Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

martes, 27 de julio de 2010

Me caí del mundo y no sé como se entra.















   Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco. No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales. ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! 

   Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo. Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. 

   Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida. Es más ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas. 

  El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. Tiramos absolutamente todo. Ya no hay zapatero que remiende un zapato, ni colchonero que sacuda un colchón y lo deje como nuevo, ni afiladores por la calle para los cuchillos. De "por ahí" vengo yo, de cuando todo eso existía y nada se tiraba. Y no es que haya sido mejor, es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el "guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo", pasarse al "compre y bote que ya se viene el modelo nuevo". Hay que cambiar el auto cada tres años porque si no, eres un arruinado. Aunque el coche esté en buen estado. ¡Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo! Pero por Dios. 

  Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre. Me educaron para guardar todo. Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. 

  Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso a las tradiciones) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes, el primer cabello que le cortaron en la peluquería… ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo? ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron? 

  En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los trapos de cocina, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos… ¡¡Guardábamos hasta las tapas de los refrescos!! Los corchos de las botellas, las llavecitas que traían las latas de sardinas. ¡Y las pilas! Las pilas pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil en un par de usos. 

  Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia, para limpiar vidrios, para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne o desenvolviendo los huevos que meticulosamente había envuelto en un periódico el tendero del barrio! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer adornos de navidad y las páginas de los calendarios para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos reutilizarlos estando encendida otra vela, y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía "éste es un 4 de bastos". 

  Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Con el tiempo, aparecía algún pedazo derecho que esperaba a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa. Nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Y hoy, sin embargo, deciden "matarlos" apenas aparentan dejar de servir. 

  Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de duraznos se volvieron macetas, portalápices y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza y los corchos esperaban pacientemente en un cajón hasta encontrarse con una botella. 

  Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables. Pero no cometeré la prudencia de comparar objetos con personas. 

  Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. De la moral que se desecha si de ganar dinero se trata. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. 

  No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte en cuanto confunden el nombre de dos de sus nietos, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos en cuanto a uno de ellos se le cae la barriga, o le sale alguna arruga. Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a mi señora como parte de pago de otra con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que ella me gane de mano y sea yo el entregado. 


EDUARDO GALEANO


   

















 Eduardo Galeano







lunes, 19 de julio de 2010

Un capítulo más de la infamia





   





     
   Con premura los países desarrollados envían ingentes cantidades de alimentos, medicinas y material de todo tipo para ayudar a paliar este infierno acontecido, mientras el mundo entero asiste asombrado al bochornoso espectáculo que en directo ofrecen distintos canales televisivos. El aeropuerto de la capital es un inmenso almacén, pero toda esa ayuda no puede ser distribuida, por miedo al caos que reina en el país. Es entonces cuando vemos como arrojan los alimentos desde helicópteros y observamos como miles de personas corren y se devoran para conseguir una porción de este maná caído del cielo.
     
   Me cuesta ver a seres humanos tratados como perros o aún peor, hundidos en la mas inmunda miseria provocada casi siempre por aquellos que viven como pachas. ¿Qué sería del mundo rico y civilizado si todos los miles de millones de pobres reclamasen su parte del pastel?“Arriba los pobres del mundo, en pie los esclavos sin pan”. Me viene a la mente esta estrofa de la Internacional y aun encontrando dentro de su contenido la esencia vital de la justicia social, una mueca de sarcasmo se dibuja en mi semblante y un sentimiento de rabia me corroe el interior, porque precisamente allí, en aquel lugar de América están muchos de los más pobres del mundo y todos sabemos que Haití fue el refugio de todos los esclavos que escupió después de la abolición de la esclavitud la madre de todas las patrias, “los santos Estados Unidos de América. 

   Así llego a la convicción de que los intereses de los países ricos pasan porque otros sigan siendo pobres de solemnidad y concluyo que esta ayuda que se envía, ahora Haití y después a todos esos países africanos consumidos por el hambre y las enfermedades es positiva, pero lo sería mucho más si a  estos desheredados del universo se les enseñase a producir sus propios alimentos, a crear sus industrias, a construir sus infraestructuras, en una palabra enséñenles  a valerse por sí mismos, a que no tengan la eterna dependencia de los que más tienen, que a fin de cuentas es lo que interesa. ¿Os imagináis el día que todos los chinos dejen las bicicletas y quieran tener un coche? o ,dicho de otra manera, el momento que ya ha llegado en que aquellos que nada tienen, en justicia y por derecho ,reclamen su parte de la tarta?. Será entonces, tal vez, cuando los agraciados de la tierra dejaran de estar sentados en sus cómodas poltronas. Tiempo al tiempo.






martes, 13 de julio de 2010

Como, a mi parecer, cualquier tiempo pasado no fué mejor




    Cuando, cada vez con menos intervalos de tiempo, me remonto al lejano tiempo de mi niñez, siempre me vienen a la mente los días, semanas, meses, años en conjunto que pasé siendo tierno infante en Las Virtudes. El transcurso de los veranos, que por aquellos entonces recuerdo tórridos y bochornosos, con un sol que amenazaba con derretir sin piedad las piedras, se me antojan infiernos comparados con los de ahora; evidentemente carecíamos de las excelsas comodidades de hogaño y los aires acondicionados eran artilugios desconocidos y como de otras galaxias. La siesta era asunto de pijama, orinal y padrenuestro, que diría Camilo José Cela, o dicho de otra manera cuestión que había que tomar con calma y sin precipitación. 

    Cuando observo, en nuestros presentes tiempos, las prisas con que nos movemos los actuales pobladores del planeta, esbozo una sonrisa y recuerdo la vida de antaño, sin colesterol ni triglicéridos y eso que no soy de los que piensa como Jorge Manrique que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero campaba la tranquilidad y el stress, tan usual en el actual vivir cotidiano, era asunto desconocido y la vida discurría placentera, botijo de agua fresca a la sombra resguardado y sartén de gachas con torreznos en la lumbre cocinada. 
    
    Digo que era entonces, en aquellos años que perdidos parecen en la memoria de los tiempos, cuando aprendí a amar este paraje manchego; los veranos ya os he dicho como eran; los otoños llegaban inmisericordes una vez que pasaba el 8 de septiembre, día de la patrona, que marcaba con la exactitud de un reloj suizo el comienzo de las clases, la vuelta a las añejas aulas del saber franquista, las sonoras hostias, sin consagrar, que nos daban de regalo en el colegio de las Madres Concepcionistas. 

   La semana era larga y el aprendizaje arduo,y llegado el viernes, viajaba en el pequeño utilitario de Antonio Laguna, un seiscientos gris con el techo negro, por una  carretera llena de piedras camino de Las Virtudes. Y no puedo evitar ,cuando han pasado mas de cincuenta años, recordar en blanco y negro aquel tiemp y dedicarle unos minutos del placentero presente. Porque yo no quiero volver en la máquina del tiempo hasta aquella época perdida en la memoria, aunque digan algunos pertinaces agoreros, que mientras disfrutan de los beneplácitos que nos da el presente, que con Franco se vivía mejor, digo yo y clamo por que se cumpla, el que alguien les devuelva por periodo indefinido a esa época ancestral, donde a falta de cuartos de aseo hacíamos las necesarias necesidades entre pollos y gallinas y limpiábamos nuestras posaderas con hojas manuscritas de papel de periódico atrasado.


LENTO PASAR DEL AÑO EN LAS VIRTUDES

Está cambiando el paisaje, tonos y colores nuevos
los valles, campos y cerros se olvidaron del invierno.
Ahora la tierra es más tierra, el cielo azul es más cielo
y el día sea va alargando, hasta parecer eterno.
Las amapolas florecen, viste el árbol su esqueleto
para que el pájaro anide y encuentre la sombra el perro.
El rosal llama a la rosa y el gorrión a sus pequeños
cae el agua del Pilar, navega por los regueros
de alameda en alameda, por entre arbustos y setos.
Llegó pues la primavera, tiempo de renacimiento.

Ese sol, ese sol que se asoma entre los cerros
que se cuela por encinas, entre piedras y romeros
candente, quieto en el cielo, iluminando senderos
cubriendo de luz chaparros, los nidos de los polluelos
¡que lento va el caracol!, entre las hojas del seto.
Sobre peñas los lagartos, aman este sol de infierno
la boca abierta al calor, inmovilizados, quietos.
Las golondrinas viajeras anidan en los aleros
los grillos entonan sones orquestados y diversos.
Todo lo envuelve el verano con tonos de luz y fuego.

Esa lluvia, esa lluvia que golpea los tejados
que nos embarra caminos, que va inundando pedazos.
Esa lluvia que viaja por los cristales, que golpea en las ventanas
que lava los peñascales y llena de agua el arroyo
que corre por las canales y se oculta entre las piedras
dándole vida al paisaje en esta tarde de otoño.
El árbol se nos desnuda y sus hojas caen al suelo
ahora los días son grises, de plomo se viste el cielo
que gime en un canto sordo de relámpagos y truenos
para anunciar que es otoño, cuna de los sentimientos.

El frío ha calado hasta los huesos
y los chopos han mostrado su esqueleto
las encinas perduran en el monte
resistiendo los envites del invierno.
La Chopera viste un blanco inmaculado
con las copas de los árboles nevadas
y el Pilar sigue echando agua del chorro
entre cimas de cerros blanqueadas.
Es invierno en Las Virtudes y en el fuego
arden leños crepitando entre las llamas.



  


sábado, 10 de julio de 2010

Salvador Allende, siempre vivo, eterno en la memoria






 

  Estamos ante el mejor discurso de la historia. Así está catalogado después de décadas. Para mí, lo que vale es la esencia del mensaje, la cruda verdad que transmite, la certeza del final, ahogada en desolación y muerte, que se podía prever ante la certeza de estas palabras. Nada descubre que sea nuevo y todo lo que en el se dice sigue estando vigente; la explotación del débil y la eterna consideración del poderoso que piensa que todo es suyo y le pertenece. Después de oír a Salvador Allende, pocas dudas pueden quedar del porqué de su muerte; era molesto y decía aquello que los poderes facticos no querían oír. In memoriam.


  Dejemos también para el recuerdo esta maravilla de canción que compuso Pablo Milanes para hacer honor a esas frondosas alamedas a las que en su último discurso al pueblo chileno hizo mención Allende.