Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

martes, 6 de julio de 2010

Angelitos negros

     


     Estoy sentado plácidamente mientras paladeo con deleite una cerveza fresquita acompañada de su tapa, no de chapa sino de calamares, en un chiringuito de la playa de La Mata en Torrevieja. Observo desde la placidez de mi sedentaria desocupación el mar de carne que  se extiende ante mis ojos. Un hormiguero viviente de seres humanos desocupados invade todo lo que mis ojos pueden abarcar; los veo de todos los tipos y perdonen los lectores que hable de ellos en términos masculinos en  estos tiempos en que cualquier utilización inapropiada de este término se tiende a achacar de machista. 
     Como les iba diciendo, esta muchedumbre convertida en masa se divierte de cualquier forma y manera, bien sea paseando sus bamboleantes michelines por la orilla del mar o jugando a esas interminables partidas de pala de las que parecen no hartarse jamás. Sobre el horizonte se dibujan unas nubes y un sol de órdago se abate sobre los blanquecinos cuerpos de todos aquellos que cual tostadas en mañana de Enero se fríen en la parrilla de la ansiada arenisca playera. Me pregunto, y lo hago desde la observación meticulosa de lo que me rodea, si será verdad que esta manoseada crisis que amenaza con mandarnos a todos a la fosa del desamparo y la indigencia, habrá calado en la mente calenturienta de  los que se afanan en divertirse sin darle un palo al agua o por el contrario estaremos, una vez más, ante la eternas moscas cojoneras que se quejan de todo y con nada pueden, para vivir después como pachas en palacio real con grifos de oro.

     Una nebulosa cansina me invade mientras veo a mis hijos corretear por el borde del mar y es entonces cuando a lo lejos diviso su silueta zigzagueante sorteando a la ingente muchedumbre que dormita y vegeta desentendiéndose de todo aquello que acontece en su contorno. Se mueve con habilidad pasmosa, esquivando con mecánica precisión a los que tendidos y adormilados bostezan abriendo la boca al calor como lagartos; lleva los antebrazos erguidos, cubiertos de gafas de sol, de relojes que ofrece con timidez y cortedad a los “pudientes” veraneantes que con un gesto despectivo le apartan sin demora de su camino. Cuando llega a mi lado observo su tez negra como el azabache y siento como su mirada se clava en mi interior como un clavo de fuego candente. Me ofrece uno de sus relojes y presto le digo que no necesito ninguno y resuelto, con una sonrisa en los labios, continua su camino perdiéndose entre el gentío. Pienso entonces donde habrá nacido este hombre a quien el destino envió, a buen seguro en patera, a este lugar desconocido;  donde estarán sus padres e hijos, que será de su amada compañera, de sus lugares queridos, quien le arropara en las noches oscuras y llenará los interminables días de estío.

     A pasado un buen rato, cuando sentado en la terraza de un restaurante observo a una pareja de policías municipales que se dirigen con paso resuelto hacia la playa; rápidamente, observo como una ciudadana oriental que daba masajes a los salmonetes tostados, corre despavorida arrojando al viento los folletos que indicaban los servicios que prestaba. No ha corrido la misma suerte el tostado protagonista de esta sencilla historia a quien rápidamente le han sido requisadas sus pertenencias, que son exhibidas como trofeo de feria por el par de agentes de la autoridad, mientras sus ojos, saturados  de desánimo y desesperación, se preguntan con infinita tristeza, que a echo él para merecer este castigo.

     Seguramente ahora, me pregunto, habrá de dar cuenta también y explicación, a cualquier mafioso de poca monta que como dueño de la mercancía que portaba, cobrará de cualquier modo la deuda contraída, sin pensar que lo único que ofrece a cambio de tan generoso trabajo es un plato de comida al día, un techo de uralita donde cobijarse y 50 € para gastos a la semana. Paradojas de la vida, miserias cotidianas.



    



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