Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

viernes, 17 de agosto de 2012

Para tí, desde las nocturnas sombras.


Difícilmente podré expresar un sentimiento de mejor manera que a través de la poesía y más si esta aflora como un parto desde el alma. La poesía no nace cuando quiero, sale a la luz siempre que los sentimientos se derraman por los poros de mi piel estremecida. Así me pasa cuando observo una injustica contra la que me rebelo y clamo, si ante la pérdida de un ser querido el corazón se me desgarra y ante la contemplación de todo aquello que nos fue dado para ser gozado y compartido: los pájaros del cielo, la flor en primavera, el sol en la amanecida y el calor del amor de quien nos quiere y se entrega, aunque le vaya la vida en ello. Desde este testimonio un día me detuve a pensar en la estampa de mi madre, en su discurrir cotidiano cuando niño, en su vida de incomodidad y trabajo. De ahí, de ese poso, salió esta pequeña ofrenda, este canto a su vida duramente transcurrida. 
                   
            ENTRE LAS NOCTURNAS SOMBRAS

 

Como acordes he oído tus pisadas

por los largos pasillos de la casa,

penitente, esa tos carraspeante

que te acompaña cada día en la alborada.

Tus sigilosos pasos entre sombras,

recuerdo de chiquillo, te escuchaba

lentamente, barriendo los rincones

con el canto del gallo en la mañana.

¡Que costales tan duros soportaste

en los años en que todo nos faltaba!

También recuerdo largas noches de hospital

que pasaste con padre, madre amada,

las escasas alegrías que te dio

la vida, tan penosa y trabajada.

Quisiera darte madre tantas cosas,

esparcirte la luz por tus ventanas,

y te basta una sonrisa acariciada,

un momento de charla, unas palabras

para bullir feliz, ¡que poco pides!,

y cuanto a cambio entregas con el alma.





jueves, 2 de agosto de 2012

La Colina





     

 Tendrán a bien perdonar, amantísimos lectores y lectoras de estas humildes cavilaciones, mi tardanza en dar termino a este relato, más ya les advertí que ocupaciones varias y la vaguedad cerebral que me invadía eran impedimento que habría de interponerse en el cotidiano desarrollo de mis escritos. Tenía la intención de volver a poner el artículo que antecede a este que sigue referido a La Colina para darle más sentido a la historia, pero supuse que hastiados quedarían si por tercera vez les venía con el mismo cuento. Por ello, si gustan y lo consideran oportuno léanlo y continúen con este y si así no fuera porque recuerden lo anteriormente escrito, hínquenle el diente al presente y me cuentan que les parece.

     Queden con Dios, yo me quedo con la Virgen, a la espera de que las musas de la imaginación y mi odiosa ocupación de camarero me dejen tiempo para elucubrar nuevas historias. Entretanto sean felices, que es asunto sin costo y gratificante.

 

 

     Tres siluetas. Tres siluetas difuminadas sobre un humo blanco de Ducados negro. Apenas entreveo sus figuras y aun sin saber quienes son, adivino con certeza quienes habrán de ser. Detrás de lo que hemos dado en llamar barra se adivina cual Quijote cervantino la escueta osamenta de un personaje que bien pudiera proceder de los nórdicos países, pues a la usanza vikinga porta pelambre rojiza, hecho por el que aquí, en estos sagrados lugares nadie le conoce por su nombre de pila que resulta ser Antonio, sino por el apodo que como a perpetuidad lleva colgado, cual medalla de patrona excelsa, desde que arribó a los umbrales de la vida y que no es otro que El Jaro, El Jaro de los Botas. El segundo personaje que anima la reunión, y podrán comprobar que utilizo este verbo con propiedad, es Jesús, hermano del citado anteriormente. Desgrana con brotes de encendida pasión los acordes acompasados del Ojala de Silvio Rodríguez en su maltrecha guitarra, compañera de farras y de cantos de gallo en la amanecida. El tercer individuo en liza porta gabán azul y poblada cabellera, además de una barba desaliñada que le hace parecer, solo le faltan las gafas oscuras, al genial humorista Eugenio; está apoyado en la barra, con el semblante compungido y un vaso de tinto en la mano. Es mi amigo Rafael, vendedor de tortas, magdalenas y otras sabrosas cochuras todos los martes en los soportales de la plaza e incipiente abogado en ciernes; no en vano roba esta criatura interminables horas al sueño para estudiar las vicisitudes y entresijos del Derecho, camino que le habrá de llevar a volar hasta metas más altas, hacia el camino de los elegidos.

     Flota en el ambiente, no lo habíamos dicho, la música que nacida de un Sanyo monoaural con más costras que un galápago desgrana la quebradiza garganta de un jienense que comienza a ser famoso. Se trata de Joaquín Sabína, cantautor nacido en Úbeda por el que los mencionados y quien subscribe empiezan a sentir veneración, desde que conocieron de su existencia tras la grabación de un disco en La Mandrágora, garito madrileño en el que junto a Javier Krahe y Alberto Perez, y a cambio de tres mil pesetas por noche, este andaluz de Madrid, que con el paso de los años rozará la devoción, empieza a desgranar sus primeros cantos al desgarro, las primeras canciones de un devenir que habrá de ser universal. Suenan los acordes de Gulliver, una de las trovas contenidas en su segundo disco de estudio titulado Malas Compañías, cuando me acerco a la barra y saludo cortésmente. Como al unísono, los tres integrantes del clan devuelven la salutación y presto, sin demora, sin pensar en perder el tiempo, pido un chato de vino tinto de la bodega de Los Moruscos que el Jaro Antonio vierte con habilidad sobre el fondo de un vaso de caña, no en vano le viene de casta e impreso en los genes el oficio de la repostería, mientras se pierde tras la cortina que hace las veces de puerta en el hueco de la escalera, que a su vez hace las veces de cocina y aparece con un plato de café que contiene lo que parece ser la tapa, el aperitivo que decimos por estos lugares, y que es, aunque les resulte extraño, una onza de chocolate Nieto y que bien pudiera haber sido, como en otras ocasiones, un puñado de gominolas de la tienda que Santiaguillo rige en La Puente. Son las cosas que hacen de La Colina con su inquilino territorio peculiar. No se ha referido que tan concurrido lugar debe su nombre al programa de radio que presentado por Jesús Quintero y llamado El Loco de La Colina hace furor en las ondas radiofónicas cada día al filo de la madrugada.

  De cualquier manera una sombra de malos augurios y siniestros agüeros flota suspendida en el ambiente como el humo que dijimos del Ducados negro y  debe de ser entonces cuando Rafa me tiende un ejemplar del SADEMU que dormía el sueño de los justos en un extremo de la barra. No hemos dicho, tampoco había venido a propósito, que tres de los integrantes del cuarteto que forma la reunión andan inmersos en la edición de un periódico local que cuenta y da fe a los indígenas del lugar  de los hechos y vicisitudes que acontecen y hasta ocurren en la villa, aledaños y extramuros, por lo que ayudados en la tarea por la bibliotecaria del lugar, Mise para los amigos, ducha en el asunto de darle a las mecanográficas teclas de la máquina de escribir eléctrica, ponen en circulación y como de mes en mes la antedicha publicación de la que pronto habrán adivinado, queridas y queridos míos, el sentido del título, pues al no ser hora de quebrarse mucho los cascos de la mollera hubieron de pensar los editores del panfleto que la SA de Santa Cruz, la DE dé de y la MU de Mudela, formaban juntas y de corrido la antedicha palabra, que hacía honor y daba fe de que la revista era originaria del manchego pueblo de los churriegos, de Santa Cruz de Mudela.

     -Échale un ojo. A ver qué te parece el artículo de La Colina, - musita Rafa-, lo escribí ayer entre gallos y medianoche.

     Presto hojeo las páginas inmaculadas del diario y detengo los miopes ojos ochomesinos en lo citado, que viene a decir lo siguiente:

       
     El Bar es de lo más sencillo, de lo más simple: un pequeño portal de una casa deshabitada, una puerta de madera, un pasillo estrecho y cortito que te abandona en su angostura entregándote a una luz acariciadoramente tímida, surgida de allí como todo lo que allí hay, fruto de sí mismo. Todo está abandonado y mimado a la vez: la vieja tabla que sirve de mostrador, el papel pintado que cubre las paredes, algún que otro poster ajado y diríase hortera si no fuese porque carece de toda pretensión; está allí, porque está.

      Y es que, aunque nada es necesario, no se puede prescindir de nada; todo es orden y subversión de su propio orden. Incluso esa multitud de cuatro o cinco individuos que se han dado cita sin citarse, que no se conocen ni se desconocen, que “a veces te entiende”, y a veces…, a veces no sé qué hacemos aquí.

     Nada, la verdad es que no se hace nada positivo, simplemente despegarse del tiempo, sumergirse en una atmosfera atemporal y dejar que ocurra lo que tiene que ocurrir. O acaso, encogerse de hombros si de repente ves pasar un perro dando las buenas noches, observar a los enanos conspirar contra un Gulliver grande, muy grande o escuchar la última carcajada de un bandido que prepara su moto para una lenta fuga.

     En fin, una alucinación sin alucinógenos en un ambiente de los más selecto. Ambiente que solo se puede dar donde nadie se ha preocupado por seleccionar nada ni nadie (lógica contradicción). En suma una profanación de las más elementales normas de urbanidad, ¡qué risa!

     Por eso este portalito puede resultar tan irreverente a todo el que entra en él, con el triste y simple propósito de menospreciar lo que escapa de su esquema; tan encantador, al que se deja atraer por su profana llamada. Y es que nuestro portal ha surgido ajeno a las creaciones de tanto diocesillo de pro, que anda metiendo el eterno moco de la valoración donde no existen valores eternos

     Por último decir que el dueño de la cosa, sin contarnos los de este lado de la barra, es Antonio EL JARO DE LOS BOTAS, maestro del ritual que se celebra todas las noches.

Nota: Esto no es publicidad, es más bien privacidad para iniciados.

Epilogo: ¡¡¡ Menos mal que alguien se preocupa del ordennnnn ¡!!

     Todo esto y un poquito más era La Colina hasta anoche, justo hasta que el pequeño portal sintió caer sobre sí, como en un mal western, “todo el peso de la ley”.

- ¿Qué piensas hacer ahora?

- Cerrar y después ya veremos …, sacaré los papeles….

- Eso vale una pasta

     Como sin querer, cambiamos de conversación, apagamos las luces para no ver como Gulliver y sus enanos, el bandido de las carcajadas y el perro de nadie iban desfilando de puntillas, sin prisa, sin mirar atrás, sin decir adiós…. RAFA.

     


     Les cuento, y con ello viajo sin remisión al presente, que aquella fue la última noche, así lo recuerdo, lo invento o lo quiero recordar que La Colina tuvo encanto. Aquel que le daban el perro callejero, el bandido loco que reía a carcajadas y los integrantes sin aparente ocupación que veían discurrir el tiempo formando parte de una fauna peculiar: la de los que cuando Dios ideó el mundo, si así fue y así lo hizo, diseminó sin orden ni concierto por los rincones de la madre tierra; la de aquellos que no necesitan grandes cosas, ni atesoran excesivas pretensiones para ser felices con el discurrir de la vida y sus asuntos.

     Después, el bueno del Jaro, creo acertar si pienso que hasta en contra de su propio sentimiento, sacó permisos e inició las obras que convirtieron aquel portal encantador en el que solo se vendían cervezas y vino, en un bar de cotidianas costumbres y usuales maneras; uno más al uso sin el encanto del que le precedía. Tal vez por ello, a buen seguro que es cierto, más pronto que tarde le pegó, como decimos por estas tierras, una “patá” al tenderete y una noche de algún mes, en año que no recuerdo, cerró la puerta, echó el cerrojo y como levitando, andando como de puntillas puso pies en polvorosa y mando a cagar leches el invento.

     

     
     La vida y su devenir, traidor y puñetero tantas veces, quiso que tres de los protagonistas de este relato viajaran demasiado pronto al lugar de donde no se vuelve. A buen seguro, de eso no tengo dudas, que por esos lugares celestiales las están montando pardas. Para ellos, para el Jaro Antonio, para el buen Jesús y para mi amigo, mejor decir hermano del alma, Rafael Gracia. Para ellos y de ellos es esta historia.