Buenas noches
amigos. Muere un abuelo. Llega su hijo. Pregunta que donde lo van a llevar. No
saben que contestarle. La enfermera, que ha estado junto a él hasta su muerte,
le dice que ha estado bien y se ha ido en paz. Y el hijo, todo serio, en el
pasillo, comienza a aplaudirla.
Hemos cambiado en la manera en que recibimos el desgarro de
la muerte durante esta pesadilla. Así lo cuenta una Auxiliar de Enfermería del
hospital Gregorio Marañón acostumbrada a de ver cada día como se afrontan las
perdidas. Dice, que los familiares ahora no lloran, que no protestan, que no
dudan, que sienten una gratitud inmensa hacia ellos y se sorprenden de la
dignidad y la entereza que muestran en tan difícil trance mostrando una actitud
cordial, un afán de no querer molestar en ningún caso, de dejarse ayudar. Y no
es eso algo habitual. Antes de que asomase el bicho, la muerte, sobre todo la
inesperada, generaba protestas, desconfianza y llanto. Algo entonces está
cambiando.
Pese a ello, leo la columna que en El País escribe habitualmente Javier Sampedro y no puedo estar más de acuerdo con él en todo su contenido. Intuye que “se están equivocando los analistas, que parecen en exceso confiados en que esta lacra que nos consume transformará y hará mejor a la sociedad. Duda, a su vez, de que este caos genere un mundo más luminoso que el anterior. Que vayan a cambiar las prioridades de la política y las doctrinas de la economía. Esta no es mi primera pandemia, dice, aunque si la peor. Y vislumbro, continua, por experiencia lo que ocurrirá cuando esto acabe. La gente se olvidará del coronavirus, los daños económicos acabaran asumidos por las clases medias y bajas, la ciencia volverá a no importarle un carajo a nadie y la desigualdad intolerable seguirá mediando en unos sistemas económicos que ya estaban cuando esto empezó al límite de la maldad. Llamadme cenizo, pero ya empiezo a estar harto de tener razón, como decía el matemático loco de PARQUE JURASICO cuando se escapó el tiranosaurio.
La opinión pública, continua, es muy fugaz y
antojadiza. Los medios están volcados en la pandemia porque, de momento, nadie
es capaz de pensar en otra cosa. Pero, en el preciso instante en que el
confinamiento se relaje y se descubra una vacuna eficaz, los periódicos y los
telediarios se tendrán que dedicar a otra cosa porque el público estará
estragado del coronavirus y querrá volver a su pan nuestro de cada día. Y los
medios, nunca lo olviden, se deben a su público. Una parte de la prensa, fiel a
a la voz de sus amos políticos, ya no ha podido aguantar más y ha recuperado su
estrategia imprudente de derrocar, a cualquier precio, a este gobierno
infectado de comunistas, con el agravante nauseabundo de utilizar una grave
crisis nacional, e internacional, para sus propios intereses. ¿Imaginan
entonces lo que habrá de ocurrir cuando acabe la pandemia? NADA.
El empleo se pierde a chorros. Ya se perdió en la crisis del 2008 y la vida del personal no mejoró mucho cuando llegó lo que dieron en llamar recuperación. Trabajo basura, contratos por horas, pérdida del poder adquisitivo, penalidad y miseria. La desigualdad no solo siguió siendo como era antes, sino que se hizo aún mayor. Ahora, creemos que somos más sabios, que aquello no se volverá a repetir, pero no nos dice eso la realidad. Ya lo hemos empezado a ver con la insolidaridad de los países más ricos de Europa”. Un análisis certero y, por desgracia, magistral de lo que muy probablemente ocurrirá cuando lleguemos hasta el fondo del pozo negro y empecemos la subida a la búsqueda de luz. Nada nuevo bajo el sol. No hay ninguna novedad.
Sería de necios negar que vivimos un drama de
colosal magnitud, Pero convendría recordar que no es el único que acontece a lo
largo y ancho del mundo. Cuando iban cerca de cuarenta mil personas fallecidas
de a causa del virus, también habían muerto casi tres millones de personas por
hambre, un millón y medio por no haber recibido atención médica, setecientas
veinte mil por accidentes de trabajo, noventa y seis mil mujeres por no haber
recibido atención en el embarazo y seiscientos setenta y dos mil niños habían
nacido muertos por idéntica razón. Y esto se viene repitiendo a lo largo de
años y décadas. Pero nos suele pillar lejos y nos importa un carajo. Ahora,
como el peligro acecha detrás de la puerta, nos cubrimos con la manta muertos
de miedo.
En el colmo de la más rancia estupidez leo, en
un periódico de Jaén, que vecinas de la localidad de Porcuna han celebrado la
Semana Santa saliendo en procesión, sin santos ni carrozas, y a pesar del
estado de alarma y de la orden de confinamiento, haciendo bueno el dicho de que
la realidad supera siempre con creces a la ficción. Nueve espabiladas, o mejor
cortas de luces, desfilaron de negro, con sus velas y sus mantillas a la
española por las calles del municipio pensando, quizás, que con tan sentido
acto salvaban al mundo. En este país de acémilas retrasadas parece ser que es
irrenunciable el renunciar, por el bien de nuestra propia integridad, y por un
año, al hecho de exteriorizar públicamente, y con golpes de pecho, el arraigo profundo
a tan vetusta tradición. Y así nos va.
Por ello, quiero hablar ahora de algo también
relacionado con la religión mucho más tangible y necesario. Hoy me siento en la
obligación de agradecer la hermosa labor que han realizado Don Amadeo Y Don Justino,
sacerdotes de nuestro pueblo que, a falta de feligreses que pudieran asistir a
la misa de este Domingo de Ramos inusual, han tenido la feliz ocurrencia de
transmitirla para todos a través de Internet y del Youtube, confirmando con
ello que siempre se pueden generar iniciativas buenas a través de las nuevas
tecnologías. Y no cabe duda de que el éxito obtenido ha sido multitudinario
puesto que más de mil quinientas almas la han visualizado a través del
canal de la parroquia. Cuando se reanude la normalidad, y de seguir en persona
esta tendencia, van a tener que alquilar el Wanda Metropolitano para poder
tener más amplitud y aforo a la hora de decir la misa. Seguro que tienen mano.
Los dos son colchoneros como este que les escribe.
Me voy a despedir con el deseo de que se
quieran. Den su corazón a quien se lo pida, cobíjenlo bajo su techo y denle lo
que le resulte necesario. Pero háganlo de modo que parezca una cosa natural y
espontanea. Y que nunca sepa su mano derecha lo que la izquierda está haciendo.
Gracias por todo. Hoy me quedo en la grata compañía de Nina Simone.
Razón llevas amigo Mauro.
ResponderEliminarMas bien, hoy hice mías las razones de otro. Son de cajón. Buen día, con sus viandas y caldos. Un abrazo.
EliminarPues sí, esa e la cuestión, el drama éste ""lo olvidaremos"" , si no enseguida, en una generación. Porque el lema del humano es No aprender NADA...Desgraciadamente..Una servidora Juana (la que te debe una cerveza)
ResponderEliminarSi es en una generación no estaría mal porque, al menos a nosotros, ya no nos afectaría la vuelta a la hecatombe. Pero me da que lo fías demasiado largo. Tu también me debes cervezas?. No me acordaba. Va a ser un gusto salir de bares cuando esto acabe. Un abrazo.
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