Son las
seis de la mañana cuando Juan, sentado en la cama, contempla los dígitos del
reloj que ilumina tenuemente la penumbra del dormitorio. Como cada día sus
pasos le llevan lentamente hasta el cercano cuarto de aseo e
irremisiblemente, como todos los días también, hará primero las imperiosas
necesidades que su añejo cuerpo demanda, que ya dice su mujer eso de "que no somos “na mas
que mierda”, se afeitará la cara y tomará una ducha templada. Después, se
mira en el espejo y observa su rostro detenidamente; parpados caídos, barba
rala y crecida, calvicie completa y ,sobre todo, el amargo semblante de quien
perdió mil batallas jamás recompensadas, de quien lleva clavados en la piel,
como clavos de hierro candente, capazos de kilos de humillación, espuertas de
rémoras y sufrimiento.
Hoy, 10 de Junio, cumple cincuenta y dos años. Medio siglo de vida disipada como
vapor de agua. Ante todo y sobre todo a la entrega de minutos, horas,
días, semanas, meses, años y décadas al trabajo; siempre el mismo oficio, que
poco importa, siempre la misma empresa, que poco importa también y siempre el mismo
jefe, que nada importa tampoco. Treinta y dos años cotizados, eso es lo que
refleja el papel o para ser exactos los papeles, documentación dice el gestor,
que le entregaron ayer en la empresa. Mirada inquisidora, gesto contraído, aquí
manda quien manda, unas cuantas firmas y punto pelota, despedido y a la calle.
Cuando le ofrecieron un despido amañado y la tercera parte de lo que de
indemnización le correspondía, rabia contenida y dignidad aflorando impidieron
que firmara su sentencia de muerte; después no le quedó otra solución; jefe y
compañeros, serviles y rastreros, en connivencia empezaron a
amargarle la existencia hasta que la situación se hizo difícilmente soportable.
Así, sin prisa pero sin pausa, sumido en la impotencia desesperada de quien se
siente solo, desamparado y proscrito, el día dejó de ser día y la llegada de la
noche se tornó en un calvario insoportable poblado de fantasmas.
Por ello, hoy que cumple cincuenta años y dos años, tendrá como regalo temprano una visita
al INEM, donde guardará paciente fila, haga sol o llueva, para ser atendido por
un funcionario que con cara larga y semblante de pocos amigos, esta gente
siempre parece estar cabreada, hojeará sus papeles, preparará sus documentos y
completará en definitiva su ingreso en la empresa más boyante del país. Esa que
aglutina a todos los que quedaron sin oficio ni beneficio, a los que han sido
abandonados a la mera condición de perro sin casa ni dueño. Después de todo,
piensa Juan, mientras se viste lentamente, la vida sigue su curso y el
cotidiano devenir de la misma también. Además, tiene el convencimiento de que más
pronto que tarde cada uno recoge lo que siembra. Yeso le embalsama el ser por dentro. Y es entonces cuando
aspira con fruición el aire y con lagrimas en los ojos cavila que ese, el aire, lo
dan de regalo y habrá que seguir soñando, dejando que la sangre bulla por las
venas, pues como dice el cantor Sabinero “…. bajo los puentes del Sena de los
que cambian de Norte, se vive sin pasaporte y está mal visto llorar”.
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