Escucho al levantarme la voz de Iñaki Gabilondo. Siempre tuvo sus
detractores. Sobre todo, porque suele decir sin rodeos lo que piensa y ello es
algo que molesta a los afines a la creencia extendida de que “todo el monte es
orégano”. Reconozco que su pensar suele ser otra de mis banderas. Y, más o
menos, y con sus junta y pega, les cuento como advierte de que en medio de este
drama de ignoradas consecuencias empiezan a volar los buitres en busca de su
carroña. Una turba de carroñeros que se lanza al ataque aprovechando el acojone
y la debilidad que impera en medio mundo. Dice que son una minoría que, a su
vez, son demasiados. Y abajo, en el subsuelo, está el rebaño de los imbéciles,
del que venimos hablando largo y tendido durante estos días, esos que se toman
este cataclismo como si tratara de unas vacaciones comportándose de manera
incivil y yendo incluso de botellón. Son imbéciles con un alto grado de
criminalidad. Sobre todo, los que conducen borrachos. Y hay otros aún más abajo
que van como de graciosos infectando las redes con patrañas y bulos concebidos
de antemano para crear pánico, aunque al parecer piensan que da mucha risa.
Y ahí tienen a los servicios de
seguridad del Estado, que bastante tienen con lo que tienen, activando sistemas
digitales para neutralizar a estos y a otros que, como comentábamos ayer, están
lanzando ataques a la red informática de los hospitales con la intención de
pedir dinero después por su rescate. De miserables.
En estos tiempos tan dados a mostrar
nuestra opinión en las redes sociales observo como aparece en los perfiles de
gente conocida una entrada en la que se da por seguro que diversas empresas,
que en verdad son casi todas multinacionales de muy variado pelaje, han donado
dinero para la adquisición de mascarillas, camas, ropa y diverso material
sanitario, mientras que son muchos los hoteles de la capital del reino los que
han puesto al servicio del Estado sus instalaciones para que en ellas alberguen
a los que enferman por causa de esta plaga. Hasta ahí todo va bien. Lo
estropean después cuando, (… como no iban a recitar los del adusto ademán su
Cantar de los Cantares), aseguran, aunque dudo de que sea en su totalidad
cierto, que una poblada lista de conocidos personajes afines a la izquierda
encabezada por el Wyoming, los Barden, Almodovar y Pablo Iglesias, no ha dado
ni un solo euro para tan noble causa. De ser cierto, que puede que lo sea,
sería de agradecer que hagan público igualmente y lo publiciten cuanto han dado
Casado, Abascal, Bertín Osborne, Francisco Rivera, El Duque de Alba y otros
muchos más afines a su causa y de cuyo nombre prefiero no acordarme. Díganme,
¿Creen ustedes que se puede perder ahora el tiempo en semejante banalidad?
Esperen a que pase esta ola gigante y vayan después a la caza de tanta opulenta
ballena. Tendrán tiempo. Se lo aseguro.
“Hoy emerge una pregunta. Una duda filosófica que se
remonta casi al origen de la humanidad: el gilipollas ¿nace o se hace?
Entendiéndose por gilipollas aquella persona que se cree con derecho a todo y
que puede aprovecharse de los demás por ser más rico, más poderoso, más
inteligente o lo que sea y que, además, es especie que suele mostrarse reacia a
escuchar críticas sobre su conducta. Esta figura va en aumento en nuestra
sociedad. Aparece por todas partes. Desde el que sale estos días a pasear a su
perro de peluche o a la caza de Pokemon, hasta el político que compara el
coronavirus con un embarazo (… léase el presidente de Brasil) y no toma medidas
para frenar su expansión, pasando por el que sale al balcón a increpar a un
transeúnte sin saber adónde va( a lo mejor es un sanitario que regresa a casa
después de catorce horas en un hospital) o el que difunde bulos en la red por
el simple hecho de sentirse importante con un click.
O sea, que hay gilipollas para dar y tomar y en todos los ámbitos.
Aunque yo prefiero a la otra gente. La que es, además, mayoría, la que estos
días las está pasando canutas, la que llora la muerte de alguien sin poder
siquiera despedirse, la que resiste sola y angustiada en casa, la que está de
los niños hasta la coronilla – pobres niños – la que ha perdido el empleo y teme
por su futuro y que, aún así, pelea. La gente que se saca conejos de la
chistera para que lo pasemos lo mejor posible”. Así ha empezado esta tarde LA
VENTANA de Carles Francino y me ha parecido una reflexión genial.
Termino de escribir esta entrada en
el diario y cuando me dispongo a editarla en el blog me surgen multitud de
problemas. Estoy a un paso de tirar el ordenador por la ventana cuando oigo el
tractor que pasa por casa haciendo la desinfección de las calles. Me doy cuenta
de la gran labor que también están realizando los agricultores ayudando al
personal del Ayuntamiento en esta tarea. Salimos al balcón y aplaudo como cada
día desde hace una semana. Esta vez el aplauso va por ellos. Por ellos, y por
todos los que hacen que esta espera interminable sea más leve y llevadera. Hoy
tampoco hablamos de lo que no conviene hablar aunque todos lo sepamos. Mañana
Dios dirá.
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