Una, mi tía, habla hasta por los codos, acaba de cumplir 87 años y difícilmente dirá tres cosas hilvanadas que ciertas sean a la vez. Así, puede hablar y disertar sin freno ni control sobre haciendas de vecinos, dichos de los viandantes y otros asuntos que acaecen en el pueblo sin haber puesto el pie en la calle desde hace años. ¿Cómo entonces, se preguntaran ustedes, asevera con tanta rotundidad tales acaecimientos y sucesos?. Yo pienso, sin temor a equivocarme, que simplemente cree lo que se imagina, porque a veces, las más, abraza supuestos de lo que pudo ocurrir y jamás pasó, de lo que puede pasar sin que jamás pase o de lo que, supuesta e ineludiblemente, habrá de desatarse sin que exista asomo alguno de que tal hecatombe tenga fecha volviendo como un calcetín las noticias que Matías Prats, objeto de su veneración, y a quien saluda amablemente con un “buenas noches hijo mío” cuando este a su vez hace lo propio para con sus televidentes seguidores mientras asegura, a mi tía me refiero, que habrá guerra en España aunque el citado dijo en Siria o que desembarcaron tres pateras en La Puerta del Sol de Madrid habiendo arribado estas en las costas del soleado suelo andaluz.
La otra, mi madre, a punto de coronar los 82, también fue siempre, de
casta le viene al galgo, impenitente parlamentadora, aunque el paso de los años
y el peso de la enfermedad la hayan ido sumiendo y acercando a un mundo imperado
por sombras. Así todas las mañanas, mientas leo un libro tras otro en el ebook
que me regale por el verano, la una continua con sus imaginarias historias y la
otra, muy de vez en cuando, la mira con obstinación y la conmina para que calle
en su perenne charla. Y me viene al recuerdo cuando de niño las observaba
realizando las cotidianas labores de la casa y siempre llego a la conclusión que el discurrir de la vida
no fue en exceso amable con ellas. Nacieron en la época convulsa que precedió a
la guerra civil y entre carestías, penurias y otros menesteres de ingrato recuerdo crecieron en el humilde hogar de su padre Santiaguillo donde además,
como pueden comprobar eran en evidencia otros tiempos, vivían sus abuelos que
respetados por todos reinaban como señores de la casa. Pasada la guerra el poco
dinero que ahorrado tenían, aquel que la abuela Benigna inducía a gastar al
abuelo, solo sirvió, como este decía, para hacer cuadros, con lo que aun debió
de ser mayor la escasez y miseria que les hubo de arropar junto a sus otros hermanos,
un varón y tres hembras, que tuvo a bien descargar la cigüeña . Después la
una, que nació soltera de por vida, trabajó en lo que buenamente pudo, bien
fuera en las tareas del campo o en aquellas que se realizaban en las antiguas
tejeras que entonces existían por estos lugares y la otra, mi madre, hubo
de entrar a trabajar al servicio de la Tía María junto a la que aprendería las
rudas labores de la casa y el oficio de peluquera que habría con el tiempo de
servirle para dar de comer a la prole.
Al final, miseria y trabajo rudo siempre van unidos y sin el uno no se sale de la otra. Y me pregunto, aunque prefiero no contestármelo, que les ofreció a cambio esa vida penosa y trabajada llegando a la convicción de que fue poco, y con cuentagotas, lo que hubo de brindarles. Para ellas, aunque no habrán de saberlo porque daría igual, es la canción que de fondo canta mi buen amigo Joan Manuel Serrat.
Al final, miseria y trabajo rudo siempre van unidos y sin el uno no se sale de la otra. Y me pregunto, aunque prefiero no contestármelo, que les ofreció a cambio esa vida penosa y trabajada llegando a la convicción de que fue poco, y con cuentagotas, lo que hubo de brindarles. Para ellas, aunque no habrán de saberlo porque daría igual, es la canción que de fondo canta mi buen amigo Joan Manuel Serrat.