Sumergidos en las delicias de la
universalización estábamos convencidos de que vivíamos en el mejor de los
mundos posibles. Habíamos llegado a las cumbres de la tecnología y, contentos
por la inmediatez y eficacia de las comunicaciones, creíamos haber conquistado
la tierra y descubierto todos sus territorios, sin caer en la cuenta, de que
ese proceso global tenía un lado oscuro en el que anidaban demasiados fenómenos
negativos como la generalización de las epidemias, el éxodo masivo de personas
expulsadas de sus lejanos hogares, hambrunas, desastres y la restauración del
poder económico como tótem indiscutible de nuestro tiempo.
Y el más lamentable episodio de este mundo global es la presente
pandemia que, aunque nacida en China, se ha extendido por todo el planeta.
Tampoco es algo nuevo, por otra parte, la existencia de epidemias, pestes y
desastres que ya fueron atestiguadas en las crónicas de la historia y en
múltiples libros como La Biblia, El Decamerón de Boccaccio, el Diario de la
Peste de Defoe o La Peste de Albert Camús.
Proliferan ciudadanos que, desoyendo las
recomendaciones, se muestran incapaces de renunciar a sus hábitos anteponiendo
su libertad, su inconsciencia y su voluntad por encima de los derechos y del
bien colectivo e, igualmente, aparecen ángeles protectores dedicados a atender
a contagiados y enfermos. Héroes encargados de velar por el cumplimiento de las
normas que han de corregir los comportamientos de los que, convirtiéndose en
plebe, parece que les faltara un agua como a la manzanilla. Situaciones como la
que vivimos nos devuelven lo mejor, y lo peor, del corazón de los humanos y
mientras unos ayudan, otros medran. Recuerden que la globalización también era
esto. Escribe lo anterior Pedro Felipe Granados en uno de sus artículos y yo,
con sus modificaciones y añadidos al redactar, lo revalido.
Encuentro garabateado a lápiz el borrador de un
escrito salpicado de tachones y añadiduras. Ignoro si es mío o ajeno. Tampoco
recuerdo si ha visto la luz con anterioridad. Es por ello que decido darle
vuelo.
Y de repente, la vida te pone a prueba. Te encuentras encerrado en
casa viendo como algo que está matando a mucha gente hace temblar los cimientos
de nuestra infecta sociedad. Amigos y familiares son despedidos de sus
trabajos. El miedo se apodera de ti y te crea impotencia porque NO PUEDES
AYUDAR. Sales a comprar. Ves a la gente triste y apagada. Y sientes que el
miedo está hasta en el aire. Te preguntas como acabará esto. Te inquietas y te
preocupas por tu salud, por la de los tuyos y por la de los otros. Y es ahí, en
ese punto de incertidumbre, de bloqueo total de tu cuerpo, cuando te das cuenta
de que solo no se puede. De que necesitas de los otros. Porque ves a ángeles de
bata blanca luchando contra un enemigo invisible, porque ves que lo hacen
arriesgando su vida por salvar la de los demás, porque los ves también detrás
de la caja del supermercado, en los coches de Protección Civil, conduciendo
camiones y ambulancias, mientras otros velan para que se cumplan las normas
ayudando a todos en todo. Y eso te da fuerzas y energías para pensar que estando
unidos lo conseguiremos. Ganaremos porque somos una nación única en solidaridad
y solemos remar juntos ante cualquier adversidad. Solo queda desear que cuando
pase este abejorro de mal vuelo, su paso, nos haya hecho más fuertes. Como
españoles y como personas. Y que este mal sueño nos haya servido para aprender
lo que realmente importa en la vida. Porque solo se suele llegar más rápido,
pero junto a los otros, siempre se llega más lejos.
No olviden nunca que las malas lenguas siempre
contaminan. Intenten no hablar mal del que está ausente y no olviden tampoco que,
si alguien habla mal de los demás delante de ustedes, hablara igualmente mal de
ustedes delante de los demás. En cuanto se den la media vuelta.
Y así acabo. Hoy me dormí un poco en los laureles
transitando los caminos de Internet para poner en conocimiento del tiburón de
hacienda el asunto de las declaraciones. No he seguido con detenimiento los
noticiarios, pero me parece, por lo que he oído por los rincones, que en algo
resucitó el bicho. Así que, no tocaremos campanas. Tampoco nos amargaremos. Es
lo que hay y nos ha tocado. Descansen y vayan preparando los ingredientes y
menesteres para las comidas con sus postres de la Semana Santa. Lo cortés no
quita lo valiente y las penas con pan, y cerveza, siempre son más llevaderas.
No hay comentarios: