Ya saben los que soler suelen leer mis
divagaciones que desde mediados del último diciembre anda este escribidor de
poca monta por las sendas y caminos del paro. Y también sabrán, y si no pueden
imaginárselo, lo poco placentero que resulta eso de levantarse cada día sin
nada concreto que hacer y con pocas ganas de existir, aunque justo será
reconocer que uno intenta, con sus años y achaques, ponerle un poco de salsa a
la vida, esa que parecen querer destrozarnos desde los pies a la cabeza.
Es por ello, no tengo duda, que aún con
más tiempo y menos hacienda, figúrense que incongruencia, se me asoman con más
tardanza los hados de la inspiración, con lo que los relatos de esta humilde
factoría de escritos se van espaciando cada vez más en el tiempo. Y es en estos
días veraniegos, de canícula y bochorno, tan odiosos para este mortal de por
vida, cuando me cuesta horrores el mero hecho de ver que amanece. Uno fue, como
también saben, animal de trabajo nocturno durante casi treinta años, con lo que
el hecho normal de acostarse a la hora prudente en que la santa se dirige a los
aposentos, pasada con creces la medianoche, se me hace insoportable, porque
intuyo a ciencia cierta que a tan “tempranas” horas me habrán de aparecer los
fantasmas del insomnio y por derivación las calenturas de cabeza y los lúgubres
pájaros negros. Es por ello que prefiero quedarme devorando libros y
alimentando mi decadente intelecto hasta que el sopor y la modorra me vencen,
para así, entre gallos y medianoche, acompañar en el duermevela a la antedicha
que sueña cobijada entre los brazos de
Morfeo.
Y es así, como decía, que a pesar de los
somníferos y sus efectos, apenas pasadas breves horas, los ojos se abren como
platos mientras la luz de un nuevo día asoma por las rendijas de la persiana. Y
ya les digo de antemano que ese momento lo odio. Lo odio. porque trae consigo
una jornada más en que el día habrá de juntarse con la noche como si de un
desierto se tratara. Y aludo al desierto porque poca belleza y hermosura habré de
encontrar en tan sinuoso camino. Y como ya les he contado demasiadas penas,
tendré que admitir ahora que algunas alegrías han jalonado también estos sombríos
meses.
Los que viven en el pueblo y extramuros ya
se habrán enterado, y si no es así les digo que están poco al loro, de cómo la
Asociación de Padres y Madres del Instituto Máximo Laguna, llevó a cabo la
representación de la obra ¡Anda mi madre!, y les cuento. La santa que, como
todos los citados saben, es mujer muy de raza interpretativa se embarcó
nuevamente, aunque siempre jura y perjura que será la última, en echarse sobre
las costillas la interpretación de un papel estelar en la citada comedia y como
bien dice el refrán que pueden más dos tetas que dos carretas, me instó a que
presto y sin demora optase por idéntica decisión, ¡que tendrá el genero
femenino que siempre decide por dos! y eso sí, menos mal, que ahí planté mis
reales y dije que estando vano de seso y con el seso alterado no era el mejor
momento para el estudio con su memoria. Y conseguí, al menos en una parte,
salir airoso y con buen pie aunque para mi pesar hubieran de encomendarme la
tarea de apuntar, asunto este al que siempre tuve odio, manía y hasta inquina.
He
de reconocer, porque me gusta ser sincero y justo, que malditas sean las ganas
que en principio portaba al subir la cuesta que conduce desde mi morada hasta
el mencionado centro, máxime cuando aprenderme un papel, dado lo exiguo de mi
capacidad de retención mental en los tiempos actuales por los motivos expuestos,
era asunto que ni me apetecía, ni viable veía que fuese capaz de llevar a buen
puerto, por lo que decidieron, mal decidido por cierto, que me dedicase a las
tareas de la dirección de actores, faena esta que ya había realizado en alguna
ocasión en los lejanos tiempos en que fui titiritero e integrante del afamado
Grupo Mudela y para la que en justicia habrá que decir que tampoco está
excesivamente dotado quien les cuenta estos hechos. Por ello, una vez empezados
los ensayos del vodevil titulado Anda mi
Madre, la santa, que nunca tuvo excesiva confianza en mis afanes por emular a
Alejandro Amenábar, optó por ponerse en contacto con quien fue antiguo director
del mencionado grupo y a quien todos conocemos por Gila, quien presto se
ofreció para llevar la nave hasta buen puerto. Así y con esas pasé a las tareas
de subdirección o lo que es igual a dirigir cuando él no estaba y a otra que es
ingrata de por vida y odiosa hasta reventar, la de apuntador. No pueden
imaginar mis apreciados lectores hasta qué punto es aborrecible eso de estar
entre bambalinas, colgaduras y cortinas, escondido como fugitivo entre las
matas, leyendo la obra cientos de veces leída con el afán de no perderte por si
a la vez se pierden los que actúan en sus decires y haceres y perdiéndote, esto
es lo más detestable del asunto, el estreno y disfrute de la función.
Comenzamos los ensayos cuando más
afloraba el crudo invierno y al principio, como siempre suele pasar, lo tomamos
como con relax y distensión, aventando muy en la lejanía el día en que hubiera
de estrenarse la comedía. Más como lo poco gusta y lo mucho cansa, llegó el día
en que hubo que poner fecha al inminente estreno y con ello llegaron las prisas
con las consiguientes preocupaciones. Decir que durante los ensayos hubo días
en que la risa nos dobló sin dudarlo el espinazo y asegurar, aunque habré de
rematarlo después, que fue esta buena medicina, para los unos y para las otras,
en la curación de los males que afectan al alma.
Imaginen, aunque los supongo informados,
que presupuesto para la compra de enseres, utensilios y mobiliarios había poco
o ninguno y fue por ello que el amigo Nacho, integrante del clan y primer actor
de la comedia, camarada de Paito, hubo de ingeniárselas, en estos menesteres es
un maestro, recogiendo de donde fuera posible todo lo necesario para el montaje
del evento. Decir que Paito es el buen muchacho que se dedica a recoger en el
pueblo y extramuros todo lo que recogible es y desechado ha sido, con lo que
lavadora, frigorífico, armario, plancha y no sé cuantas cosas más hubieron de
viajar en la “forgoneta nachera” en lo que para ellos ha debido de ser como una
segunda oportunidad en la vida.
Y así, entre tropezones y suspiros de “esto
no sale”, llegó el día del ansiado estreno. Día en que el salón de actos del
instituto se asemejaba a los fondos del infierno con las calderas de Pedro
Botero a pleno gas y funcionamiento, ¡que calores y estertores, Dios de mi
vida! y cual no fue nuestra sorpresa cuando a media hora del estreno, y oteando
entre telones, pudimos observar que el recinto se llenaba a reventar entre los
sudores de unos y vahídos de las otras. Por ello, y antes de comenzar, ya
hubimos de dejar sentado, aun sin fecha ni control, que una nueva
representación habría de celebrarse cuando las haciendas y deberes de tan
“afamados” actores dejasen un hueco en sus vidas libre. El estreno fue un
éxito, y la celebración posterior, ya les supongo en la certeza cierta de que
los españoles no sabemos rematar un evento sin palmeo, vino y tortillas, por
poner un ejemplo, de las que jamás se olvidan. Con posterioridad hubimos de
volver a representar el vodevil en la Casa de la Cultura saboreando de nuevo
las mieles del éxito, y volviendo a comer tortillas, quedando emplazados,
cuando pasen los calores del estío, para la preparación de una nueva comedia
teatrera.
Y como no hay dos sin tres, de este asunto
de la farándula hubo de nacer otro muy festivo y celebrado, el de la fundación
del grupo viajero “Hay vida después de los cuarenta”, y también de los
cincuenta añade un servidor, que realizadas lleva un par de excursiones, una a
Gandía y otra a Nerja, que hicieron las delicias de todos los asistentes y muy
en particular de quien estos les escribe que una vez más levantó el vuelo que
planeaba bajo.
Por ello, y me despido mientras
pienso y escribo, tal vez le toque a Matute y Estefanía, otro de esos relatos
del recuerdo que tanto me demandan, gracias a todos y cada uno de los que
hicieron que este tiempo de nubes negras se tornase despejado, porque si algo
saco a la vez en claro de estas vivencias es que el más preciado bien atesorado
en el ser humano es el de la amistad y el disfrute saludable de cada momento
transcurrido, ese que nos lleva, como decía mi amigo Charles Chaplin, a vivir la
vida con pasión, perder con clase y vencer con osadía. Lo dicho, un gusto.