Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

jueves, 27 de mayo de 2010

A la entrada del túnel







     Siento pasión por la lectura. A lo largo de mi existencia, que empieza a tener un extenso recorrido, he sido un devora libros impenitente, asiduo lector de cuantos ejemplares llegaban a mis manos. De niño, mi pasión eran los tebeos. Leía con fruición las patrióticas aventuras de los héroes hispanos y así, El Guerrero del Antifaz, EL Capitán Trueno y El Jabato pasaron a formar parte de un soñado mundo de aventuras irrealizables; las novelas de Marcial Lafuente Estefanía, llenas de buenos y malos que paseaban sus desavenencias por el salvaje oeste americano fueron, junto a los libros de Enid Blyton dedicados a los cinco, y los de un cura, que después dejó de serlo, llamado José Luis Martín Vigil el germen de la semilla que plantó en mí una pasión desaforada por la lectura. Por el contrario, siempre carecí  de la necesaria memoria que me hiciera recordar citas, nombres y todo aquello que de su lectura podía aprender y jamás me preocupó que pasado un tiempo todo el recuerdo que me quedara de un relato leído fuese si había sido de mi agrado o por el contrario me resultó ser un tostón considerable que había de ser enterrado en el baúl de los olvido. Con ello quedaba  satisfecho y me bastaba.
     Durante años fui comprando y acumulé todos aquellos ejemplares que mi exigua economía podía permitirme y los estantes de la dependencia de la casa dedicada a biblioteca se fueron llenando sin prisa y sin pausa con la ilusión preconcebida  de que, llegado el momento de abandonar la rutina del cotidiano trabajo para disfrutar de una merecida jubilación, fuese uno de mis ansiados placeres el de dedicar todo el tiempo del mundo a saciar mi voracidad por la lectura. Jamás pensé  que tal vez llegado ese día, el poder de mis ojos ya no sería el mismo y menos aun el nivel de retentiva en mi memoria, que como ya he dicho anteriormente, no ha gozado de plenitud ni en su época de bonanza y tierna juventud. Ahora que veo acercarse lentamente ese momento he de admitir que conseguí cumplir con antelación tan anhelado deseo puesto que ya he devorado una ingente cantidad de los libros clasificados con exquisito primor y orden en cada estante según su género y temario. Mas no es esto lo que actualmente me importa; el problema que me acucia es el de los períodos oscuros, esos en los que no recuerdo lo que hace poco leí y que me hacen volver repetidamente una vez tras otra al principio del mismo capítulo, al párrafo que acaba de ser leído y no logro asimilar. También es cierto que cada vez con más asiduidad olvido cosas elementales y rutinarias como donde deje las zapatillas de andar por casa o cual es el cepillo con el que a diario lavo mi dentadura, donde quedó olvidado el pijama y naderías de este estilo que no tendrían mayor importancia de no ser porque pasó lo que me temía que habría de pasar. Laura, mi esposa y compañera desde hace más de treinta años, fue percibiendo  estos detalles sin importancia y a pesar de mi enconada oposición  a decidido que debo visitar al médico de cabecera y presta a pedido con premura la cita correspondiente y yo, que siento alergia crónica a los matasanos tengo un enfado de mil demonios, mas no hay posible solución ya que si ella a dispuesto que así sea, así habrá de ser a pesar de mis quejas y lamentos.
     Cuando retomo el curso de este relato deben haber pasado días, semanas o tal vez meses, no lo recuerdo con exactitud, pero tampoco tiene excesiva importancia. La primera visita médica fue al galeno de cabecera, que después de preguntar multitud de obviedades, optó por recomendar que era de vital importancia acudir a un especialista en la materia. Para acelerar el proceso y evitar engrosar listas de espera interminables, Laura estaba preocupada en exceso, optamos por acudir a una clínica privada donde un señor de poblada barba agilizó los trámites necesarios para ser tratado, ironías de la vida, por el mismo en su consulta del hospital dependiente de la seguridad social.
     A partir de este momento evitaré entrar en minuciosos detalles, ya que no quiero cansar en demasía a quien a bien tenga detenerse a leer este pobre testimonio, por ello seré escueto en la exposición y tan solo diré que después de pasar por un maremágnum de analíticas, pruebas y diagnósticos, me encontré al fin sentado, frente a frente, con aquel que había de decirme si en verdad ocurría algo en las remotas cavernas de mi cerebro. Comenzó su disertación de la manera más obvia, relatando que después de evaluar todos los informes que sobre su mesa tenía, había llegado a la certera conclusión de que algo estaba ocurriendo que afectaba a mi lucidez y que sin tenerlo del todo claro podía asegurar que se trataba de algún tipo de deterioro cognitivo. Le miré a los ojos, esbocé una mueca por sonrisa y le conminé a que dijese la verdad sin tapujos y como aun así el buen hombre no se decidía a dictaminar su veredicto fui yo quien pronunció la sentencia: ¿Alzheimer doctor?, a lo que contesto con una abrumadora afirmación, mientras Laura clavaba su mirada en la mía y podía apreciar como el vacío proclamado en sus ojos denotaba el velo de incertidumbre y desolación que acababa de apoderarse de su ser.
     Vuelven a discurrir días, tal vez semanas, hasta que torno a desgranar palabras ante el papel, para continuar escribiendo. Laura sigue como ausente y es evidente que le cuesta sobremanera  asimilar este varapalo y no sé de qué manera  hacerle entender que todo aquello que discurre a lo largo de nuestras vidas tiene que ser necesariamente asumible. Está milimétricamente pendiente de todo lo que acontece a mí alrededor y son muchas las veces que con la mejor de sus intenciones se puede tornar difícilmente soportable. Comidas a la hora exacta, ingredientes medidos y precisados, tomas de medicamentos y demás menjunjes, horarios y días de consulta y rehabilitación, todo medido y calculado para que en esta “nueva vida” cada cosa este dispuesta a su debido momento.
     Me siento incapaz de demostrarle cuanto le agradezco su apoyo y dedicación porque no dudo de que inevitablemente las lagrimas correrán por sus mejillas surcando las incipientes arrugas de su semblante cual ríos de sal descontrolada y sus ojos hermosos y azulados quedaran velados por la niebla del llanto. Por ello he decidido escribirle unas palabras, dedicarle una ofrenda a tanto tiempo compartido y al que, sin duda, nos queda por compartir.  
     Amada mía: A través de los cristales de la ventana contemplo el nacimiento de un nuevo día. Las primeras luces de la alborada iluminan tenuemente el jardín donde ,como un sarpullido de vida, las flores de los cerezos retallan comenzando a aflorar impetuosas. Observo en la lejanía la ermita de San Roque y pienso los avatares y sucesos que habrán contemplado sus añejas murallas. Una nueva primavera nace ante nuestros ojos preñando de vida todo lo que nos rodea, inundando el cielo de pájaros, los arboles de hojas y el discurrir cotidiano fluye como sangre renovada por las venas.
     Y pensando, pienso y discurro cuantas serán las primaveras que hemos compartido a lo largo de los años transcurridos y adivino que deben haber pasado con creces la cuarentena. Remontándome en el tiempo, recuerdo nuestros primeros escarceos amorosos, aquellas citas compartidas en el más estricto secreto y en el amor que pausadamente fluyó como manantial en el desierto. Después todo fue sencillo y vital; la vida que tanto nos ofrece alfombró nuestro camino para que juntos lo anduviésemos de la mano, disfrutando de los buenos momentos y compartiendo los que de dolor a veces inundaron nuestros días. Por ello, a tus pies arrodillado, pido mil veces perdón por las veces que te hice sufrir con mi manera de actuar intransigente, azuzada por la cólera del fuego que fluye de mis entrañas y a la vez te conmino a que comprendas que difícilmente se puede cambiar a estas alturas. Gracias, por todo lo que compartido, guardado quedó en el baúl de los aconteceres, por los hijos que cobijados en tu vientre vieron la vida, por la luz que diste a mi existencia en los días llenos de nubes negras, por tu dedicación desinteresada, por las flores con que adornaste los jarrones de mis oscuros rincones.
     Por último asegurarte que no es esta una carta de despedida, como de su lectura pudiera desprenderse, sino un canto de amor y reconocimiento cuando el camino a recorrer se va acortando y los días por vivir disminuyen inmisericordes, aunque tengo la certeza y convicción de que cada amanecida es una buena noticia que hay que compartir y exprimir hasta la última gota. Por ello, al destierro mando cuantos pájaros negros aniden en nuestra morada y la puerta abro a cuanto bueno este por venir. Por todo cuanto me diste, para siempre y por siempre.

Acompañé la carta con dos billetes de avión con destino a Praga y la deposité en un buzón cercano a casa; quería que en estos tiempos en que nadie utiliza el correo convencional para comunicarse, la llegada de un escrito a la vieja usanza fuese toda una sorpresa para Laura.
    Han pasado tres largos años desde que hicimos realidad el mencionado viaje a la capital checa y aun lo llevamos grabado a fuego en la memoria. Era una ilusión compartida; siempre habíamos sentido el anhelo de visitar esta encantadora ciudad y es lógico que en nada decepcionase nuestras preconcebidas ilusiones. Paseamos como jóvenes enamorados por las orillas del Moldava y por el barrio de Mala Strana después de cruzar el majestuoso Puente de Carlos, sucumbimos al encanto de la belleza que salpica las angostas callejuelas que conducen a la Plaza de la Ciudad Vieja, mientras la música de los trovadores callejeros nos hacía viajar en nubes de felicidad.
     Como dije anteriormente, el tiempo inexorable ha ido transcurriendo desde entonces; con sus idas y venidas, consigo mantener el tipo y sigo luchando contra la adversidad. Los galenos que vigilan con presteza mi estado mental no logran explicarse el porqué del retardo en el fatal progreso de mi enfermedad. A veces les digo que el motivo es tan sencillo como querer vivir, exprimir cada momento acontecido, no inhalar el aire como mecánica función de los pulmones, sino mas bien comerlo, masticarlo y olerlo, matizar cada aroma y sentir en cada poro de la piel como penetra la vida, agradeciendo a Dios, supremo hacedor de todo cuanto nos rodea, el disfrute gratuito, sin tasa ni medida de tanta maravilla terrena.








2 comentarios:

  1. es un placer leerte amigo y para nada es aburrido tu texto. Sale de tu corazon , y las palabras a tu esposa no podian estar mas llenas de amor.
    Lucha amigo lucha y sigue llenando este espacio de hermosos textos , de tu vida.
    Yo empece con mi blog hace ya ...casi dos años , he tenido grandes amigos, vivencias, errores, pero no me arrepiento de nada. El otro dia conoci personalmente a un bloguero y me dijo que mi blog era muy transparente y que por ello podrian hacerme daño, y es verdad, pero a mi lo que me gusta es contar mi vida, mis amores, mis historias .
    Un abrazo y seguire viniendo amigo.
    Un abrazo
    Namaste

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  2. Felicidades. Es una historia tragica y muy bien escrita, espero conocer a su autor. Los tres personajes del cuento: el hombre, la mujer, el medico; y el cuarto el paisaje. ¿Que es lo que falta? Faltan los hijos, faltan los padres, falta la casa, falta el trabajo, falta la religión, falta la politica. ¿Que es lo que tiene el hombre cuando se enfrenta a la enfermedad? ¿tiene miedo? ¿tiene esperanza? ¿tiene eternidad? ¿tiene ilusión por luchar? ¿tiene hijos? En el cuento hay demasiado silencio. Mauro parece que solo tiene mujer y paisaje. Ah... y desconfianza a la Seguridad Social.
    Yo creo que es la historia de Adan contada de otro modo: el galeno (la serpiente, desvela el pecado, la enfermedad), la mujer (que escucha al galeno, nos dicen que es buena pero debemos sospechar), el hombre (Mauro exilado por el pecado, aqui la enfermedad de no conocer, de olvidar, de estar en la Seguridad social) y la tierra condenada por ocultar el pecado (la tierra es el paisaje, donde se esconde la desesperacion de Mauro).
    Un saludo. Rigoberta

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