No lo cuento por contarlo. Todo lo que hoy
quiero decir es tan cierto como que aún sigo vivo, como que quiero seguir
viviendo e inhalando cada mota de vida esparcida por el universo. Pero no
siempre ha sido así. Hace apenas dos años llegue al límite de mis fuerzas y
sentí un vacío interior desesperante; lo que habitualmente me llenaba, dejó de
tener sentido y una bruma de pena se incrustó en lo más hondo de mi ser. Mis
habituales aficiones ya no eran tales. Así, mis discos quedaron aparcados en
sus fundas y cada vez que tenía un libro entre las manos, había de volver
repetidamente sobre sus páginas para intentar comprender algo; mis hijos,
pobres criaturas, me resultaban abejorros insoportables pululando a mí
alrededor y si alguien cercano me contradecía saltaba sobre el de manera
inmisericorde.
Esta bola que se fue creando en mi interior
no fue cosa de un día, sino de la acumulación de derrotas, desengaños y
frustraciones sin límite a lo largo de los años y, ante todo y sobre todo, a
una falta evidente de estima personal, sobre todo en el plano profesional a lo
largo de mi existencia. Así, cualquier banalidad insignificante tenía
importancia suprema y de cualquier nimiedad intrascendente hacia una montaña
insalvable. Todo ello me llevó a la amargura más inconsolable, al abatimiento,
al desamparo. Los días eran grises y las noches se teñían de fantasmas
escondidos entre sombras y lo peor es que entendía, que nadie a su vez me
entendía, que a nadie le importaba y la angustia se me fue clavando como un
puñal en las entrañas hasta que llegó el día en que no pude mas, en que quedé
clavado como muñeco de trapo en el asfalto. Visité al médico y acertadamente me
diagnosticó angustia acompañada de principios depresivos a los que puso freno
con las consiguientes pastillitas antidepresivas.
Todo lo expuesto carece de importancia si
ahora no pudiera decir, pasados estos años, que conseguí salvar los escollos
insalvables saliendo reforzado de esta lucha; a la parca la eche a hacer
puñetas y para nada quiero sus visitas, ya habrá de venir sin que la llame
cuando lo tenga a bien la señora; los días tienen luz y el cielo azul es mas
cielo; mastico el aire, lo exprimo y aquello que me encogía ahora me importa un
rábano y me siento mejor persona, puesto que estoy pleno de la empatía que
antes me faltaba.
Vuelvo a tener la estima por las nubes y a
ello ha contribuido, y mucho, mi buen amigo Petronis, porque me dio la
oportunidad de verter en este mundo internauta lo que soy y lo que siento,
abriéndome la puerta a un mar de sentimientos nuevos y de sensaciones
placenteras por ello le digo “ gracias, compañero del alma, compañero” y os
dejo haciendo mías las palabras del cantor Sabinero, “bajo el sol que me
apuñala vivo sin patria ni dueño, como el aire lo regalan y el tiempo nunca lo
empeño, con la sombra de mis sueños me basta para vivir. ¿De qué voy a
lamentarme?, bulle la sangre en mis venas, cada día al despertarme me gusta
resucitar, a quien me quiera escuchar le cambio versos por penas; bajo los
puentes del Sena de los que cambian de norte, se vive sin pasaporte y está mal
visto llorar.
Hola Mauro, veo que te las has visto feas.
ResponderEliminarQuíen no? La vida tiene esas etapas en que uno debe luchar para disfrutar del resto.
Un placer dejar mi primer comentario.