Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

miércoles, 31 de julio de 2019

Entre velos de nostalgia, este año hablamos del CINE DEL PATO








     

      
       
   Les di cumplida promesa, aunque no recuerde lugar ni momento, de que este año habría de hablarles del Cine del Pato en el artículo que cada año compongo para el libro de festejos. Y salió lo que aquí les traigo. Un manojo de recuerdos que surgieron a bote pronto y que por vivencias podrían haber sido más extensos. Con el recuerdo amistoso y perdurable hacia Ladis y su esposa Araceli, que en paz descansen, y mi aprecio de por vida para el bueno de Pedro, que a buen seguro me habrá de decir que en algo de lo escrito me equivoqué y tendrá toda la razón, solo me queda desearles a tod@s que sean felices y repartan felicidad mientras disfrutan de la fiesta. Soy con ustedes.


  

  Amanecí  a los encantos del séptimo arte envuelto entre los vapores, que casi siempre  se masticaban, y que emanados se desprendían de las añejas paredes del Cine Cervantes, ese que siempre será recordado como el del Pato. Estaba, como bien recordaran, al principio de la calle de Cervantes y era un local de medio pelo al que siempre le faltó la elegancia del Santa Cruz aunque gozando, como gozaba, de una mejor ubicación siempre hubo de tener las preferencias de un personal que lo llenaba hasta reventar cada día que allí se daba sesión continua.
  Lo primero que me encontraba al llegar hasta la taquilla, con la ilusión infantil de adquirir una entrada, era la sonrisa socarrona y desdentada de la Eloísa que me advertía, aunque casi nunca fuese cierto, que al final del largometraje moría ella refiriéndose, como habrán podido imaginar, a la fémina protagonista del mismo.
   Entraba al cine, siempre que no estuviera abierta la entrada principal, que solía ser utilizada por la plebe en su salida, por la puerta que daba a la estancia en la que se vendían las pipas de Emilio Arias Lizano, las gaseosas de La Pitusa y todo lo relacionado con el asunto del condumio que se solía hacer en tan festivo lugar y que adornada estaba con un par de grandiosos carteles que me devolvían los caretos archiconocidos de CLINT EASTWOOD y MANOLO ESCOBAR que celebraban, como diplomas de honor prendidos de las paredes, el que hubiera sido con LA MUERTE TENIA UN PRECIO y otra que se me fue al limbo cuando el cine había colgado el cartel del  “no hay billetes”  con llenos hasta la bandera. Me rajaba la entrada Ladislao Muela Aragonés, marido de la Eloisa y padre de Ladis y Pedro,  operarios de cámara responsables de la proyección, con la boina calada hasta las orejas que no por prominentes impedían que estuviera más sordo que una tapia. 
     
  Desde allí se pasaba a un vestíbulo donde llegado el 82, y con motivo del Mundial de España con su Naranjito, hubieron de colocar el primer aparato que reproducía, por decir algo, la televisión en pantalla grande y a todo color, y que fue muy aplaudido y celebrado porque de esa manera los maromos podían gozar del futbol y sus doncellas del cine sin entrar en los enfados y disputas a que tan dados son los novios primerizos. Llegado ya a la sala principal, miope y con todo a oscuras, me alcanzaba como un rayo la ráfaga de las linternas de Manolo Navarro y Agustín alias “Casquillos” que con premura me guiaban hasta una butaca delantera por aquello de mi falta de visión con su enfoque. Y era entonces cuando empezaba el buen baile.
 
  Unos devoraban pipas, los otros bostezaban y a menudo se oían regüeldos de cualquier procedencia y condición arrebujados entre los amorosos toqueteos de las parejas que en el lugar se metían mano. Todo ello, y esto sí que era ya como el circo romano, aderezado con el vocerío y los improperios que salían de los gaznates de la multitud cuando se encendían las luces porque  llegaba el descanso, se quedaba atascado el celuloide en la máquina y lo veías arder como la Roma de Nerón o enchufaban la ablentadora, nombre con el que era conocida la máquina del aire acondicionado que emitía al funcionar un ruido de mil demonios, con lo que al grito de : “Patoooooo, Patooooooo”, el personal se soliviantaba, (… hasta un par de tordos que se fueron directos para la pantalla pensado que era la selva hubieron de soltar en el transcurso de una película de Tarzan), se encendían las luces y empezaba el desfile procesional en busca del avituallamiento para aguantar el visionado de una segunda parte a la que se llegaba después de ver pasar por la pantalla los anuncios que, escritos con una letra primorosa sobre cristales a modo de diapositivas caseras, hacían, previo pago, cumplida publicidad a los distintos negocios del pueblo. 
 
  Y avanzo en el tiempo para llegar hasta el día en que, trabajando a las órdenes de un apreciado hormigón de ala apellidado Olavarrieta, procedimos a meter los cables de la instalación eléctrica a través de la cual tendrían que moverse los telones del escueto escenario que habría de convertir el añejo cine en incipiente teatro. Atravesando camaretas llenas de trastos y cacharros que debían de remontarse al tiempo antiguo de la guerra de Cuba llegamos con el  tendido, después de arduos esfuerzos, Carlos “El Resti” y un servidor hasta la cabina de proyección y créanme si les digo que aún tengo grabado en la retina el influjo de aquel lugar encantador cuajado, al igual que el que recordaran por Cinema Paradiso, de trozos de celuloide desechado, pasquines con las caras de las grandes estrellas de aquel tiempo y un par de máquinas de proyección que se me antojaron maravillosas.
 
  Conviene recordar también que por aquel celebrado lugar hubieron de desfilar ajadas figuras del panorama artístico nacional. Me dicen que hasta Manolo Escobar con su carro aparcó por el Cervantes aunque yo solo recuerdo con claridad el sombrero de ala ancha que portaba Juanito Valderrama esperando su actuación con una copa en la mano acodado en la barra de los Botas. 
 
  Pero les puedo asegurar, sin temor a equivocarme, y porque lo viví y lo recuerdo con nostalgia como un tiempo incomparable, que por muchos aplausos que cosecharan los susodichos nada fueron comparados con los que tuve el gusto de recibir durante unos cuantos años junto a mis queridos compañeros del GRUPO TEATRAL MUDELA en los estrenos apoteósicos que allí llevamos a cabo, con gente hasta en los pasillos y Ladis, en la inquietud de que ocurriese cualquier eventual desgracia, con la camisa hasta el cuello. De igual manera los carnavales, también allí pusimos el huevo, con sus murgas y comparsas forman parte del recuerdo de un tiempo que fue memorable. Mención aparte merece también la terraza de verano porque era encantadora y además, aunque ahora les parezca increíble, ¡qué tiempo tan feliz que nunca olvidaré!, te podías fumar un paquete de Bisonte y beberte unos gintonics mientras veías correr las lagartijas por el bigote de Kevin Costner.

     
  Será por ello, y tengo que terminar, que me entró la congoja cuando anunciaron su demolición. Y debe de ser sobre todo porque entre los muros del Cervantes viví momentos que se me  antojan sin vuelta y esplendorosos. Con el recuerdo inalterable hacia Ladis, su esposa Araceli, que en paz descansen, y mi aprecio de por vida para el bueno de Pedro, que a buen seguro me habrá de decir que en algo de lo escrito me equivoqué y tendrá toda la razón, solo me queda pedir humildemente, y a quien corresponda, que se haga todo lo humanamente posible porque el TEATRO CINE SANTA CRUZ, que aun nos contempla convertido en un nido de palomas, no siga el mismo aciago destino.