El escribidor ha viajado a la capital de las Españas con la intención cultural, instructiva y pedagógica de ver el espectáculo que basado en Los Miserables, la inmortal obra maestra de Víctor Hugo, se está representando en lo que se ha dado en llamar el Broadway español, que no es otra cosa que la Gran Vía madrileña y para entrar más en el camino de la concreción, en el teatro madrileño que lleva el insigne nombre del Fénix de los ingenios, de Lope de Vega.
Ha sido siempre
el escribidor algo “cagón” en el asunto de la conducción de vehículos, nunca
sintió especial animación por lo que se refiere a las cuestiones de los
volantes y las marchas, pero últimamente, será que con el paso de los años, en
vez de ser consciente, sensato y reflexivo, se está volviendo, como decimos en
el pueblo, un poco a lo viva la virgen, así que ha optado por ponerse a lomos
de su ajado Renault, que a la vejez está trabajando lo que en la juventud
descansó, y enfilando la autovía del sur a tirado derecho para el norte, “pa” Madrid.
Eso sí, con la intención de dejar el carromato en la estación ferroviaria de
Aranjuez y coger un cercanías que lo lleve a la capital del reino, pues meterse
en el cacao del sufrido tráfico madrileño le parece asunto innecesario,
superfluo y de “demasiao pal cuerpo”.
Llegados
pues, gracias a Dios sin novedad, a la capitalina ciudad, queda una vez más
sorprendido el cuentista, por la vorágine del torrente que envuelve la vida de
las gentes que habitan o aposentan sus reales por horas o días en la inmensidad
de la urbe. Los ve de todos los colores y edades, de cualquier condición; en
cualquier estado y circunstancia. Como es dado, justo es reconocerlo al asunto
de la observación en aquello que le interesa y conviene, observa, aguza los
sentidos y no quita ojo de lo que va y viene, llegando pronto a la conclusión
de que como siempre, ya lo tiene asumido, en estas metrópolis inmensas todo se
te ofrece, y todo resulta ofrecido, a cambio de que cada cual vaya a lo suyo y
nadie se preocupe de lo que le pasa al de enfrente, que a veces es cosa de
agradecer, pero otras, cuando asoman los fantasmas de la soledad y el
desamparo, deben de resultar como puñales clavados en el alma. Por eso tiene
claro, con sus pros y con sus contras, que prefiere el pueblo, con su vida y
con sus gentes, con su existencia tranquila, serena, y deja estos esporádicos
viajes al torbellino, como cosas apetecibles cuando lo pide el cuerpo, para de
vez en cuando.
Como sin
quererlo, ha llegado el mediodía, el momento adecuado de tomar unas cañitas con
sus tapas. Conoce el escribidor, y aconseja al lector que la visite si la
ocasión tiene, la cuna de la tapa del bacalao, bien sea frito y rebozado o en
las apetitosas entrañas de una croqueta, la taberna restaurante Casa Labra.
Así, que sin prisa, pero sin pausa, encamina sus pasos hacia el principio de la
calle de Tetuán acompañado de las féminas señoras, entre la que está aquella
que Dios le ofreció en suerte, y colándose entre el barullo de gentes, la
cantina está siempre llena y los primeros que la ocuparon criando malvas, pues
dicen que data su origen del año de 1860, pide las cañitas y los rebozados que
habrán de tomar con sumo deleite en la puerta de la calle, en unas mesas
dispuestas para tal fin.
El día es
esplendido y el escribidor en sus eternas ensoñaciones pasea la mirada por la
añeja fachada del local y clava la vista, ya lo ha hecho en otras ocasiones, en
la placa que asevera que en esta taberna fundó el Partido Socialista Pablo
Iglesias allá por el año de 1879; eran tiempos de prohibiciones, de pocas
juntas y reuniones, y aquellas que se celebraban debían hacerse al amparo de
los bares y tabernas, lugares de reunión donde se pasaba como mas
desapercibido. No sabe el escribidor y lo ignora si en los tiempos presentes estarán
orgullosos los dueños del local de tal rememoración histórica, pues dada la que
está cayendo y siendo socialistas aquellos que nos gobiernan, se les ha dado en
culparles sin piedad de todos los males que asolan al suelo patrio, sin pensar
que tal vez los que vengan nos hundan más en la miseria y el infortunio.
Mas no es
esto lo que ahora importa sino mas bien decir que ya tenemos a las señoras
acompañantes hurgando entre los zapatos de una de las tiendas que habitan la
Puerta del Sol, mientras el escribidor se pregunta y cavila en el hecho
concreto y cierto de que este animal racional y necesario, llamado mujer,
siempre le ha de poner los nervios de punta, con estas cuestiones nimias e
insustanciales de las compras y el pasatiempo, mientras se pregunta si es que
no habrá zapatos allá en el pueblo y dedica su tiempo a observar la fachada de
la casa de Correos que es donde se aposenta el famoso reloj que campanea en
Nochevieja y que fue alma y cobijo de la tristemente célebre Dirección General
de Seguridad en los oscuros años del franquismo.
Salen pues del
comercio las féminas matronas, que como casi siempre removieron sin comprar y
dirigimos al unísono los pasos a la cuna de las tascas madrileñas, a la calle
de Espoz y Mina, donde habremos de degustar, con deleite y renovado placer,
somos caballos de buena boca, algunas de las gastronómicas variedades que se
nos ofrecen y ya puestos, por aquello de no dejar las cosas para más tarde,
sentaremos las posaderas en la terraza de uno de los restaurantes que salpican
la mencionada calle y pediremos el menú correspondiente.
Aposentados cerca
del cine Carretas, en el que Sabina afirmaba que cada noche, manos de hombre
buceaban en braguetas ajenas del mismo sexo, tiene el escribidor la ingrata
experiencia de observar los tejemanejes del que parece ser dueño del
restaurante o maître tiralevitas del mismo. Con gesto adusto, mirada ceñuda y a
falta solo de un látigo con el que fustigar, ordena manda e increpa a los que a
su servicio parecen estar y que no se dan, dicho vulgarmente y con
clarividencia, con sus sagradas manos en el culo. Observa quien esto escribe
que la mayoría de los camareros que bullen como hacendosas hormigas, son de
origen hispano y conocedor como es de este oficio esclavo y poco considerado le
da por pensar en que míseras condiciones desarrollaran su trabajo y cuáles
serán los emolumentos que el desagradable fustigador habrá de pagarles a fin de
mes.
La comida por lo
demás, es sosegada y tranquila, departimos sobre nuestros cotidianos asuntos y
el escribidor tiene el gusto de ver aparecer a unos cuantos seguidores de su
amado Atlético que hoy se enfrenta al Real Madrid; sonríe a su paso y piensa
para sus adentros que, de este equipo, dadas sus subidas y bajadas de las nubes
a lo largo de la futbolera historia, nadie se hace y por contra se nace.
Despacio y sin prisa, calle de La Montera arriba, nos vamos acercando a la Gran
Vía, al añejo teatro donde habremos de disfrutar de una representación única e
irrepetible, primorosa en su montaje y excepcional en todo su largo desarrollo.
Con las primeras luces
nocturnas termina la función y después de un rápido tentempié, emprendemos el
camino de regreso que habrá de llevarnos nuevamente hasta la ciudad que hiciera
mundialmente famosa con su concierto el inigualable maestro Rodrigo. Ya en la
carretera, camino de La Mancha manchega donde reside, el escribidor escucha en
la radio los últimos minutos del derbi madrileño en el que como siempre, desde
hace más de una década, el odiado Real Madrid se impone una vez más al Atlético
de sus amores, mas no es esta cuestión que le preocupe en demasía, ya que está,
por desgracia, acostumbrado. En cambio, piensa por un momento en el asunto del
que ordenaba y mandaba en el restaurante, de cómo se encontró en Madrid a un
miserable, habiendo ido a ver Los Miserables.
Es toda una proeza ir a Madrid, “en coche”, aunque sea hasta Aranjuez, un sábado en el que se juega un derbi, encima rodeado de mujeres, ¡¡¡tu solo!!!
ResponderEliminarMauro, cada vez me sorprendes mas. Cuando sea mayor me gustaría ser como tú.
Bueno, en serio, me ha gustado como nos ibas narrando tu visita por las calles madrileñas y solo nos ha faltado probar esas tapitas en el bar. Ha sido como un paseo virtual en tu compañía.
Celebro que disfrutaras de Los Miserables. Estas ocasiones son las que hay que aprovechar para exprimirlas, sacarlas todo el jugo y compartirlas con todos nosotros, como solo tu sabes hacer, a través de tu factoría de sueños y vivencias.
Un placer, como siempre, volver a encontrarnos.
Un abrazo amigo mío!!
Jiji, vaya cara se le ha quedado al patán de Ronaldo. ¡Puxa Sporting!.Yo no soy muy futbolera pero si que soy de un grupo de facebook que dice "quiero que el madrid pierda hasta el avión" y también soy guardiolista, ayns, que hombre...
ResponderEliminar¡Y que bien que te hayan gustado los Miserables!
Abrazos
Que gusto "pal" cuerpo ver como asoman a mi ventana las queridas caras de mi pareja favorita. Pepillo, si de mayor quieres ser como yo, vete ajustando el cinturon porque nunca me pillaras, por poco, pero te vas acercando; ya sabes que a ciertas edades la diferencia apenas se nota y un servidor desde que ingresó en la cofradía de los calvos, que fue cuando lo bautizaron con agua fuerte, quedó como acartonado, como si el elixir de la eterna juventud se hubiese aposentado en su ser.
ResponderEliminarFué un gusto poder ver Los Miserables y ha sido un gustazo ver hoy sábado en tu ciudad adoptiva La Bella y la Bestia que te puedo asegurar que no tiene nada que envidiarle.
Un placer Alma, saber que como estos dos pobres atleticos sufridores le tienes manía visceral a todo lo que huela a merenguzo blanco. Ademas un servidor es un simpatizante de tu Sporting. Un abrazo afectuoso a mis dos guardias civiles.