El día en que las beatas fueron en gloriosa procesión a Ciudad Real a
visitar al señor Obispo permanece, a pesar de las décadas transcurridas,
inalterable en mi recuerdo. Jugábamos en la calle, porque era muy sano,
saludable y porque no había otra cosa, cuando vimos pasar ante nuestras
narices, congeladas y con mocos que colgaban como estalactitas, un autobús,
extraño artilugio en aquel tiempo de mulas y carros, cargado de benditas y
cándidas matronas dispuestas a viajar hasta el obispado, mientras cantaban el
Pange Lingua, para defender hasta con capa y espada, si preciso fuera, la
meritoria figura de Don Pablo, cura coadjutor de la parroquia, ante la
repulsiva estampa del que era párroco, con el pelo de punta y cortado a
cepillo, Don Antonio Moreno Maroto, del que aún me llegan las emanaciones que
emanaban del confesonario cada vez que tener tenía que confesarme y que hubo de
bautizarme y posar sobre mi boca de tierno infante la primera hostia consagrada
que tome en comunión.
Era Don Antonio clérigo a la vieja usanza. Sotana
raída y cubierta de manchas, barriga prominente por el “ayuno constante” y con
unos pensares que más se inclinaban hacia el Concilio de Trento, celebrado en
la Edad Media, que hacia la modernidad que representaba el recientemente
celebrado Concilio Vaticano II que había traído una ola de modernidad
desterrando por siempre jamás de las Iglesias las misas en latín, innovación a
fin de cuentas, a la que él tenía, o debía de tener, la misma consideración que
a un santo Cristo con dos pistolas. Debió de ser por aquellos días de creciente
aperturismo, aunque no lo fueren tanto, cuando se hizo famoso en el pueblo un
grupo musical que respondiendo al nombre anglosajón de THE BLUMAN y formado,
entre otros, por los hermanos Torosio, pusieron de moda, con la inestimable
ayuda del presbítero renovador, el cantar en misa de doce a ritmo de rocanrol
en lo que se hubo de llamar, y se llamó, misa yeyé. Imaginen, sin quebrarse la
cabeza, con estos mimbres la que se montaba cada domingo con sus fiestas de
guardar a la puerta añeja de la parroquia de La Asunción donde, como si de un
concierto de Los Brincos se tratara, la gente guardaba cola a la espera de
poder tomar asiento en los bancos de madera con la muy novedosa intención de
ver ante sus pasmados ojos si era verdad aquello de que ahora se daban cantos y
desmesuras donde antes solo asomaba el latín con sus gregorianos.
Así las cosas, las melenas de los hermanos
Torosio, y alguno más que mi breve memoria abandonó en el olvido, ondearon al
viento cual bandera tricolor durante un tiempo que resultó ser breve. El que
tardó en que se le inflara al menos un solo huevo al clérigo mandón de la villa
con su escaso tropel de seguidores, más de derechas todos que Blas Piñar, a
buen seguro del Opus Dei y con la mente anclada en los lejanos tiempos en que
reinaba el rey Carolo. Por todo ello, y porque estos comportamientos eran como
un aire nuevo muy mal visto por los poderes facticos del lugar, se avivaron las
críticas y los descréditos hacían todos aquellos que los llevaban a la práctica
con el apoyo inconmensurable del presbítero conservador y su rebaño de borregos
que apoyaban con fe y hasta desmesura todo lo que hiciese volver a los que
consideraban plebe a los tiempos recién olvidados del tentetieso y la oscurana.
Así. y con esas, el populacho se empezó a fraccionar por los motivos más
simples y banales en partidarios del uno y furibundos detractores del otro
haciendo que las escasas aguas del lugar, antes mansas y tranquilas, empezasen
a bajar revueltas y más aún cuando se supo que las fuerzas vivas del
territorio, el cura, el poder civil y “la banda de cornetas” habían logrado que
el obispo desterrase al cura provocador a otro lugar más alejado para quitarlo
de en medio.
Y fue entonces cuando, imbuidas por un desconocido
ardor revolucionario, viajaron todas las excelsas mujeres de la villa y su
contorno hasta la capital ciudadrealeña consiguiendo el venerable propósito de
que su querido Don Pablo continuase con sus dotes de buen pastor celebrando la
misa de cada día y fue también cuando ocurrió, poco después y en el regodeo
inmenso por el éxito conseguido, que apareció un animal de raza felina, un gato
negro sin más, ahorcado, no se recuerda bien si en la puerta de la casa del
cura párroco o en un árbol que había cercano, con un cartel sujeto al pescuezo
en el que podía leerse esta precisa y escueta sentencia: “Cura curato, si no
te vas de este pueblo, te verás cómo este gato”.
Un abismo entre aquel tiempo y el presente. Ahora,segun quien sea el párroco,la gente inicia la misa elevando los brazos para que cada uno sienta una especie de electricidad que emana de nuestro cuerpo,y luego cantan y se bambolean, aplauden, hacen palmas, etc. etc. y cuando se retiran del Templo se van contentos,felices, curados de todos sus males, los verdaderos y los imaginarios. O al menos esa era la intención. Cordiales saludos.
ResponderEliminarLos tiempos cambiaron y con ellos los curas Beatriz. Aunque en el fondo del vaso subyacen posos de aquellos tiempos. Hace poco, mientras servía como testigo de un amigo que había de contraer matrimonio, pude comprobar como un curilla joven, apuesto y de aparentes maneras me daba una clase rápida de ideología y sentir de lo más facha. Hasta me habló de Franco sin haberlo conocido ni por asomo. Salí del templo sin palabras y preferí dejar a semejante imbécil con sus retrógradas ideas porque no valía la pena gastar saliva ante semejante becerro. Un saludo y gracias por asomarte.
EliminarJajaja....en mi pueblo también hubo guerra civil entre las matronas que llevaban toda la vida aullando como gatos los rosarios de la buena muerte y unas niñastas cursis que querían poner de moda esos remedos guitarreros de Simon& Garfunkel de rollo inequívocamente vaticanosegundista. Ni que decir tiene que ganaraon las paisanas y ahí siguen como una coral de gatos en celo cantando cosas bien gore de llagas sangrientas :D que es lo que más les mola. Las niñatas pues... se dieron a la bebida y a los hombres, cosas de la edad y de la mala cabeza :D
ResponderEliminarPobre gato. Este es un país de bestias. Siempre hay algún bicho pagando platos que rompió un humano.
Un beso, Mauro, me he reido mucho. Tiene su rollito Berlanga.
Jajajajaja.... Creo que en todos los lugares del suelo patrio cantábamos en misa Los Sonidos Del Silencio del duo almibarado que mencionas, aunque a un servidor le guste, adecuados en letra al sentir religioso, creo que adaptado, si mal no recuerdo, al Padrenuestro. Bien es verdad, y me troncho de como lo mencionas, que parecían, como bien dices, gatas en celo clamando al cielo en noche de luna llena.
EliminarPara serte sincero te diré que un buen amigo me asegura que lo del gato se dijo pero no se hizo y un servidor de usted, que como bien sabe es de mente exigua, duda ya de la certeza de tal desatino. Pero digamos que si no pasó, que creo que pasó, pudo pasar en tiempo tan preterito y antiguo. Un abrazo y un beso en cada lao.
Uy éste se me escapó. Claro que pienso que en 2012 no estaba yo enganchada a las nuevas tecnologías.
ResponderEliminarMenuda guerra entre los curas y los seguidores de uno y detractores del otro.
Como siempre, al final consigues sacarme una risa a carcajadas, (como lo hiciste cuando narrabas el trasiego con la peluca del nazareno) o ahora imaginando vuestras narices con las estalactitas, viendo desfilar a las beatas a tratar de solucionar el problema de la "guerra"entre servidores de la iglesia. Como siempre...un placer! Ya he cerrado el libro, ahora cierro el móvil. Buenas madrugadas.