Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

sábado, 17 de noviembre de 2012

Días de escuela


    
      Aprendí a escribir a bofetadas con el uso obligado de la pluma. Había que mojar una y otra vez en el tintero. El pulso se aceleraba, la mano temblaba y la gota de tinta caía, brutal e inmisericorde, sobre el blanco papel inmaculado. Cogía cauteloso el papel secante y la monja, que observaba con deleite la escena, se levantaba con calma, despacio y hasta regodeándose, y amarrándome por los pelos, me salpicaba un par de  sopapos de padre y muy señor mío, poniéndome la cara como un tomate y provocando que viera en un instante estrellitas de colores.

     La escuela de Don Sebastián aposentaba sus reales en la Calle Inmaculada, junto a la primera parroquia que hubo en el pueblo, en el piso bajo de lo que entonces llamaban “el comedor” y hoy es el Centro de los abuelos jubilados. Mi paso por el lugar fue efímero pero se me hubo de quedar como clavado a fuego en la memoria. Era una escuela a la usanza de aquella época. Suelo de madera y tarima en alto donde estaba ubicada la mesa del maestro que era como entonces se llamaba a las personas que tenían el oficio sublime de enseñar y que ha quedado denostado en estos tiempos por el insulso vocablo de profesor que parece como de más rango y distinción. En el centro de la tarima, y tras la mesa, estaba la silla, detrás de esta una pizarra enorme y a sus lados los consabidos cuadros, adustos y ajados, de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, fusilado por los rojos en Alicante y conocido como El Ausente, y Francisco Franco Bahamonde, caudillo invicto de las Españas por la gracia de Dios, a quien un servidor siempre gusta de llamar  el Innombrable. Me pregunto, ahora que la conozco, si será cierta la historia que siempre escuche decir y que afirmaba que el líder de la Falange había sido abandonado a su suerte por el dictador, sin intento alguno de canjeo o rescate, en su desmedido afán por ir eliminando los obstáculos que pudiera encontrar en el camino hacia la jefatura del Estado. De ser así, y si los fantasmas existen, deduzco que debió ser jodida la cohabitación de aquel par de siniestros personajes en todas las escuelas y organismos oficiales del Estado.

     En la escuela de Don Sebastián aprendí la tabla de multiplicar. Nos colocábamos en corro en el centro de la clase y el primero, el que estaba más cerca del maestro, empezaba con la letanía porque entonces se aprendía la tabla cantando: “ocho por uno es ocho, ocho por dos dieciséis, ocho por tres veinticuatro, ocho  por cuatro, ocho por cuatro, ocho por cua…” y te quedabas traspuesto, ojos al techo, semblante demudado, lentas gotas de sudor cayéndote por el rostro y de repente, como caída del cielo, y perdonen el desafuero, una hostia sin consagrar, que te desempolvaba el intelecto aclarándote para tu propio beneficio la memoria. Eran los métodos, las formas y maneras de enseñar en aquellos tiempos no tan lejanos. Todo estaba permitido a quien tenía el deber de enseñar y poco le era consentido a quien no tenía otro remedio que aprender y callar.

     Al final de la Calle de Cervantes, cuando esta se une con la Avenida de Todos los Mártires, se encontraban antaño las Escuelas del Jardinillo, de las que guardo un grato e imborrable recuerdo y que ahora son Centro de Salud donde le echan un remiendo a todo el que por su puerta asoma. Supongo que el personal les dio ese nombre porque en el extremo final del edificio había un diminuto jardín en el que nunca hubo flores. Debían de correr los primeros albores de los setenta cuando fuimos trasladados a aquellas escuelas que la insigne prócer María del Rosario Laguna había hecho construir en los principios del siglo XX, siendo algo meritorio, loable y de reseñar, con la generosa intención de que en ella fueran instruidos todos los niños y niñas pobres del pueblo. Allí conocí, y vi por vez primera, a quien siempre será, en toda la amplitud que encerrar pueda tan hermosa palabra, mi buen maestro y con el pasar de los años amigo Eugenio Laguna Saavedra, pequeño de estatura y con el corazón grande. Vivía Don Eugenio en una escueta vivienda que había en el piso superior de las escuelas junto a su esposa María Teresa Martín, su hijo Carlos, de quien siempre fui amigo y la pequeña Alicia. Las aulas de la escuela eran desangeladas, de techos altos en los que anidaba el frio como un pájaro negro durante todo el invierno. Por ello existía en el patio una habitación llamada carbonera donde se almacenaba el carbón que  después se quemaba en una estufa oxidada de hierro fundido que despedía al calentarse un humo que se traducía en peste de mil demonios provocando que todos volviésemos a casa con lo que se daba en llamar olor a zorruno, aunque poco importara tan olorosa vicisitud en aquel tiempo en que la delicadeza y el empaque brillaban por su ausencia haciéndose bueno el viejo refrán del ande yo caliente y ríase la gente.

     Baste decir, como ilustrativo botón de muestra, que los retretes que usábamos en aquella escuela, entrando ahora en un asunto de olorosa exposición, no eran otra cosa que agujeros practicados en el suelo, bocas inmundas de una inmensa fosa donde iban a parar orines y deposiciones que silbaban en su bajada al infierno de tan profundos abismos como las bombas incendiarias lo hicieron masacrando el sagrado suelo de Guernica. También echábamos campeonatos del “mear largo”, Todos los infantes puestos en hilera, parejos y a la señal del todos a una, como en Fuenteovejuna, intentábamos llegar con el chorro de la meada desde una pared hasta la otra y era entonces cuando este que les escribe, aquejado de fimosis como estaba, terminaba colocando el chorro donde empezaban sus pies.

     Y tampoco es este un acaecimiento que pueda resultar extraño si tenemos en cuenta que en los años en que se desarrollan estas añejas historias, que aunque lejanos no lo son tanto, los cuartos de baño y aseo eran cosa como de otro mundo. Por ello, acostumbrados estaban entonces, los habitantes de la villa y todas las colindantes, a hacer sus más precisas necesidades, casi por lo general, en lo que se daba en llamar basura y que venía a ser, y era, un lugar hediondo y pestilente donde iban a parar todos los despojos que se ocasionaban en las casas y en el cuerpo de los pobladores de la misma. Allí, colocados en cuclillas y rodeados desde los cuatro puntos cardinales por todo tipo de desperdicios traducidos en botes de hojalata vacíos que habían contenido las escuetas conservas utilizadas en el comer cotidiano, cartones, papeles de estraza y algún plástico en ciernes que ya iba llegando pero aun no nos invadía, se evacuaba todo lo desechable, que no era mucho, observados por el ojo avizor de los gallos y gallinas que merodeaban igualmente por el lugar comiéndose las mondas de las patatas, las pieles de las frutas y los detritos depuestos por los humanos de dos patas mientras esperaban el oportuno momento de picarle el culo o tirarse a la chepa de quien estaba cagando.

   Algunas tardes, ocasionalmente y cuando el clima extremo de esta tierra manchega lo permitía, anunciaba Don Eugenio que saldríamos de paseo. Como agua bendita de mayo lo esperábamos por aquello de la holganza y el desenfreno y así, cogidos de dos en dos de la mano, en pantalones cortos y con el flequillo cortado a tazón, encaminábamos nuestros pasos hasta las cercanas eras del Portazgo donde una vez llegados dábamos rienda suelta a nuestros escondidos instintos primarios traducidos en juegos ancestrales que parecer parecían sobrevenidos de la época en que el homo sapiens empezaba a habitar el globo terráqueo. Allí, por una tarde, y en “candorosa fraternidad”, jugábamos al futbol hasta caer reventados y no era extraño que en el fragor de la contienda se desatasen los sentidos y acabase algún integrante del clan con alguna aporreadura en la cabeza producto del énfasis entusiasta  en el desarrollo de alguna batalla parecida a la de Las Navas de Tolosa, sin moros y donde las piedras llovían por doquier.

 También se alineaban, en la inmensidad de aquellas desaliñadas aulas, unas mesas enormes que se asemejaban a las que se ven en las películas que versan sobre la Edad Media y en las que vemos a los comensales sentados en largos bancos corridos donde devoran sabrosas viandas y beben olorosos vinos. Allí, en aquellos bancos sin respaldo, nos sentábamos y escuchábamos con atención, y a veces sin ella hasta que una colleja nos espabilaba, las explicaciones que salían de la boca del maestro. Despacio se nos iban calentando las doloridas posaderas ante la dureza inmisericorde de los incómodos asientos. Era entonces cuando comenzaba el desfile de peticiones, donde cualquier excusa era buena para estirar de paso las piernas, pidiendo el ir al retrete. Los días de lluvia el patio de la escuela se convertía en un barrizal inmenso y los chiquillos que por el merodeábamos teníamos que hacer hasta equilibrios y andar con sumo tiento para no dar con nuestros débiles huesos de bruces en el suelo, practica en la que Carlos, que como dijimos con anterioridad era el hijo del maestro, se convirtió en experto y versado al caer, en un mismo día y por tres veces, de culo en el mismo charco. Así, el tiempo de invierno se antojaba interminable mientras las clases terminaban a las cinco de la tarde, el frío nos agarrotaba los dedos y los sabañones crecían como champiñones en las orejas pues solo una mísera estufa caldeaba el aula lóbrega donde lenta y concienzudamente íbamos aprendiendo los elementales conocimientos que habrían de valernos, o eso al menos nos decían, para abrirnos paso en la vida.

 


16 comentarios:

  1. Pensar que para esos "maestros" fuimos un episodio más.Por eso mismo tengo la certeza que todas estas personas que profesan,que se hacen religiosos,son seres carentes de BUENOS SENTIMIENTOS:muchos de ellos son sádicos,que muy posiblemente fueron a su vez víctimas de otros sádicos y el sadismo es SU VIA DE ESCAPE,su esfogamiento. Cordiales saludos.

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    1. Bueno Beatriz, la verdad es que un servidor tuvo de toso a lo largo de su vida escolar. Gente rancia y de malos humos y buenos profesionales. Como en todo. Aunque cierto es que había cantidad que rozaban el sadismo. Debía ser porque vivían en la más represiva represión. Un abrazo y gracias, como siempre, por pararte en mi ventana.

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  2. Hola mon ami ya echaba de menos algun relato tuyo para recrearme un rato gracias.Sublime y entrañable como siempre saludos mon ami.

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    1. Ay, querida mía, es que cada vez tengo menos tiempo para dedicar a este asunto. Ahora trabajo de día y cuando llego a casa los ordenadores andan en mano de los infantes y siempre he de librar cruenta batalla para que me dejen usarlos. Entre eso y que a mi estar de vela en la noche me abre el intelecto, reconozco que me va costando algo más seguir el ritmo. Pero seguiré con ello. Entretanto no se le ocurra engañarme con otro y abandonarme. Un besazo ...

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  3. Por eso los separaban a Franco y a Jose Antonio y los ponían uno a cada lado del crucifijo como a los ladrones en el gólgota. Era para que no se pegasen los retratos. Decía Moncho Alpuente que tardó mucho en comprender que de los tres personajes pavorosos que presidían su escuela el del medio, crucifcado y todo, era el más inofensivo.


    Algunos quieren que volvamos a esa escuela, Mauro. Son los que recuerdan esos tiempos como de "una extraordinaria placidez" o los que ponen cara de suprema estulticia intentando parececer que es de inocencia y dicen que a quien le molestan los crucifijos, vamos a ver... Pues a mí. A mi me molestan. No por el crucificado que me inspira tanto respeto como ternura, no, sino por la caterva que ase adueñó de su bandera.

    Un beso

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    1. Y con cara de mala hostia,Alma del alma mía,¡Que miradas se echaban!. Por supuesto que el más inofensivo era el crucificado, aunque en su nombre y diciendo que defendiendo su doctrina se libraran y se libren batallas, guerras y muertes. Pero casi nada de lo que la Santa Madre Iglesia pregona tiene mucho que ver con lo que decía el nazareno. Yo siempre digo que si volver volviese sacaría nuevamente a la mayoría a latigazos de donde hiciera falta. Todos los que se adueñaron durante los años infaustos de guerra civil,posguerra y recuelo de esa bandera, lo hacían porque creían que de esa manera purgaban los crímenes y desmanes que habían llevado a cabo. Craso error, porque tengo la convicción de que todo el mal se termina pagando. Un abrazo, dos besos y palomas mensajeras de cariño.

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  4. Entretenido y nostálgico para mí como todo lo que escribes, y no por ello exento de gracia. Siempre que te leo provocas en mí unas risas, que son dignas de agradecer.En esta ocasión, la ha desencadenado el imginarme a todos los niños,intentando echar la meada más larga,y tú viendo como que la tuya no abanzaba más allá de tus zapatos.
    Gracias Mauro

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    1. ¡Que gusto provocar risas, apreciada Olaya, en un mundo tan plagado de seriedad!. Lo cierto es que las cosas eran así, un poco a lo bruto. Dice Sabina, que para mi es grande, que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Tampoco añoro la felicidad de aquellos tiempos que recordamos en color aunque eran en blanco y negro. Me meaba en los zapatos por el pellejo que me sobraba que servía como de contención. Un abrazo y gracias por asomarte .

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  5. ....La dichosa estufa que no calienta ni a Dios. Y es verdad, si hoy tuviésemos que llevar a nuestros hijos a aquellas clases de techos inalcanzables, pupitres de madera con tintero incorporado y frías como cuevas, pondríamos el grito en el cielo... aunque ya no estamos tan lejos. ¡¡Animo Rajoy, con un poco mas de esfuerzo, lo consigues!!!
    Aún así eran otros tiempos y los Maestros tenían cierta autoridad que les valía para hacerse de una clase de 30 ó 40 con la ayuda, si hacía falta, de hostias como panes. Mi "queridísima" Dª Elena, sabía mucho de estos métodos. Esas escuelas del Jardinillo, las recuerdo como si fuese ayer mismo...Ese patio con aquellas columnas de hierro, que hacían de pilares para sujetar la parte de arriba del edificio, que por cierto tenían mucho peligro sobre todo cuando jugábamos a la cadena. Yo que he sido muy "pupas", las he catado alguna vez.
    Todo parecido con la realidad de hoy es pura coincidencia.
    Dos besos retorcíos y aprovecho este rincón para mandarle un abrazo a nuestro amigo Cheto que está convaleciente de un aparatoso accidente. ¡¡¡Que te mejores pronto Cheto!!!

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    1. Pues mira si salimos bien "curtios" amigo Pepe. Ya digo yo que las hostias las daban sin consagrar, aunque no fuera el caso de Don Eugenio a quien solo sacaba de sus casillas Manolillo el Feo que era más malo que la quina, y se llevaba un reglazo a tiempo cuando falta hacía. Doña Elena siempre tuvo mala fama y peor leche, tal vez por ser solterona a perpetuidad, quien sabe. Las columnas de hierro serían hoy en día motivo de denuncias y cónclaves por parte de los sufridos padres. En aquellos tiempos nos abríamos la cabeza y a buen seguro que alguno debió de sufrir taras a perpetuidad después de chocar con ellas. Un servidor siempre tendrá también grabada en la memoria la época en que estuvimos ensayando en aquel local, abandonado y caído en el deterioro, con el Grupo Teatral Mudela. ¿Te acuerdas del monstruo de la pipirrana?.
      Dos besos retorcios de vuelta para las jachas tierras.

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  6. Que tiempos aquellos de escuela, que de anécdotas y cuantos amigos que se han ido perdiendo por el camino, cada cual con su vida...pero que buenos momentos se pasaron en esos días.

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    1. los amigos que se pierden no eran amigos. Así al menos me lo ha ido enseñando el lento pasar de la vida. Es cierto que cuando nos remontamos a la niñez, tendemos a ver en color lo que era en blanco y negro. De cualquier manera la infancia siempre se recuerda con un recuelo de nostalgia y es bueno que así sea. Un saludo y gracias por pasar.

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  7. Como bien dice Pepe, muchos y buenos recuerdo de esas escuelas del jardinillo, la estufa que no calentaba y el aire que entraba por todas y cada una de las muchas rendijas de los ventanales y puertas de madera de dos hojas, que no cerraban ni a tiros. Yo también tengo el recuerdo de aquellos que utilizaban el método "hostias" como instrumento de docencia por aquel entonces, Doña Elena en las Nacionales y Madre Nieves en las monjas, aunque también conservo el grato recuerdo de Don Manuel en el Jardinillo y Madre Mercedes en las Monjas... con métodos bastante más humanos. Eran otros tiempos, con métodos muy denunciables hoy en día, difíciles y con todo tipo de carencias, y sin embargo todos alargábamos el horario con clases de permanencia. Al fin y al cabo buenos momentos de nuestra vida, muy gratificante el recordarlos y plasmarlos en común en este muro que nos proporciona nuestro amigo Mauro. Gracias como siempre.

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    1. A Doña Elena no la sufrí en mis carnes, pero me congratula que nombres a Madre Nieves(... Arrondo creo que se apellidaba), porque cuando menciono en mis escritos a la monja que me hostiaba nunca digo quien era por aquello del si resulta que solo conmigo desataba sus iras y mira por donde parece que fuiste victima letal de su ira incontenible. Así, que al menos nosotros dos, aunque hubo muchos más, fuimos elevados al altar de los sufridores por tan venerable dama que por los años transcurridos Dios habrá acogido en su seno. Lo de aquella época no era denunciable, era de cárcel y sino que le pregunten a los que caían en mano de Cachito, aunque bien es cierto que ni tanto como antes, ni tan poco como en estos tiempos en que los tiernos infantes campan a sus anchas en el más absoluto descontrol. Un saludo afectuoso y gracias por parar en estos andenes.

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  8. Como las escuelas estaban separadas, las de niños y las de niñas, creo que fuisteis afortunados los niños, por la estufa de carbón.
    Las niñas íbamos con Dª Joaquina y no teníamos estufa de carbón si no un simple brasero que encendíamos cada mañana maestra y alumnas y que después cuando las manos se quedaban engarrotadas por el frío íbamos a calentarnos. Imaginaos la clase enorme, la maestra encima de la tarima con el brasero y las niñas abajo con las manos cubiertas de sabañones. A las 12 tomábamos la leche, "la Julia" venía a dárnosla cada mañana, leche en polvo, asquerosa, pero que todas tomábamos como algo delicioso porque estaba "calentita". Entre eso y el recreo cuando llegábamos a casa ya nos habíamos olvidado del frío.
    He recordado estas cosas muy recientemente porque en la escuela de idiomas, se rompió la calefacción y suspendieron las clases......

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  9. Cuando escribo fabulo y a veces invento, por aquello de darle más "vidilla" a mis relatos. La carbonera existía, pero cuando agudizo el recuerdo me viene a la memoria que siempre la conocí vacía. Cierto es que en algunas aulas de aquel edificio aún pervivían las estufas apagadas de carbón que habían sido sustituidas por las primeras catalíticas de butano que empezaban a hacer furor. Y bien es cierto que apenas alcanzaba su calor para calentar las piernas heladas del maestro. Un gusto recibirla de nuevo en esta casa a la que puede su merced llamar cuando le venga en gana.

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