Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

viernes, 25 de marzo de 2011

La llegada de la Prima Vera

  
     
   







   Hace apenas un par de días andaba este pobre mortal como poseso y abstraído, cosa normal en su condición de estar como dice su santa esposa mas "pa allá, que pacá", cuando sonó el aldabón de la puerta y asomó sin piedad la Prima Vera. Supongo que como en ocasiones anteriores llegó con la pérfida intención de apoderarse como una posesa de cuerpos y almas e imagino también a mucho pobre desventurad@ pensando en poner su inmaculado cuerpo a la ventura de un sol achicharrante para que coja ese tostado, vuelta y vuelta, que suele encandilar sin temor a equivocarme a la inmensa mayoría de los habitantes del ibérico terruño.
 
   Y yo, pobre de mí, dispuesto una vez más, como cada año al llegar estas fechas a intentar tener conciencia clara de la que me viene encima y es que querid@s mías, confieso, manifiesto y descubro ante vosotr@s que le tengo manía crónica a la estación que está por venir o lo que es lo mismo, me empieza a dar hastío pensar que llega Don Estío y con él, multitud de moscas, mosquitos, abejas, abejorros, avispas y otros mil bichos repugnantes, acompañados de un sol de canícula, que a los calvos como el que subscribe les calienta el cráneo de tal manera, que la masa encefálica bulle sin control dentro de la cabeza pugnando por no derretirse cual helado de cucurucho en manos de tierno infante.
  
   Para ilustrar mi humilde opinión al respecto, baste establecer una equidad comparativa entre el diario transcurrir de una tarde de sábado, día que habitualmente ocupo en el asueto y descanso, de verano y por el contrario otra del periodo invernal, con los mismos pormenores y parecidos acontecimientos.
    
   A continuación, con precisión y mucho enfoque de la situación, paso a contar lo que habrá de ocurrir después de Semana Santa, allá por "mediaos" de Mayo, cuando empiecen a cantar tábanos y chicharras.
    
   El que escribe, que como sabéis es camarero, dejó de trabajar a las 10 de la mañana y al llegar a casa, arrojó la ropa del trabajo, sucia y maloliente al canasto de la ropa, y presto se calzó el bañador zambulléndose sin pensarlo en la piscina, que es y así lo reconoce uno de los pocos alicientes por los que le puede tener algo de cariño a la epoca estival. Después dormitó un rato y llegado el mediodía, un nuevo refrescón y rápido, como cada sábado, sale dispuesto a tomar unas cervezas fresquitas.
    
    Si estuviésemos en Diciembre con un par de cervecitas y unos vinitos de la tierra, acompañados de sus correspondientes tapas bastaría para colmar su apetencia y volvería a casa con la ilusión añadida de degustar con infinito placer el cocido que su amada elabora este día de la semana. Como por el contrario estamos en época tórrida, ha necesitado de más zumo de cebada para colmar su apetencia y al llegar a su morada le espera un plato de judías verdes y una ensalada de tomate con lechuga, todo muy ligero y digestivo aunque por su mente pase la idea de que jamás tuvo el placer de ver un grillo de cien kilos.
    
   Tras el almuerzo dormita un rato en la tumbona y al despertar ha de enchufar con rapidez el aparato del aire acondicionado, pues el sudor baña sin piedad su maltrecho y fatigado cuerpo, que en la época invernal con los efluvios del cocido no habría necesitado de ese reparador descanso. Se despereza y sale a la calle, mientras un sol abrasador vuelve a derretirle la sesera y caminando rápido llega al chiringuito de su amigo Vicente, donde quedó con los amigos para tomar un cubatita fresquito. Si estuviésemos en invierno necesitaría engullir menos líquido vital, pero en esta época infernal difícilmente puede ver colmada su sed el sediento, y como bien dicen los evangelios hay que dar de beber a quien se encuentre en tan extrema condición, así que entre unas cosas y otras debe reconocer que el gasto, en lo que ha moneda en curso se refiere, es superior en esta época de manera tangible y evidente.
    
   Por último, y lo más escuetamente posible, es también en estos meses cuando llegan las añoradas vacaciones, y los niños con su mamá claman a los cuatro puntos cardinales, que desean ir al apartamento que la “Tita Merce” posee en Torrevieja y este hecho, motivo para muchos humanos de alegría y alborozo “aumenta” mi profesado amor por el verano. Partimos prestos hacia tierras levantinas y nada más arribar se empiezan a oír los clamores de la tribu que me acompaña, mostrando sus desmesurados deseos de ir a la playa con prontitud y premura.
    
    A las doce del mediodía estamos en la Mata, el que firma este artículo, su amada esposa y sus donceles, cargados de sombrilla, bolsos, toallas y algún apechusque más, dispuestos a “disfrutar” de una jornada de sol y playa. Con el sombrero de paja sobre la testuz me adentro en la arena tras mi señora que sin problema penetra sorteando piernas, brazos y sombrillas hasta llegar a primera línea, mientras algunas voces claman al cielo haciéndole ver el infinito morro que posee la susodicha, que en esos momentos se ha vuelto ciega, muda y sorda escondiendo su mirada detrás de unas gafas negras de las que se usan tras una noche de farra.
    
   Una vez ubicados en el lugar conveniente me lanzo al mar a nadar, y es ese el único momento del que en verdad disfruto, pues llegado el instante de la salida, elevo mil plegarias al altísimo para que tenga a bien enviarme un helicóptero que me eleve hasta el paseo marítimo sin tener que pasar por el repugnante paso de caminar con los pies mojados por la arena convertidos en una pasta inmunda, sucia y asquerosa.
    

    Después de este acontecer a la llegada, al día siguiente los llevo nuevamente a la playa y me vuelvo al apartamento, cojo un buen libro, unas birras fresquitas y marcho a la piscina, donde después de darme un chapuzón dormito y leo bajo la sombra de una palmera y a la playa con su arena que le den por donde les quepa.



viernes, 18 de marzo de 2011

El munícipe y la bestia con escopeta




     
  El munícipe está absorto, enfrascado en la lectura de bandos, cartas y escritos varios que firma de carrerilla, como movido por un resorte. Apenas hace un rato que abandonó los plácidos brazos de Morfeo, que levantó sus reales posaderos de la cama, pues hemos de decir, para ser ciertos y concretos, que no es esta su profesión, la de político de tres al cuarto con sueldo fijo.
 
   El munícipe es camarero y presta sus servicios en horario nocturno o cuando cantan los grillos, en uno de los restaurantes de carretera que salpican el trayecto de la autovía de Andalucía. Ocurre que convencido por un buen amigo, alcalde de la villa en cuestión, de ser sujeto idóneo y adecuado para echarle una mano en los asuntos de la gobernanza del patio y de las gallinas y persuadido, el munícipe es muy dado a las ensoñaciones y los delirios, de que en su mano estaba cambiar la historia, el rumbo y el destino del pueblo, se tiró al charco, al pozo negro de la política municipal sin pensarlo dos veces, haciendo caso omiso de los consejos de padres, novia, amigos y aquellos que le decían, más viejos y pellejos, que donde no hay ganancias cercanas están las perdidas. El munícipe, decíamos para no perder el hilo y argumento de la historia, firma documentos, porque en este momento, mes de agosto tórrido y caluroso, sustituye al alcalde que esta por la sierra granadina, allá por las Alpujarras, bebiendo cervezas fresquitas, de vacaciones y asueto.
     
   En estas y sin más han llamado a la puerta de la alcaldía; golpes secos y rotundos, voz cavernosa que pregunta si se puede pasar, a lo que el munícipe y primer teniente de alcalde contesta el consabido “adelante” y punto. No ha observado el munícipe, absorto como esta en firmas y cavilaciones, quien es el individuo en cuestión, el sujeto que tiene delante de sus antiparras y es por ello que anodinamente pregunta, como tantas otras veces aquello del ¿qué desea usted?, o ¿usted dirá?, tampoco lo recuerda, e importancia tiene poca o mejor decir ninguna. - ¡Tienes que cerrar la fábrica que hay justo enfrente mi casa! -. El munícipe, pacientemente, con detalle, mesura y mucho tiento, está acostumbrado en demasía a lidiar con estos toros, explica al vecino en cuestión que es esa tarea ímproba y baldía, aunque utiliza lenguaje más llano, más de andar por casa para que le entienda, y le expone que la fábrica, taller de carpintería para más pelos y señales, tiene permisos, licencias y demás zarandajas necesarias para su funcionamiento y actividad.
 
   El individuo se bornea, se retuerce en la silla y le suben a la cetrina tez los colores y como maremoto o tsunami de triste recuerdo, se levanta, mira a los ojos al munícipe y clama cual trompeta de Jericó veredicto de sentar cátedra o jurisprudencia: “o la cierras, o voy a por la escopeta y te pego cuatro tiros, he dicho”, mientras sale por la puerta y la cierra de tal manera que los muros del consistorio crujen como desmembrados y rotos.

  Absorto y como ido, el munícipe observa la puerta, que aun aguanta sobre sus bisagras, por la que salió el semental, mientras analiza, piensa y sopesa qué decisión tomar y qué camino seguir, por miedo a la escopeta, que lo tiene y al que portará la misma, que también, pues no es belicoso el munícipe, que por no ir, ni fue a la mili por miope y cegato, para su gozo y satisfacción y verse por estos derroteros y en esta situación le causa, cuanto menos, desazón e incertidumbre. Levanta pues, el auricular y marca el teléfono del cuartelillo.

    Al habla con el sargento, sargento de armas tomar, le traslada su pesadumbre y le pone al tanto del hecho acaecido apelando a su autoridad para que frene los desaforados ímpetus del bicho, ya que considera, y no lo dice pero lo piensa, que no es llegado tiempo aun y resulta cuanto menos prematuro, entregar con tanta premura el alma al supremo hacedor en tan belicosas circunstancias.

  Mientras espera contestación, piensa y recapacita el munícipe en lo ingrato del cargo; en que se tiende a creer y se tiene la convicción de que resulta un chollo eso de estar sentado en la poltrona, desde donde dicen las malas lenguas que se gana el dinero como a espuertas, a mansalva, y recuerda el dicho popular que asevera que una cosa es torear y otra ver al toro desde la barrera o lo que es igual, aunque no parezca lo mismo, que una cosa es recetar y otra tomarse la purga.
     
   En estas cavilaciones se encuentra cuando suena el teléfono y la rotunda voz del sargento le dice que: “asunto “solucionao”, la escopeta “requisá” y el toro “encerrao” en los corrales”. Así que, absuelto y repuesto de tan penoso trago, sediento y atolondrado, abandona el munícipe la Casa Consistorial y encamina su maltrecho Renault Megane hacia el Bar de La Ramona, donde habrá de tomar con paciencia y buen ritmo unas cervezas fresquitas, hasta que en los albores de un nuevo día vengan y lleguen otras historias, otros asuntos y quebraderos de cabeza que habrá de intentar enderezar.




miércoles, 9 de marzo de 2011

Las recetas de Maurito Verbenas. Migas del pastor o de quién las quiera comer.

     




   Debe pensar el lector que el escribidor es hombre de buen yantar acompañado del necesario y justo beber; es por ello que ha optado por abrir una nueva senda en esta procelosa tarea de la escritura y el escrito, para expandir el abanico de sus artículos a lo que podríamos llamar recetario de cocina, no como siempre se hizo y como fue hecho al uso, sino de una manera más dicharachera y festiva.

   Serán las llamadas migas del pastor, la pitanza destinada a ser comida,( no es este plato para degustar en las anochecidas de invierno, largas e interminables, y reposar en la cama, ya que dado el carácter de sus ingredientes y la solidez de sus compuestos, podríamos hacer bueno el refrán, añejo y cierto que asevera lo de que de “comidas y de cenas están las sepulturas llenas”), el suculento plato con que dará comienzo este singular recetario, este muestrario de recetas de la manchega tierra del hidalgo Don Quijote.

   Así que, puestos a empezar, dejémonos de adornos, florituras y empalagos y digamos que prestos habremos de ir a comprar, como dos o tres días antes de degustar tan apreciado alimento, un par de panes de kilo de los de antes o para ser explícitos y concisos, de los que adornan su contorno con cuatro hermosas orillas a la panadería del pueblo, a la de Emilio Piña; nada de bollos y barras de las vendidas en tiendas y supermercados que bien parecen como rellenos de aire, sin textura ni consistencia.

   Obrando en nuestro poder los citados chuscos, con paciencia y sosiego,(prepárense por ello lo que bien les pueda apetecer, vino, cerveza o agua si se es abstemio y llegado el caso) y vayan picando el pan hasta desmenuzarlo,(… un consejo; si tienen abuela o persona entrada en años y que con poca hacienda, tenga tiempo y paciencia, es esta tarea y menester que pueden delegarle por aquello de hacer ejercicio para la artrosis de manos y porque cansa y harta hasta reventar), en trocitos del tamaño de una uña, por poner un ejemplo, dejando reservado y cortado en trozos de mayor tamaño la parte de la corteza, vulgarmente los cortezones. Terminada la tarea busquen un paño de cocina, o un trozo de muselina de una sábana cualquiera y mójenlo con agua, depositando en sus entrañas el pan, dejándolo reposar la noche de autos y a la espera de afrontar ávidos y con empeño en el nuevo día que aflora, el cocinado de las manchegas migas, de tan exquisito plato.

    Digamos, ya lo olvidaba, que son las migas alimento de invierno cocinado en hogares con lumbre y leña, aunque en los tiempos actuales el escribidor del recetario también utilizó para su hacienda cocina de butano y hasta ¡vitrocerámica! pero hoy, en este preciso instante pensemos en el fuego y digamos que ya bullen, los estamos viendo, en la chimenea sendos maderos de encina a la espera de consumirse y quedar reducidos a brasas y rescoldos. Cuando esto ocurra, cuando el fuego sea breve y pausado, pondremos la sartén en la lumbre y cubriremos el fondo con dos dedos de aceite del molino de San Sebastián y llegado este a su ebullición, antes de que se queme, freiremos primero los trozos de corteza de pan, que una vez dorados y fritos apartaremos y después una docena aproximada de ajos rajados por su mitad, a los que rápido añadiremos unas tiras de tocino veteado, que aquí llamamos “mesao”, cortadas en trozos pequeños y que una vez doraditas y tostadas apartaremos junto a los ajos, hasta que llegue su turno y alternativa.

    Llegado pues es el momento, ya llega la etapa reina, de tomar un refrigerio, un buen vinito Raíces, un vermut del Agapito o una gorda de Isaito, o sea lo que nos venga al gusto y una tapita para afrontar con empeño y paciencia la larga travesía que habrá de llevarnos a la meta, al remate y colofón de la montaña.

    Hemos puesto la sartén fuera del fuego y en el aceite que en su fondo reposa añadiremos como medio litro de agua, diluyendo en el la sal que consideremos conveniente y al gusto. Realizado este último menester, mucho queda por hacer y poco por explicar ya que todo se reduce a volver a colocar la sartén sobre la lumbre y verter en ella el pan, moviéndolo sin parar, no se nos vaya a quemar, hasta que se vaya soltando, haciéndose como grácil y bullicioso. Será esta tarea aproximada de un par de horas que habremos de acometer con bebidas y viandas varias, bebiendo, comiendo y platicando y no se olvide el guisandero de obligar a los mirones, que deseosos están de engullir las migas, a que se afanen en la tarea de menear por riguroso turno el contenido de la sartén ya que, de lo contrario, habla la voz de la experiencia, empachado acabara de migas antes de haberlas catado.

     Y así cuando veamos que los ojos se nublan por el esfuerzo y otras cuestiones, y el pan se suelta, tiene color y textura, echaremos sobre su lecho los ajos, el pan tostado y el tocino que bien mezclado con las migas y después de otro rato de meneos nos habrá de dar el ansiado plato, que, acompañado de uvas de la manchega tierra y tintorro de Fernando Castro, hará el deleite de los paladares y el gusto de los comensales.

     PD.” En toda celebración aflora algún capullo o distraída rosa; por ello si vieran que alguien come pan comiendo migas, pueden decir que es falto de luces y entendimiento, pues comer pan con el pan, parece cosa de tontos.”
     ( ... perdone también mi osadía, este plagio de idea sin perdón, mi buen amigo Pepito Leré, que me lo puso tan a huevo, como se dice por estos rincones, que no me pude sustraer al gusanillo de plasmarla y hacerla realidad).





viernes, 4 de marzo de 2011

A Gabilondo. por su clarividencia.

                       
  


  No puedo negar que siempre he sido un apasionado seguidor de Iñaki Gabilondo. Me parece, con sus luces y sombras como cada hijo de vecino, una persona ecuánime en su pensamiento, que podrá gustar o no, pero que es consecuente con su forma de pensar y de ser. Durante años he oído en multitud de ocasiones sus programas en las mañanas de la cadena Ser y después, aunque siempre entendí que era un hombre de la radio, sus apariciones televisivas, y sobre todo, sus demoledores análisis del mundo y la sociedad en que vivimos.

  De ellos, uno de los que más me impactó, fue este referido a un caso puntualmente acaecido y que versa, una vez más, sobre el civismo y la educación en adolescentes y jóvenes, que, arropados por padres, que dicen ser colegas, son capaces de convertirse en bestias incontroladas que arrasan con todo lo que encuentran a su paso, olvidando lo que es la ética y el respeto hacia lo que es de todos. Detengan la música, que espere por un rato Serrat o quien este a la cola y escuchen amigos, oigan porque no tiene desperdicio. Y un deseo, pedirle a Gabilondo que vuelva lo antes posible a endulzarnos la mañana, tarde o noche, es igual y da lo mismo.