdad,no sabes lo que disfruto.
    Mi imaginación vuela viendo el trasiego de la peluca, las pinzas clavándose en tu cabeza, tu padre diciendo " apagar ya la luz" frase que también me decían a mí, cuando por las noches en la cama y antes de dormir, me ponía a leer.
    Del domingo de Ramos no sé si conoces el dicho de:" el domingo de Ramos, el que no estrena na se le caen las manos, y el que estrena se condena". Era época de estrenar zapatos,por aquello de la Semana Santa, y yo con un trauma porque me iba a condenar, pero peor era perder las manos. Para mí un dilema.
    En fin Mauro, seguiré leyéndote, todo el retraso que llevo.
    Un placer como siempre leerte, y paso muy buenos ratos. Tengo que releer el de tu amigo el breva. También disfruté muchísimo. Un abrazo.

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  2. Perdona por no contestarte antes pero no había visto tu comentario. Pues mira que me dice la santa que este relato es un coñazo. Con sus ánimos nunca seré Tolstoi,jajaja. Lo relatado, con sus ambientaciones, y alguna alteración bienintencionada. es rigurosamente cierto. Y la voces de mi padre no se oirían en la casa de las Chaveas porque a esas horas tenían cerrada la puerta del despacho de la leche, que si no, ya te digo... Y la peluca viajaba más de cabeza en cabeza que el maletín de nuestro vecino y viajante José Lázaro Carreter, jajaja.Conozco el dicho referente al Domingo de Ramos y en mi no se hacía cierto porque casi nunca estrenaba nada. Para estrenos estaba entonces la cosa, jajaja. Ya te habré dicho que ando en la construcción de un libro con todos estos relatos que voy modificando y alargando porque algunos dejan mucho que desear, literariamente hablando, al menos para mi gusto. Y le voy añadiendo otros que se me van ocurriendo. El problema es que soy lento y vago y con esas premisas es fácil que me llegue el día de criar malvas sin que esté el susodicho editado. Entretanto, y mientras llega, gracias por seguir asomarte a esta ventana que se ha quedado para ti sola. Un abrazo.

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