La mosca cojonera es un bicho impertinente,
de mirada huidiza y hostil que después de remolonear cual biplano volador
alrededor de su presa, se posa sobre ella endiñándole con voracidad su
picotazo. Es desagradable por naturaleza y jamás siente empatía hacia sus
congéneres, muy al contrario es dada a las bravuconadas de carácter poco
educado y pendenciero y se encuentra en los lugares más insospechados aunque si
algo hemos de anotar en su haber es que se la ve venir desde la distancia y
jamás oculta sus malsanas intenciones.
Ya he comentado en alguna ocasión con anterioridad mi dedicación profesional al
difícil arte de la restauración y la hostelería y es en este hábitat donde más
especímenes de esta ralea suelen morar y aposentarse.
Para todos es humo evaporado la pasada Semana Santa. Como cada año llegó y se
marchó dejando sumidos en la amargura a todos aquellos que esperaban su
disfrute como agua de Mayo en el desierto. Como no es mi caso, ya que quien subscribe
carece de esa suerte, la de días de asueto y meditación, me limité como cada
temporada por estas fechas a descansar la jornada que tenía asignada, en esta
ocasión Jueves Santo; y me reintegré nuevamente a mi sufrido puesto de trabajo,
que tiene la fatalidad de estar situado en la dirección que a Madrid lleva de
vuelta a todas las moscas cojoneras que regresan a sus guaridas. Vuelven de muy
mala leche y con el carácter enrarecido, los exiguos ahorros de que dispusieron
para el disfrute vacacional mermaron hasta quedar bajo mínimos y en los
bolsillos de sus pantalones solo tiene cabida el aire que acompaña a las
tarjetas de crédito sin saldo.
Y aquí precisamente empieza el baile. Estamos en Domingo, de Resurrección para
más señas, tres de la tarde, restaurante hasta la vara, voces de todos los
tonos, bellos donceles depilados, calvos de barriga prominente, señoras de
pellejos estirados, atractivas doncellas veinteañeras, y todos, absolutamente
todos, quieren comer y beber a la vez y cada uno por separado clama al cielo desencajado
que él y solo él llego en primer lugar y debe ser inmediatamente atendido.
Hasta aquí el retrato de lo que pudiera parecer una película de Berlanga,
todo normal y lógico. Quien esto escribe lo toma con calma y primero sirve a
uno y después a la otra, que una vez ven colmadas sus apetencias se despiden de
buen rollo y parten hacia su destino.
Pero he aquí que, cruel desdicha, en ese preciso instante llega el temido
momento en que hace su aparición la mosca cojonera y lo peor es que no viene solo,
lo hace acompañado de un enjambre de sutiles abejorros. El tuerto, que soy yo,
tiene más costras que un galápago, por ello se acerca con cautela a preguntar
que van a tomar los señores. El enjambre, compuesto al menos por diez abejorros
apareados, o sea machos y hembras, no hace ni puñetero caso y el uno “paca” y
la otra “palla” se pierden entre la multitud que ruge despavorida. Solo
quedan dos, los mas tontos, que empiezan a pedir dubitativos lo que piensan
consumir, que vienen a ser diez bocadillos y diez latas de refrescos variados.
El tuerto sirve las latas y pide en cocina los correspondientes bocatas y
entretanto llegan otras dos moscas del mismo enjambre que piden tres bocadillos
mas, de tortilla española para ser conciso y exacto. Cuando el enjambre se
reúne, el sufridor llega con los tentempiés y el grupo de moscardones
pone cara de perplejidad y asombro. Pregunto que ocurre y de inmediato aflora
la abeja reina, macho él, bien “plantao” y muy “tirao palante”, que mirándome
de arriba abajo cual gusano de seda sin capullo, me indica que esté mas
pendiente de lo que hago, conminándome además a que sea mas amable con los
clientes y sirva lo que me han pedido. Le rebato y le explico que los
bocadillos que tienen sobre la barra, no son otros que los que ellos mismos
pidieron y si lo hicieron por dos veces, evidentemente no es mi problema y aun
así desisto de continuar tan banal disputa y opto por retirar lo
“sobrante”, mas la ira de la mosca cojonera se a desatado hasta límites
insospechados, me vocea, me increpa, mientras el tuerto con tranquilidad le
observa la tez barbilampiña y veinteañera. No contento con la diatriba, asegura
que de inmediato realizará una llamada a ¿consumo? Y el tuerto, que a estas
alturas esta mas frito que un chicharrón, le mira fijamente a los ojos y le
dice: ¿”Todavía no te has enterado, de que es Domingo, de Resurrección y los
señores funcionarios llevan días tocándose las pelotas? La última expresión no
sale de mis labios, la pienso y aprieto los puños, llamo a una compañera y le
pido que termine de atender al enjambre de moscardones para evitar males
mayores y el tuerto humillado por un niñato a quien dobla con creces la edad,
derrotado y ofendido aguanta las ganas de salir a la calle, coger a la mosca
cojonera y decirle en la cara lo que piensa de él.
Ha pasado la medianoche, cuando llego a casa roto por el cansancio y dejo que
el agua caliente de la ducha empape mi cuerpo maltrecho y de nueva vitalidad a
sus miembros desmembrados en mil batallas diarias. Siento que tengo apetito, me
dirijo a la cocina y mientras preparo unos huevos fritos con patatas, pienso
que después de todo no fueron tan malos estos días, ya que durante el
transcurso de los mismos, tuve la grata oportunidad de conocer a una de las
almas gemelas que comparte retazos de su vida en esta página. Solo por
ello, ya valió la pena que llegase la Semana Santa con su mosca
cojonera.
Lo malo de todo esto es que cada vez hay mas moscas cojoneras por todos lados. Campan a sus anchas despreciando a todo el mundo, ignorando los sentimientos y humillando al mas pintao.
ResponderEliminarSe les conoce bien por su forma de mirar por encima de su testud, suelen ir bien vestidos y casi siempre te increpan cuando tienen a las hembras al lado (para impresionar) pero por separado son cobardes, incultos y carecen de respeto. No merecen, amigo Mauro, ni una reflexion por tu parte.
Por la mia el respeto que os mereceis todo vuestro gremio de la hostelería, que cada día sufris con mas o menos resignación nuestras frustraciones, resentimientos, iras y mala leche que luego vamos pagando con el primero que se nos cruza.
Un consejo.... compra un buen matamoscas y colocalo a la entrada del restaurante, y si no coloca un cartel que ponga: ¿Vienes de solucionar un problema ó formas parte de el?
Ánimo... y paciencia.
Amigo mio , no lo podias haber descrito mejor, lo he podido vivir. ¿que te voy a contar nuevo de esta nuestra profesion, por cierto adorable , y de estas moscas cojoneras. Tambien hay buena gente. A mi me toca recibirlas en semana santa, no sabes el estres que traen, las prisas, los agobios , no se dan cuenta aun de que estan de vacaciones, poco a poco se van amansando las fieras y cuando estan listas para devolver a los corrales, son ellas las que se van a tu negocio, si es que la cosa es sufrir, pero bendito sufrimiento.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo amigo, es un placer compartir con alguien del gremio.
namaste