Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

lunes, 30 de mayo de 2011

La veleta y el Botones.




     

     El munícipe en esta ocasión no está sentado en el despacho. Muy al contrario, se encuentra en la plaza del pueblo acompañado del alcalde José Antonio y de Cecilio que es el aparejador, el técnico experto en obras y construcciones. Les acompaña a su vez Ángel Bravo, a quien todo bicho viviente en el pueblo apoda Botones, en honor, cree el escribidor entender, a largos años de oficio en los asuntos administrativos y de oficina, donde empezó siendo un muchacho y terminó jubilándose.

     Están absortos. Contemplativos observan, como elevan a las alturas la veleta que habrá de ondear en la cúpula del nuevo edificio del Ayuntamiento, el que acaba de inaugurar en fechas cercanas el presidente de Castilla-La Mancha, José Bono. Este asunto de la veleta es una cuestión perseguida con denodado encono por el mencionado Botones. Desde la puesta en marcha del consistorio no ha parado de insistir al alcalde y concejales que un ayuntamiento sin veleta es como un jardín sin flores. Así que ante la insistencia del susodicho y sometido el asunto a debate, se llegó a la conclusión de que la idea era aceptable y presto se encargó al artesano correspondiente la elaboración del artilugio que habrá de mostrar, con exacta precisión, de que punto cardinal nos sopla el aire que corre por los rincones del pueblo y sus moradores.

    Terminados pues quedan en un par de horas los trabajos y ya ondea lozana y bella la veleta contra el viento, aposentada en las alturas. Así, la cohorte de curiosos que miraban y comentaban el izado del armatoste se empiezan a encaminar, unos a su casa a comer el diario sustento y otros menos precipitados al bar, a tomarse unas cervezas fresquitas. Es entonces, cuando en un aparte, el inventor de la idea, se dirige a este pobre munícipe para instarle a que brevemente y en corto plazo, componga una poesía, una oda que glorifique y exalte al aparato giratorio. En una primera instancia permanezco embelesado, y atónito me pregunto si será cierto lo que mis sentidos intuyen; la certeza de que este hombre me pide, quedándose pancho y tranquilo, que me saque de la chistera una lirica composición al trasto volátil, cual si de una enamorada doncella se tratara.

     Puede imaginar el lector, que como se suele decir, largas le doy al asunto, a la vez que argumento la complejidad de la cuestión y así uno por un lado y el otro, por el contrario, nos damos la despedida y a otra cosa mariposa. Nada que reseñar habría de no ser porque a la mañana siguiente, al subir la escalinata que conduce al consistorio, lo encuentro cual guardia suizo a las puertas del Vaticano, a la espera de mi llegada. Me hace entrega solemne, con explicaciones y detalles incluidos, de una nota donde esboza y da pinceladas de los hilos compositivos del poema que haga alabanza a la veleta y haciendo que me sienta como ratón entre gatos, he de admitir que comprendo que no hay escapatoria, que no tengo más solución, ni pertinente medida que acometer el encargo con premura y dedicación, so pena de quedar chiflado, ido y sin solución. Con el paso de los días nada viene a la cabeza y engañar debo al padre del instrumento, diciéndole que estoy en ello, cuando las musas huidizas no pasan por mi cabeza.

     Han pasado días, tal vez semanas, cuando observo el diario trajín del pueblo y sus moradores a través del balcón del consistorio y es entonces cuando traslado mis ojos miopes a la veleta, que está justo encima de mi cabeza, dándole vida a la idea que habrá de satisfacer, complacer y hasta gustar al buen amigo Botones.

 

                                                                  

Mirando desde la altura, el lento pasar del tiempo

viendo como cada día, corre la vida en el pueblo

de  como unos se casaron y otros se han ido muriendo

y ahora corren por la plaza, los que hace poco nacieron.

Altiva sobre el tejado, ve conversar a los viejos

de recuerdos y añoranzas, de tiempos que no volvieron

a “ Jaito” recordando, sus tiempos de sartenero

y en la puerta de su casa, mira el  “Botones” al cielo

observando negras nubes, que amenazan aguacero

lluvia sobre los tejados, barro sobre los barbechos.

También contempla altanera, quien llega al Ayuntamiento

quien sube las escaleras, quien dobla por las esquinas

el Clio del “ Colorin ”, el puro del  “Gasolina”

los portales del Mercado, la gente que va a Correos.

Y arriba como un guerrero, luchando contra los vientos

ve pasar parsimoniosos, lentos días discurriendo

el  “Patito” con su cine, Javi en la carnicería

Jesús que va a la Campana, Pedro ”El Charreto barriendo.

Al cartero y sus seguros, Isaito y los helados

el Alcalde con el Rover,  “Pote” la carne vendiendo

en el fondo, de un plumazo, la vida yendo y viniendo.

Nacida por el tesón de “El Botones” Ángel Bravo

enclavada en las alturas por Santiago Ruiz “Chipena”

fue creada entre las manos de Andrés Muñoz “Colorin”

siendo Alcalde de la villa, el que apodan “El Bajillo”

estos versos le compuso el nieto de “Santiaguillo".

 

 A quienes sois del lugar poco hay que añadir, porque a todos los reseñados habréis de conocer, aunque algunos tristemente ya nos han abandonado. A los foráneos de la villa, poco habrá de importarles quien es cada cual sin conocerlo; simplemente decir que fue un retrato de lo que vi y también imaginé en aquel momento maravilloso, cuando al fin me vi aliviado de la carga que, sin quererlo, ni buscarlo soportaba. ¡Son las cosas de la vida y sus asuntos!




sábado, 21 de mayo de 2011

Nuevamente a galopar, hasta enterrarlos en el mar.

     
   La tertulia se desarrolla en Radio Nacional. Los tertulianos, en un ambiente distendido y relajado, comentan con una nota de sarcasmo el eco de las protestas que en la Puerta del Sol madrileña y en las plazas de otras ciudades del suelo patrio, están apoyando millares de españoles bajo el lema contundente que dice: DEMOCRACIA REAL, YA. Los señores enunciados disertan y opinan, (es cosa que suelen hacer habitualmente y hasta el empalago en todas las cadenas de radio y televisión que tengan a bien pagarles por escuchar sus repetitivas disertaciones), sobre algo que, a todas luces, así lo intuye el escribidor de estas líneas, les viene largo y como de pasada y que gustarían a buen seguro de obviar, si no fuese porque es noticia de primera plana. Piensan, y así lo exponen y comentan, que el asunto en cuestión será flor de un día, asunto banal y pasajero que se habrá de esfumar como el humo en el olvido.

   No olvidan, pues no es cuestión que deban obviar, que sus excelsas personas vivieron más crudos momentos de lucha en la época que les tocó vivir y exponen, con pelos y señales, como no les eran brindadas las oportunidades que aún con las dificultades presentes, ofrecidas son en bandeja a los díscolos manifestantes, mientras entre risas y chanzas comentan, aludiendo claramente a uno de los cabecillas de la revuelta, que no hay nada mas burgués, que un abogado opositando. ( .. no consigo entender el porqué). En estas y otras gilipolleces, andan perdidos, cuando el presentador da entrada a una oyente del programa que dice llamarse Cristina.

   Lo que acontecerá a continuación es un brillante alegato a favor de la dignidad del ser humano, a la defensa del sagrado valor de creer en algo, aunque sea tan intangible como la utopía. Serena, reposadamente, con exquisita educación y una oratoria que para ellos quisieran muchos señores diputados, explica como a niños del parvulario, que no solo es gente joven ( … dice tener cuarenta y seis años) quien protesta echándose a la calle. Allí se han congregado todos los que están hartos de la inoperancia de banqueros, políticos, empresarios y otros especímenes pertenecientes a esta caterva, que viven en jaulas de oro, abstraídos en su mundo de acomodadas poltronas. Después, para dar buen remate a la faena, señala que lo verdaderamente vergonzoso es que en un programa de la radio pública, financiada con el dinero de todos, tengan cabida semejantes personas y personajes, mientras les hace ver que no es este, modelo de sociedad que tanto defienden, aquel por el que lucharon padres y abuelos, ese que entre unos y otros, están barriendo de la faz de la tierra, enterrando en el fondo de los mares, valores que eran sagrados.

   En honor a la verdad digo, que personas como Cristina, me ayudan a seguir creyendo que no es esta una sociedad muerta; que aún sigue habitando entre los mortales el deseo justo de hacer un mundo mejor. Y digo también que se me remueve el ser cuando veo a esa marea humana unida bajo un mismo lema, que solo viene a pedir que se instaure de una vez por todas la cordura y el entendimiento, para que tanto volandero vividor del cuento chino, ponga los pies en el suelo y tenga clara conciencia del mundo que ofrecen para vivir a la inmensa mayoría de pobladores del suelo patrio, ese que ha pisado, y de que manera Dominique Strauss-Kahn, sacrosanto Dios de las finanzas que debía creerse intocable, siendo, como parece ser, una olorosa flor de estercolero.



 







                            
                        








lunes, 16 de mayo de 2011

De cines y proyecciones.





    


   

  En la década de los sesenta el cine tuvo un auge inusitado. Se pusieron de moda las grandes superproducciones norteamericanas financiadas por Samuel Bronston que por cuestiones de presupuesto, eran rodadas en España. Precisaban aquellas películas de millares de extras, en grandilocuentes escenas de batallas y acontecimientos que transportaban al espectador hasta las heladas estepas rusas o a los sangrientos días del Imperio Romano, ignorando este que lo que estaba viendo en la pantalla eran los campos de Soria y los desiertos de Almería. Los españoles estaban empezando a salir del túnel que les había mantenido durante décadas entre el hambre y la desesperanza. Eran los años en que todo el que podía se compraba un seiscientos y un aparato de radio para seguir los fastos europeos del Real Madrid. Pero también eran tiempos en que los habitantes de la España pobre, la de Andalucía, Extremadura y la Castilla llamada La Nueva, tenían que emigrar hacia otras tierras más prósperas y florecientes como Cataluña y las provincias a las que el régimen había llamado Vascongadas, donde eran reclutados como mano de obra barata para desarrollar trabajos infames que no querían hacer los naturales del lugar.

      Y en este panorama donde la televisión aún no había hecho su aparición y la radio era el único entretenimiento para evadir tanta miseria, el cine apareció como bálsamo de Fierabrás, dulcificando el cotidiano discurrir de aquellas vidas anodinas y sin sentido; llevando ilusiones y esperanzas, haciendo que las gentes evadieran sus mentes enclaustradas, disponiéndose para viajar por lugares maravillosos a donde ni siquiera la imaginación podría haberlos transportado. Sus mentes ignoraban que pudiera existir todo lo que en las películas les era mostrado y tal énfasis ponían aquellas gentes en su visionado, que era normal observar cómo aplaudían con deleitación cuando el protagonista besaba a la heroína o silbaban y abucheaban sin compasión al villano a quien el héroe sometía sin compasión.

     En los tiempos en que discurre esta historia el cine del Pato subsiste contra viento y marea, pero a caído irremediablemente en el desuso obligado al que lo han remitido las bajadas de internet y la televisión a la carta. El cine del Pato es inmenso, destartalado, de una fealdad que hiere y maltrata los sentidos. En el cine del Pato olía en las tardes del domingo a efluvios de semen y vahídos de menstruo, salpicados por los eructos que Villena emitía con grandiosa sonoridad mientras todos los asistentes pelaban pipas con fruición. Eran pipas de Emilio Arias Salgado, fabricante de Alcázar de San Juan, que vendía Santiaguillo en su tienda de la Puente. Tiraban las cáscaras al suelo, entonces no había tanta finura y pulcritud. Después los Patitos las barrían y guardaban para alimentar la caldera de la calefacción, que se tragaba, cual monstruo de siete cabezas, lo que le iban echando: cascaras de pipas, recortes de entradas y todo lo que arder pudiera en aquel horno de Pedro Botero.
      El cine del Pato era un local al uso de la época, descomunal y desvencijado, con setecientas butacas que han soportado los traseros olorosos de varias generaciones de santacruceños que deglutiendo bolsas de pipas y maíz tostado, han visto pasar los días y los años mientras mascaban chicles Bazzoka y bebían gaseosas de La Prosperidad, visionando las películas de John Whayne y Manolo Escobar.

  El Pato era Ladislao Muela, propietario del local, hombre orondo, de boina calada hasta las orejas, de grandiosa humanidad y más sordo que una tapia. Ladislao Muela era el encargado de rajar las entradas que vendía en la taquilla su esposa Eloísa y a quien todos preguntaban al adquirir su localidad:

¬- Eloísa, ¿Qué tal está la película?

 A lo que ella contestaba invariablemente, mientras dibujaba una sonrisa desdentada:

- Al final, muere ella.

  De la proyección se encargaban sus dos hijos, acreditados cámaras que habían obtenido el título correspondiente en Madrid. Debieron aprender en aquellos inmundos rincones todo lo pertinente al desarrollo de la publicidad en tan floreciente empresa. Por ello durante los descansos en la proyección de los largometrajes, que sufrían cortes innumerables, difundían variada publicidad de locales y comercios del pueblo. La difusión se hacía a través de cristales donde se escribían con rotulador los anuncios que después eran colocados en la cámara para su proyección. Proyección cansina y anodina, que reventaba los nervios de la concurrencia provocando aburrimiento y cansancio. Así, los pitos y abucheos nacían y crecían por doquier, mientras la masa iba y venía a la tienda que estaba situada a la entrada del cine a comprar chucherías y cervezas con las que matar el tedio y la desgana. En medio de todo este cirio, la concurrencia entraba y salía, porque la sesión era de carácter continuo, y las linternas de Manolo y de Chasquillos acomodadores al uso, iluminaban a diestro y siniestro dejando al descubierto los besos, toqueteos y arrumacos de las parejas que se asobinaban en las butacas.

  El otro cine del pueblo era el de Antonio y tenía el porte majestuoso desde la misma entrada. Desde el patio de butacas se podían ver los dos pisos superiores. Uno a la altura de las máquinas de proyección al que denominaban club y otro en lo más alto, como perdido en la lejanía, al que llamaban general. Allí, a falta de butacas, aposentaban sus posaderas en bancos corridos de piedra los que menos recursos tenían para pagarse la entrada, los muchachos de corta edad que desde aquellas alturas y amparados por el anonimato disparaban a los de abajo todo tipo de proyectiles; ya fueran pelotillas de papel, bolsas con cáscaras de pipas o lo que aún era peor, algún que otro salivazo, denominado vulgarmente pollo. También se proyectaban las películas en sesión continua y entre descansos e intermedios, los concurrentes salían a comprar las guijas y los altramuces que vendía la Ulpiana en un puesto que tenía en la puerta de su casa, que estaba a la vera del cine.

  En el cine de Antonio prestaban servicio de acomodadores Jesusillo “Lubumba” y el Cata, además de otros a los que ya no recuerdo y tenían por ineludible deber velar por el orden y el decoro de aquel lugar en el que había que evitar por todos los medios sobos, toqueteos y otras manifestaciones que se daban en el hombre, sometido a la abstinencia, en lugares oscuros y recogidos, cuando está en compañía de una buena hembra. Antonio Laguna, dueño a la sazón de la sala, era hombre recto, de ideas firmes y al llegar Semana Santa, durante los días del jueves y el Viernes Santo suspendía la proyección de películas de todo tipo para incitar al decoro y el recogimiento de los habitantes de la villa. Era este, momento que aprovechaba el Patito, mortal de menos escrúpulos, que pensaba que el negocio es el negocio, para hacer el agosto proyectando películas a mansalva. En contrapartida, como algo que se escapa al común entendimiento, creo recordar que fue en el Santa Cruz, que era su nombre originario, donde se empezaron a proyectar las primeras películas de destape. Aquellas en que Amparo Muñoz y Nadiuska enseñaron por vez primera a los españoles, como eran un buen par de tetas visionadas en el cine. Había quien asistía a la proyección de la película tantas veces, que avisaba a los demás concurrentes de la llegada de alguna escena de desnudo vociferando: “que ya viene, que ya viene”, alertando a los asistentes a que afinaran vista y oído para no perder el más mínimo detalle. Solía ocurrir que en los momentos de máxima tensión quedaba cortada la proyección al quedar terminados los carburos que suministraban energía luminosa a la cámara de proyección., liándose entonces una algarabía de mil demonios que terminaba siempre con la puesta de patitas en la calle de los sujetos alborotadores. A veces había campañas concertadas entre el propietario del cine y el distribuidor de gaseosas La Casera y previa presentación de un número indiscriminado de las fundas de papel que tapaban las bocas de las botellas, se podía acceder gratuitamente al cine y disfrutar de alguna de las películas que en la Costa de Sol filmaba Manolo Escobar.

  Fue también en el Santa Cruz donde tuvieron lugar las primeras revistas de destape que llegaron al pueblo y era de uso común observar, como otros observaban, a los que pasaban a disfrutar de aquellas maravillosas funciones, donde actrices de poca monta, procedentes del mundillo del teatro, hacían el agosto enseñándoles las tetas a todo el que se pusiese a tiro.




sábado, 7 de mayo de 2011

A quien corresponda.

     

  

 

   El escribidor ha de decir en honor a la verdad que tiene pocas ganas, mejor decir ningunas de darle al asunto de la escritura. Lleva unos días como atacado por una fase aguda de vagancia. Debe ser que con la llegada de la prima Vera se le han introducido por el cuerpo y en el alma eternos mareos de perro. Con el sueño asomándole por encima de las gafas y sin saber muy bien por donde encaminar sus pasos escribidores, ha dado en pensar que podría hacer un esfuerzo para escribir algo que haga referencia al sobrevenido hecho de que ya tenemos encima otras elecciones, unas más que echar al saco. Piensa también que así, como a lo tonto, han pasado doce largos años desde que dejó el consistorio santacruceño, las tareas de gobernanza del patio con sus gallinas y es que no en vano también, y esto ya le gusta menos, está a un paso de colgarse el medio siglo de existencia a las espaldas y eso, lo quiera o no, da para mucho que decir y demasiado que contar. Hechos estos incisos, a los que el escribidor tiene acostumbrados a sus pobres y sufridos lectores, es hora llegada de entrar en el meollo de la cuestión, en el asunto de las elecciones, con lenguaje más adecuado y conciso.

 Esta madrugada, mientras hacía las rutinarias tareas en el trabajo, miraba a ratos la televisión, costumbre esta por el contrario, poco acostumbrada en mi cotidiano vivir y veía, con asombro y perplejidad, el arranque de la campaña electoral, pudiendo vislumbrar, no hace falta ser muy ducho para darse cuenta, la que nos viene encima, la que nos cae sin querer. Vienen días, amigos y amigas, de tirarse los trastos a la cabeza, (esto por mucho que lo camuflen, más que elecciones autonómicas y locales, son unas generales anticipadas), de poner de hoja de perejil al más “pintao”, de decir en resumen lo que a cada cual le plazca sin tener en cuenta, pienso yo, al más “sagrao”, que es el de a pie, el currito sin curro ni porvenir que se empieza a quitar el hambre, con perdón, a base de sonoras hostias.

   Me pregunto, si aún no se han dado cuenta estos hombres y mujeres, seres al parecer de otras recónditas galaxias, de que la plebe, que a fin de cuentas es lo que les parecemos, esta literalmente, perdonen la expresión, hasta los huevos, de mentiras, falsedades, insidias y pantomimas. Tengo claro y no me engaño, conozco bien este mundo, que no es fácil el arte de la gobernanza, el tener contentos y satisfechos a todos. Mas pienso y creo que para ser leal y honesto hay que ir siempre, y digo siempre, con la verdad por bandera y eso cada vez ocurre menos en el oficio del politiqueo.

   Recuerdo, como si de ayer mismo se tratara, la época de las primeras elecciones en las que aún no pude votar. Viene a mi mente con nitidez el miedo soterrado que todavía campaba a sus anchas. Miedo a ir a mítines, a ser tachado de rojo, a coger una simple octavilla del suelo, a decir lo que se pensaba. Recuerdo a los fornidos mozos de Fuerza Nueva, iguales a muebles de rustica apariencia, colocados en posición marcial a las puertas de las escuelas del Jardinillo, vigilando el orden y el buen desarrollo de los mítines del líder. Recuerdo igualmente, con nostalgia, a mi tío Francisco, que desde el pueblo de Puertollano se trasladaba hasta Santa Cruz en un 124 desvencijado, con dos altavoces en la “vaca”, emitiendo soflamas y mensajes del Partido Socialista, y recuerdo, parece que lo estoy viendo, como a mi padre, siendo calvo, se le erizaban los pelos de la cabeza mientras, perdonen nuevamente los lectores, se cagaba en la leche puta al ver a su hermano en menesteres tan revolucionarios.

    El tiempo pasa y como dice el cantor “nos vamos haciendo viejos”, pero está tan cercano lo que cuento que puede tocarse con los dedos extendidos de la mano. Por ello, por aquellos tiempos pasados y los que vinieron después, difíciles y complejos, se me antoja tarea dificultosa digerir y ver, como esta clase que ahora nos gobierna, tanto unos como otros, arroja al pozo del olvido la memoria, arruinando en poco tiempo lo que costó décadas de esfuerzo. Por ello, y termino, hago mías las palabras de Serrat allá por el 81, y ruego a quien corresponda qué: “se sirva tomar medidas, llamar al orden a estos chapuceros, que lo dejan todo perdido, en nombre del personal”; y nada más. Queda dicho y dicho queda.