Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

viernes, 24 de septiembre de 2010

Otra página del tiempo roto.


     


   Cuando, cada vez con menos intervalos de tiempo, me remonto al lejano discurrir de mi niñez, siempre me vienen a la mente los días, semanas, meses, años en conjunto que pasé siendo tierno infante en Las Virtudes. El transcurso de los veranos, que por aquellos entonces recuerdo tórridos y bochornosos, con un sol que amenazaba con derretir sin piedad las piedras, se me antojan infiernos comparados con los de ahora; evidentemente carecíamos de las excelsas comodidades de hogaño y los aires acondicionados eran artilugios desconocidos y como de otras galaxias.
   
   La siesta era asunto de pijama, orinal y padrenuestro, que diría Camilo José Cela, o dicho de otra manera cuestión que había que tomar con calma y sin precipitación. Cuando observo, en nuestros presentes tiempos, las prisas con que nos movemos los actuales pobladores del planeta, esbozo una sonrisa y recuerdo la vida de antaño, sin colesterol ni triglicéridos y eso que no soy de los que piensa como Jorge Manrique que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero campaba la tranquilidad y el stress, tan usual en el actual vivir cotidiano, era asunto desconocido y la vida discurría placentera, botijo de agua fresca a la sombra resguardado y sartén de gachas con torreznos en la lumbre cocinada. 
     
   Digo que era entonces, en aquellos años que perdidos parecen en la memoria de los tiempos, cuando aprendí a amar este paraje manchego; los veranos ya os he dicho como eran; los otoños llegaban inmisericordes una vez que pasaba el 8 de septiembre, día de la patrona, que marcaba con la exactitud de un reloj suizo el comienzo de las clases, la vuelta a las añejas aulas del saber franquista, a las sonoras hostias sin consagrar, que nos daban de regalo en el colegio de las madres concepcionistas. 


   La semana era larga y el aprendizaje arduo, pero llegado el viernes, viajaba en el pequeño utilitario de Antonio Laguna, un seiscientos gris con el techo negro, por la serpenteante carretera camino de Las Virtudes y no puedo evitar ,cuando han pasado más de cincuenta años, recordar en blanco y negro aquel tiempo, dedicarle unos minutos del placentero presente, porque yo no quiero volver en la máquina del tiempo hasta aquella época perdida en la memoria, aunque digan algunos pertinaces agoreros, que mientras disfrutan de los beneplácitos que nos da el presente, que con Franco se vivía mejor, digo yo y clamo por que se cumpla, el que alguien los devuelva por periodo indefinido a esa época ancestral, donde a falta de cuartos de aseo hacíamos las necesarias necesidades entre pollos y gallinas y limpiábamos nuestras posaderas con hojas manuscritas de papel de periódico atrasado.







4 comentarios:

  1. Un hermoso viaje lleno de sabores, colores y detalles.
    Muy lindo relato lleno de magia.
    Bessoss

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  2. los sabores de la infancia tienen la facultad de hacerse como el buen vino añejos, los colores dejan de tener color para tornarse sepia y los detalles perduran en algún lugar del cerebro durante toda la vida. Ese recuelo, como el poso de un buen cafe deja olor eterno y perdurable. Gracias amiga, muchas gracias.

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  3. Precioso relato, me ha encantado!. Ay de esa añoranza, esa nostalgia q te hace sufrir pero q te arranca tantas risas y sonrisas...
    Enhorabuena por tu blog, es un gusto sumergirse en él

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  4. Siempre me resultó placentero escribir, igual que la lectura, es un bálsamo que cura mis heridas. Si a eso le añadimos que con este invento de Internet puedo conseguir que algún alma caritativa me lea, mejor que mejor. Gracias por dedicarme valiosas porciones de tu tiempo.

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