Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

martes, 15 de enero de 2013

De profesión, parao.

  



     
     


   Apenas entreabro los ojos. Una luz mortecina se cuela por las rendijas de la persiana esbozando como difuminados los perfiles de los objetos que habitan la alcoba. Observo los dígitos del reloj que desde hace décadas reposa sobre la mesita y un escalofrío me recorre el cuerpo cuando veo que marca impasible las once de la mañana. De un empujón manta y edredón pasan a reposar a los pies del catre mientras con premura y falta de agilidad, los años no pasan en balde, me dispongo a lanzarme presto de la cama, sin lograr otra cosa que quedarme sentado en ella.  En el espejo delator del armario, a la luz del aplique encendido en la mesilla, se me dibuja el semblante cincuentón, parpados caídos, ojos miopes y patas de gallo, que, aunque no en demasía, empiezan a adornar frente y entrecejo.

   Como decía, he saltado como por un resorte impulsado al comprobar la hora tardía que marcaba el reloj y de igual manera la mente y la memoria, tan exiguas y escasas en mi caso, me han devuelto a una realidad inimaginable hasta hace poco, al triste designio que en estos tiempos casi de miseria aboca cual rebaño de merinas ovejas a todo bicho viviente hasta las colas del paro.

   Porque hoy, diez de diciembre del año de gracia, mejor gracioso, del 2012, he pasado a formar parte de la nombrada y extensa familia, de la infame casta para muchos, que después de toda una vida trabajada, con días de rosas y semanas de espinas han de volverse hasta el refugio con poco más que lo puesto. Así, de esta guisa compuesto y con el alma cayendo desmoronada hasta los pies, no puedo evitar que lágrimas de sal amarga emerjan incontenidas desde mis ojos y nubes de congoja, esa que tantas veces nos estruja el corazón hasta casi pararlo, invadan mi ser cuando soy consciente de que por el momento y si nadie lo remedia, y viendo cómo está el patio esto puede tornarse eterno, he dejado de pertenecer al selecto grupo de los que en estos tiempos de vergüenza aún tienen oficio con su beneficio.

   Y es entonces cuando me pongo a pensar en lo únicamente pensable. Es entonces cuando me hago esa ineludible pregunta que no es otra que el ¿ahora qué?... ¿Qué habrá de ofrecérsele a un cincuentón de capa caída?, a alguien como un servidor que como único bagaje en su mochila tiene cientos de miles o millones de kilómetros recorridos detrás de la barra de un bar. Entiendo que ustedes pensaran, amigos y amigas míos, algunos ya me lo han dicho, que no es momento de hundirse, que es ahora cuando a contracorriente y con el viento en contra hay que mover las alas y volar, pero una cosa es decirlo y otra el hacerlo.

   Hay buena gente que con la mejor de las intenciones me para por la calle y dándome ánimo me incita a que aproveche ahora que tengo el tiempo que nunca tuve y escriba. Y fíjense también que cuando trabajaba en horarios nocturnos de muchas horas, llegaba a casa, me daba una reparadora ducha y al calor del brasero en invierno u oyendo a los pájaros cantores en la terraza por el verano estaba horas interminables dándole al intelecto y al teclado en el primoroso afán de elucubrar relatos y tontunas con las que alimentar esa factoría que ustedes, queridos y queridas míos, para mi eterno agradecimiento han hecho suya, haciendo a su vez que este escribidor de poca monta vea colmado uno de sus más remotos sueños que fue siempre el de escribir y que le lean.

   Pero ahora es diferente. Ahora parece como que nubes negras me pasan por delante de los ojos nublando y haciendo espeso hasta el pensamiento y que un tupido boscaje me impide ver más allá de mis clamorosas napias. Además, como dicen los actuales gobernantes que presto debe quien en esta situación esté buscar de inmediato trabajo, aunque no exista ni debajo de las piedras, (…  que sutil hipocresía), uno no puede evitar pensar que se está convirtiendo en un vago señorito a cuenta del papá Estado.

   Así que aquí me tienen ustedes en la indecisión del indeciso y en el vacilante quehacer del ver pasar los días como de manera plana, aunque de cualquier forma es cierto que uno al menos tiene sus aficiones claras y es por ello que, aun a trancas y barrancas, habré de seguir con mis lecturas, con estos escritos por entregas y con la firme convicción de que como decía mi abuelo Santiaguillo, ¡qué gran sabio analfabeto!, no hay bien ni mal que cien años dure, aunque no quiero pensar en la segunda parte del refrán que viene a decir aquello del que tampoco hay cuerpo que aguantarlo pueda. Queden ustedes y ustedas, amigos y amigas míos con Dios, que yo me llevaré a la Virgen, a quien supongo menos ocupada, para ver si se digna en darme algo de luz a la hora de ver el final de tan tenebroso túnel.