Plaza del Generalísimo 1961
Si señores, así como
suena; en el año 1965, DIOS tenía un puestecillo en Santa Cruz De Mudela,
concretamente en la plaza. Allí los más pequeños, invertían sus perras gordas
en comprar garbanzos, altramuces, cañamones y pipas, al tiempo que admiraban un
paisaje desolador: la vieja fuente de la plaza del pueblo .Efectivamente, este agujero que llamaban fuente era
un armatoste circular de tres metros de diámetro y uno con cinco de altura, que
estaba llena de excrementos de animales racionales e irracionales, ríos de
meadas, montones de clavos oxidados y alguna que otra suela de crepé. Nadie
jamás, ni los más antiguos del lugar la conocieron con agua .El tétano pasaba
desapercibido por Santa Cruz de Mudela.
La fuente estaba situada en el centro de la plaza, que ubicada a dos metros del
nivel del suelo tenía tres escaleras laterales para acceder a la misma. A los
niños, cuando se les preguntaba de dónde venían, respondían de “ca dios “.
Hoy recuerdo el libro de Ramón J.Sender, “La Tesis de Nancy” y pienso que
si hubiese estado aquí la protagonista de ese relato también escribiría que
esta localidad “estaba llena de niños muy católicos”.
Dios trabajaba en Las Sartenes, era cuñado de Tinilín y murió de muerte
trágica, dándose la circunstancia de que por la misma época y en las mismas
condiciones falleció otro vecino apodado el Chorra y como somos en este
pueblo tan graciosos, se comentaba que Santa Cruz de Mudela era el pueblo más
desgraciado del mundo, pues nos habíamos quedado en poco tiempo “sin Dios y sin
Chorra”.
En los soportales de La Campana, en la misma puerta del antiguo mercado, hoy
Centro de la Juventud, ponía su puesto la Jeromilla, con especialidad en nueces
y castañas asadas para el Día de los Santos. Nunca comprendí por qué se cambió
unos metros más abajo, junto al surtidor de petróleo de Bernardo, dándole así a
las castañas un sabor añadido y propio.
Ya inmersos en la calle Real, lugar de paseo y ocio de los eternos novios
santacruceños, nos encontrábamos unos puestecillos humildes, comandados por dos
buenas y ancianas mujeres.
Se encontraba el primero en la esquina de Amando, hoy Caja de Castilla La
Mancha; allí se ponía “La Segunda”. El puesto era un cajón con pequeños
compartimentos sobre dos ruedas de bicicleta. El habitáculo lo bordeaban unas
sayas azules que cubrían una lata vieja de tomate llena de ascuas
candentes para calentarse. Las chufas, cacahuetes, altramuces, cañamones y
garbanzos tostaos los vendían en un pequeño cajoncito de madera (del que no
recuerdo su nombre) que era la medida. Lo llenaba hasta arriba, y cuando lo
vaciaba en el cucurucho de hojas de periódico ABC, la mitad de la
mercancía volvía nuevamente a su lugar de origen .En torno al puestecillo,
vivió el nieto de “La Segunda”, chiquete entrado en carnes, que hoy
dirige los destinos de nuestro pueblo: el señor Fuentes.
Continuando, en lo que hoy es el supermercado de La Despensa, encontrábamos enfrente, en la puerta de don Otón a la suegra de Pío, apodada “La Caloras”, con otro puestecillo de las mismas características y precios. Circundaban a este sitio cantidad de huesos de aceituna que caían desde las alturas de la casa del antedicho, que almacenaba gran cantidad de tordos en su tejado. Siempre recuerdo ver a un vigilante (así se llamaban los antiguos policías locales) llamado “Pablito”, en el cruce de las cuatro esquinas, con un impoluto uniforme azul con trinchas y casco blanco, dirigiendo un tráfico que no existía, cuatro galeras, dos bicicletas, la furgoneta de Loreto y un trastajo de triciclo más bien sacado de vertedero conducido por un muchachete de cuatro o cinco años que gastaba unas gafas de culo de vaso que parecían los culos de un par de botellines; le llamaban "Maurito" y era el hijo del "Cojo Villanueva", gran maestro zapatero, hábil manejando el betún y ducho en saborear los caldos del "Morusco".
Desde esa esquina en dirección al parque encontrábamos otro puesto, este fijo,
que se ubicaba antes de llegar a la puerta del Cine de Antonio Laguna. Lo regentaba “La Ulpiana”. Aquí existían
algunas novedades; las pipas no iban en cucuruchos, sino en bolsas verdes y
rojas, la mitad de pipas y la mitad de sal, y cuando tenías los labios
abrasados te costaba dos perras gordas echar un trago del botijo… y después la
novedad, los fósforos. Los niños de esa generación teníamos las yemas de los
dedos quemadas por el contacto con el fósforo, o por rascarlos en las fachadas
que eran de cemento bruto, es decir, igual que los nudillos del tío “Cleto” de
“La Mazurca para dos Muertos”: “en carne viva”.
Y no nos podemos olvidar de la reina de estas actividades comerciales, la
Francisca “La Chotilla”, apodada también “La Pequeñita”. Vivía en la casa que
hoy es de Paco, el hijo de Daniel, que fue santero en Las Virtudes y que está
un poco más abajo que la del “Pica”, leñador de leñadores de Santa Cruz y que
era de los pocos que por aquellos entonces sintonizaban la llamada Radio
Pirenaica, ¡Ahí es ná!
“La Pequeñita”, tenía un puestecillo fijo y otro móvil, pues era muy viajera y
la podías encontrar por cualquier calle del pueblo, a veces acompañando a su
vecina churrera “La Margarita La Calva”, que enviudó y se casó con el “Santo
Tablares” de Castellar de Santiago. Era tan pequeñita que cuando veías venir de
frente el puestecillo por la calle Juan Domingo parecía que marchara solo,
luego cuando te cruzabas con ella, veías que lo iba empujando.
El “Santo Tablares” venía con un chiquete pelirrojo algo grandón, y el día de
la boda de su padre, cuenta Zabala, que era vecino de ellos, que le echaba los
langostinos por la gavillera de su casa; y fue Pedro Zabala el que me comentó lo
acontecido un ocho de septiembre. Resulta que “La Pequeñita” contrató a un
vecino de Santa Cruz, al que apodaban “El Viajante” para que le transportara el
puestecillo hasta el poblado de Las Virtudes, y a Zabala, que tendría no más de
ocho años, para que le ayudara en la venta. “El Viajante” era una persona
enjuta y de rostro cetrino, que usaba un corto y ancho sombrero, gafas de
cristales ahumados, viendo más sin ellas que con ellas puestas, que se dedicaba
a hacer portes a quien lo pidiera con su carro y su mula. De pelo ralo, mirar
huidizo, y la barba por parroquias, coincidía a la perfección con tres de las
nueve señales de Fabián Minguela, (… ¿me entiendes, ¿no?). Una vez ubicado en
Las Virtudes el puesto de venta, parece ser que “ El Viajante” se dio gran
maestría en manejar la bota, que no el agua del Pilar, y cuando terminó la
jornada y volvían para Santa Cruz, bajando la cuesta del puente por la nacional
IV, “El Viajante”, posiblemente imbuido en los efectos del alcohol y con las
gafas puestas (es decir, sin ver), bajaba a una velocidad endiablada, y según
Zabala, no sabía si los Barreiros adelantaban al carro por la izquierda,
o el carro a los Barreiros por la derecha; no obstante, en estos vaivenes,
Pedro se llenaba los bolsillos de garbanzos y guijas, porque sabía que no iba a
cobrar.
Otra novedad de la
casa de “La Pequeñita” (el puesto fijo), era el sistema de vigilancia; tenía el
carrillo en una habitación y en la pared, en un lateral del carro, había un
espejo; así, al darse la vuelta para cobrar en el cajoncillo del dinero, veía sobre
el espejo si algún chavalete le quitaba algo por la trasera.
Quiero
dedicarle estas vivencias a Carmen “La Patirraca”, primera maestra de muchos
niños de mi generación, en su escuela de cagones, santuario para nosotros de
los primeros Peninsulares de la adolescencia.
JOSÉ ANTONIO LÓPEZ ARANDA
Maravilloso viaje por la historia de Santa Cruz, me ha encantado. Y sobre todo la dedicatoria a la Patirraca, ya que yo fui de las últimas generaciones que tuvo en su casa. Recuerdo perfectamente la habitación al fondo, con las sillas pequeñitas que cada uno llevábamos de nuestra casa, y enfrente el cuarto donde vendía las golosinas, lugar sacrosanto y maravilloso de aquella buena señora que a tantos santacruceños nos educó. Por cierto, en una ocasión encerré a la Patirraca en el patio. Salió a hacer no se qué faena y yo le eché el cerrojo a la puerta. Y allí estuvo la buena mujer un rato largo, hasta que los padres llegaron a por nosotros y pudieron liberarla. Menudo mal rato tuvo que pasar...
ResponderEliminarJose Antonio guarda mucho en la chistera, solo ocurre que nos es muy dado a ponerse con el asunto de la escritura, aun animándole a que lo haga porque tendría mucho que contar. Pensaba yo que por edad no habrías conocido lo que se daba en llamar escuelas de los cagones. Y mira por donde debiste de cerrar plaza. Un placer recibirte, como siempre.
ResponderEliminarCon el fondo tan oscuro casi me dejó los ojos jjj
ResponderEliminarLlevas razón. Pero el amigo Bajillo me dio el texto metido en un pen y por mucho que lo intento no logro cambiarle el fondo. Así, que si te quedaras ciega, la indemnización se la pides a él, jajajaja. Gracias guapa por leernos.
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