Andaba hace unos días este escribidor de
poca monta paseando como gallo descabezado por los etéreos caminos del internet
y desembarcó, como tantas otras veces, en el preciado cobijo de la cueva de
Alma Cuevalagua. Y fue allí, oteando escritos y dichos con que alimentar mente
y alma, donde tuvo constancia de la llamada de un personaje peculiar, que a
modo de peregrino venía a pedir posada y aposento a quien a bien tuviere el
dárselo.
Y pudo apreciar este manchego
de “frente ancha”, que el individuo, barbado en cuestión, era persona de buen
hacer y mejor decir, por lo que presto acudió a solicitar que tuviese a bien el
parar en su posada, donde sería recibido con los honores que merecer merecía.
Así llegó hasta este rincón
de ajados recuerdos y pensares José Antonio Fernández Senovilla, de quien
podréis degustar deliciosas viandas escritas en Pensamientos JFS, su blog y
barco en estos mares internautas.
Y como muestra de ese buen
hacer y sentir, me dejo un presente placentero y delicioso bajo el título de
Creencias y Confianzas que vienen a ser recuerdos añorados del pasado que tanto
nos gusta.
Os dejo con Senovilla, el
peregrino de la blogosfera.
El peregrino de la blogosfera llega a un
rincón lleno de arte y verbo, está hoy difícil mi invasión, pero bueno con
recuerdos y aventuras de niñez me lanzo a intentar llegar a la altura de este
gran escritor que hoy invado con el calor de una cariñosa acogida.
De crédulo tenía mucho, pero de tonto muy poco, así que aquella peonza de color rojo y verde tendría que esperar a que mi Tronadora superase la prueba con los más débiles, fueron muchas partidas ganadas en tarde de bailarinas con círculos grandes de arena que hacían de escenario mortal para cuatro niños que les rompí el corazón al partir en dos sus peonzas, con lances certeros y llenos de ilusión de ser un campeón.
Durante las clases de ese día los nervios estaban en mis entrañas, la mente estaba tensa y por miedo al castigo de excesivos deberes, contestaba todas las preguntas que se hacían generalizadas sin levantar tan siquiera la mano y teniendo que ser acallado por D. Venceslao en varias ocasiones que me amenazó con salir a dar yo la lección.
Pensé que ahí se acabaría todo, un golpe seco seguro que rompería mis esperanzas y tendría que volver a aquellos juegos de canicas, que para un niño tan mayor ya se me hacían aburridos y tediosos.
Tronadora aguantó el envite y dos más, así iba transcurriendo la tarde con mucha expectación por parte de los curiosos que rodeaban al que ellos creían que acabaría siendo el campeón, pero ocurrió lo que nadie esperaba y menos yo, su peonza bailaba a una velocidad de vértigo, el ruido parecía que iba a romper mi oído, y como acto reflejo lancé a Tronadora con los ojos cerrados al abismo de aquél tablao, con la suerte del novato que pega en todo el centro neurálgico de aquel color verde y rojo que partió en dos mientras mi color marrón clarito bailaba y bailaba sin parar como si el orgullo se le saliese en cada meneo.
Sabía que no podía celebrarlo, todos eran de cursos superiores al mío y un pequeño miedo, digo pequeño, no, estaba acojonado, se apoderó de mi con un rojo subido de tono en mis carrillos, agarré con más fuerza que nunca mi peonza y la guardé en el bolsillo, mientras con la máxima discreta forma de escabullirse que conocía me despedí de aquellos mayores rumbo a casa sin mirar ni un momento atrás, y sólo al sentirme seguro cerca de mi portal comencé a gritar como un poseso y a besar a Tronadora con la pasión de un enamorado.
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