... fue la primera entrada del blog e
incomplesiblemente, cosa de hados y fantasmas, desapareció. Como esta semana
tan santa, ando algo seco de ideas, decidí que no estaría mal volver a cargarla
en la mochila.
Siempre he oído
decir que nadie la encuentra. Que desaparece como leña seca devorada por el
fuego, cuando apenas es tangible su presencia. Que solo aparece en breves
momentos salpicados, que contarse pueden con los dedos de una mano. Y me
sorprendo afanándome en buscar su intermitente presencia en cada poso de vida
transcurrida, en cada recuelo de tiempo consumado.
Al llegar
el otoño, la adivino abrazada a las primeras nubes viajeras que asoman por las
cimas de los cerros y la siento en la brisa que se cuela entre los claros de
las encinas y las jaras de la Chaparrera y descubro su presencia en la lluvia
de octubre cuando cae mansa salpicando de gotas viajeras los cristales de las
ventanas, invadiendo de musicales murmullos la noche mientras golpea con fuerza
los tejados y discurre cantarina por las canales y los regueros.
Y me
asombro cuando la veo cuajarse lentamente en las copas de los álamos abrazada
al viento, sentada a su grupa de caballo furioso y dislocado despojando los
árboles de vestiduras y alfombrando el suelo de la Chopera y la Alameda de la
Virgen con mantos de esplendor y belleza.
Y palpo su
llegada en el frío del invierno. Entre los pájaros ateridos que anidan en el
hueco de los aleros de la Plaza de los Toros, que en su vetusta vejez se encoge
como arrugándose ante los rigores del clima alzándose orgullosa y digna con los
chupones de hielo colgando de sus techumbres. Y es entonces, en las alboradas
de las mañanas de diciembre en que las amanecidas se tornan de un blanco
inmaculado vistiendo los campos con sudarios de hermosura y la nieve corona las
alturas de la Sierra del Águila, cuando salgo a recorrer los caminos que llegan
hasta la Noria Olalla y desde la cima de las peñas contemplo perdidos en la
lejanía los pueblos y los campos cubiertos por la nevada.
Y camino
por entre sendas y riscos anegados por el barro hasta el Colmenar del Sota para
sentarme al abrigo del cortijo derrumbado y admirar la inmensidad y grandeza de
los montes que me rodean hablándome con su silencio; y allí, sin más compañía que
el cielo y la tierra, contemplando la enormidad de los cerros, me late
presuroso el corazón inhalándome vida en cada mota de aire respirado y me
pregunto quién será capaz de ignorar la belleza en la grandiosidad de tan
preciados dones.
Y en los días del
caluroso estío, cuando la canícula y el bochorno obligan a apaciguar la sed que
provoca esa calina insoportable, subo hasta el bar que hay cerca de los baúles
y allí platico en armoniosa charla con los más viejos del lugar, que como es
habitual en estos casos también son los más sabios y entre cañas de vino,
cervezas frescas y tapas de jamón serrano escucho el relato de sus andanzas y
miserias con sumo interés, como quien todo tiene que aprender y apenas nada
sabe de la vida y sus aconteceres. Hablan de los tiempos de la guerra, de los
años del hambre, de las penurias acaecidas y las desdichas que tanto infortunio
han prendido en sus vidas y en lo más recóndito de mi ser doy gracias por no
haber tenido que conocer en mi ya larga existencia ninguna de esas desgraciadas
experiencias y agradezco infinitamente la dicha de poder vivir en paz y
tranquilo conmigo mismo.
Las noches de los
sábados discurren por lo general sosegadas y tranquilas en compañía de la
familia y los amigos. Cuando llega el invierno nos protegemos del frío en el
calor del hogar, mientras los leños caen devorados en la lumbre y un olor a
chuletas asadas invade de gustosa apetencia el ambiente. Igual pasa en las
noches de verano, solo que entonces las celebraciones se trasladan a la terraza
y los asados se cocinan en la barbacoa y el aire se inunda de humos y olores
mezclados, que saben a carne y carbón mientras se oyen voces alegres y en el
viejo tocadiscos suenan las canciones de Serrat y de Los Panchos.
Y allí, al abrigo
de la charla y la palabra desgranamos los aconteceres diarios y el devenir
cotidiano; lo que pasó y lo que creemos que habrá de pasar y sentimos la
alegría de compartir los escollos de la vida y el pasar de una existencia
repartida entre tantos momentos que creímos olvidados y que vuelven arrebujados
cuando menos lo esperamos, escondiéndose entre el recuerdo y la añoranza.
Y el otoño se
funde con el invierno un año tras otro, vuelve a rugir el viento, a embarrar la
lluvia los campos, anidan nuevamente los pájaros del invierno en los aleros,
otra vez me conmueve ese ir y venir de la vida y sus asuntos y me doy cuenta de
que en este mundo que nos ha tocado en suerte no nos falta de nada y cada vez
estamos más hastiados de todo y vamos perdiendo sin pensarlo el gusto por los
pequeños detalles que hacen de la vida un discurrir placentero.
Y pienso,
como dice Serrat, que cada vez nos olvidamos más de "aquellas pequeñas
cosas" y con tristeza me pregunto si es tan difícil encontrar la felicidad
en esos cotidianos dones que tan poco dinero valen y tan abandonados se
encuentran.
Es una fantástica declaración de intenciones :) Me alegro de que la hayas reflotado. Un beso
ResponderEliminarMaurito, en esto de buscar la felicidad, yo pienso que mas bien es ella la que nos visita. Y se muestra en lo mas inesperado, en lo mas sencillo. Cualquier momento puede ser bueno para encontrarla, un paseo, el amanecer, una charla con los amigos, la sonrisa de tus hijos, el abrazo de tu mujer. Solo hay que dejarse llevar en esos momentos... y disfrutarla. Y por supuesto seguro que está presente en todo lo que relatas, porque yo la he sentido en esos momentos compartidos contigo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Efectivamente Mauro, nos pasamos la vida esperando grandes cosas y tenemos tantas pequeñas a nuestro alrededor que no sabemos valorar y que son las que verdaderamente pueden hacernos felices.
ResponderEliminarTe felicito por la música de fondo de tu estupendo blog, con esta versión tan bonita de Los Sabandeños ( de mi tierra)y Aute " A por el mar".
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar@AlmaLo mejor habría de ser que esas intenciones pudiera siempre llevarlas a la practica, vivirlas y exprimirlas. Sería el mejor sintoma de que me aplico mis propios balsamos y me curo de las heridas del devenir cotidiano. ¡Y es tan dificil, querida amiga!. Besos volanderos,¿te han llegado?
ResponderEliminar@Jos� Test�n Mar�n
ResponderEliminarEs cierto que la muy puñetera suele presentarse cuando menos la esperamos. En cambio otras muchas veces envueltos en nuestras mejores galas, alborozados esperamos su llegada y falta sin compasión a la cita. Será porque las cosas de la vida y sus asuntos hay que dejarlos venir. ¡Cuantos buenos ratos pasados, querido amigo, y cuantos, esperemos, por pasar. Yo te mando un beso "retorcio" y que digan lo que quieran
@Ana
ResponderEliminarLos Sabandeños,querida amiga, son una pasión de toda la vida.¡Cuantas veces acompañado de su musica celestial he vivido momentos como los de este relato!. El misterio de la vida y su feliz discurrir esta en las pequeñas cosas. Gracias por asomarte a mi ventana; me hace ilusión abrirle la puerta a la buena gente. Un beso manchego.