Empiezo lo que he dado en llamar
DIARIO DE INCERTIDUMBRES el día en que se cumplen cuatro de encierro y
reclusión, cual monja de clausura en un convento a la orilla del río Tormes,
por la aparición de ese enemigo invisible al que llaman CORONAVIRUS que siendo
elemento que ha llamado a la puerta sin avisar, sin que le hubiese invitado
nadie, y que dado además su infausto nombre, Corona y virus, servido de
golpe, y como en coktail en tarde de agosto rodeado de tábanos, intuyo que debe
de ser, y es, más dañino que la rabia.
Y lo hago, que ironía, la víspera
del día en que había de viajar hasta la tierra de la Gran Bretaña a visitar a
mi hija Amparo, que andaba por esos lugares completando su año de aprendizaje
de inglés, en eso que todos conocemos como las becas Erasmus y de donde tuvo
que volver a todo gas, como el bólido de Emerson Fittipaldi en la década de los
70, el pasado sábado apremiada por las recomendaciones de mi santa, que es su
madre, y las de un servidor, que es su padre (…y en la casa El Agonías), que a
pesar de poder serlo a retazos, tenía claro desde hace unas semanas que el
panorama que se aventaba no era el más adecuado para emprender tan placentero
viaje. Quien me iba a decir a mí que sería el pasado viernes, en que anduve con
mi cuñado torero por los Jardinillos de Cárdenas a por agua, el último día en
que, al menos de momento, iba a poder moverme con la plena libertad a la que
llevábamos decenios acostumbrados.
Y digo esto porque es ahora, en
estos días en que privados estamos por el bien de nuestra salud y la de los
demás, del tránsito libre de nuestros espacios y calles, cuando nos damos
cuenta del valor de la libertad y de tantas pequeñas cosas que esta sociedad
caduca y consumista en que vivimos se ha ido encargando de arrinconar.
Es ahora, igualmente, cuando somos
conscientes y empezamos a valorar, y no me caben dudas de que tendremos tiempo
de hacerlo aún más, el calor del abrazo que no podemos dar, el beso que no
dimos y ahora nos parece necesario y la charla con el amigo al que alguna vez
denostamos y vilipendiamos.
Vienen tiempos en los que, por unas u
otras razones, habremos de cambiar drásticamente los patrones de lo que fueron
nuestros parámetros de vida y no tengo duda alguna de que cuando pase este mal
sueño, estaremos moldeados con otra escayola y seremos, para nuestro bien, más
humanos, más solidarios y más considerados con la crítica. Mejores personas.
Así al menos prefiero creerlo.
Vivo, para mi suerte, en una calle del
pueblo poco habitada y apenas transitada en estos días. Aprovecho esta
circunstancia para dar un breve paseo de una esquina a la otra y hoy me
encontré con un conocido agricultor que llevaba a cabo a lomos de su tractor
las tareas de desinfección que se están llevando a cabo en las calles de la
población.
Y
al verlo, me vinieron a la cabeza esos cientos de películas, que todos hemos
visto alguna vez, en que se viven desastres, epidemias y pandemias que amenazan
con destruir el mundo mientras todo se revuelve en un mar de caos y desolación.
La notable diferencia ahora, aunque también vivamos un desastre que nadie
suponía y que a todos sobrepasa, es que el personal empieza a ser consciente de
que solo el estricto cumplimiento de las normas que se han establecido nos
podrá llevar hasta el triunfo en esta guerra de enemigos invisibles.
Gracias a tod@s los que cada día
ponen en riesgo su salud para que los demás sigan con su ayuda subsistiendo.
Ahora es cuando tenemos plena conciencia de lo débil y pequeño que resulta ser
el ser humano.
No hay comentarios: