Amo la risa, me gustan las
personas que se ríen por cualquier cosa, aquellos que dibujan en su cara una
sonrisa ante la adversidad, aunque yo no pertenezca precisamente a esa estirpe.
En cambio soy un soñador empedernido, sueño despierto y vivo en Babia y
es así como viajo a lugares desconocidos y sueño con ser lo que nunca fui, ni
seré, pero qué más da. Me gusta perdonar, pues no entiendo la vida sin perdón,
al igual que no la comprendo impregnada de rencor, total pienso, para que odiar
si este camino es muy corto. Con los años estoy aprendiendo a relajarme, a
disfrutar de lo pequeño, de las pequeñas cosas que la mayoría no ve e ignora:
la brisa de la mañana, los días soleados, las tardes de lluvia, en fin, tantos
pequeños tesoros. Ahora estoy aprendiendo a pedir ayuda aunque nunca me costó
demasiado. Es tan gratificante bajar los peldaños de la escalera de la
prepotencia y decirle a una mano amiga: estoy jodido, échame una mano, no puedo
más y en contraposición, colma tanto de alegría el hacer un favor que cada vez
deseo más que me los pidan. Me gusta expresar lo que siento y ello me acarrea
multitud de problemas, porque siempre carecí de la mesura necesaria que me
indique lo que debo decir y por el contrario aquello que debo callar, y la
vehemencia en mis exposiciones me acarreó problemas y males, pero supongo que
así fue y así seguirá siendo, que le vamos a hacer sí seguiré diciendo lo que
pienso.
Dicen que es bueno romper
hábitos, pero a mí me cuesta infinito renunciar a mis preconcebidas costumbres:
los vinitos a tal hora, la charla con los amigos, la dormida siestecita y leer,
ante todo leer un buen libro. Mi amiga Mise, bibliotecaria del pueblo ríe
cuando le digo que no se puede leer cualquier cosa. Calcula, le digo, los
libros que te quedan por leer hasta el fin de tus días y no te saldrán más de
trescientos, así que elige con cuidado porque son miles los que te quedarán por
degustar, y millones las cosas que te quedarán por aprender.
Tengo dos hijos, que son mis
dos soles. Adrián de dieciséis años y Amparo de trece, que a veces como padre
tardío que soy, cargo con cincuenta, me sacan de mis casillas. Me enfado, les voceo
y después me digo, sonríeles, habla con ellos, cuéntales tus cosas y ellos te
contarán las suyas. Me gusta cantar en la ducha,
sobre todo y ante todo al Sabina y a Serrat. En cambio bailar me vino largo. Y será por ello en mis años mozos destrocé la barra de las discotecas y tal vez por
eso, porque acodado en ellas escuchas y te escuchan, aprendí ante todo el arte
del palabrerío; reconozco que hablo como un papagayo y cargo con el sutil
defecto, que voy puliendo con los años, de tener poca capacidad de escucha.
Por último y
antes de decir hasta la próxima, señalar, aun pecando de presuntuoso, que me
encanta recibir un cumplido. Oír esa palabra amiga que me dice : “esto Maurito, lo bordaste”. Porque,para que engañarnos:¿a quién no le halaga un halago?
y a la vez, ¿quien no se siente satisfecho con un reconocido agradecimiento?. Por ello a la vez que me gusta cumplir aquello que prometí y terminar todo aquello
que desee realizar,aunque me cueste horrores, no entiendo, ni entenderé, a todo aquel que dice que se
aburre, porque al menos para mí no existe el aburrimiento y tengo la fiel
certeza de que esa palabra vana está borrada de mi pensamiento,ya que si algo
tengo claro en este devenir cotidiano es que a lo largo de mi vida me han
de faltar demasiados días para realizar todo lo que quise ver consumado.
He sentido mucha serenidad a terminar tu relato; es sincero, sencillo y precioso. La verdad, "lo has bordao".
ResponderEliminarGracias Mauro
Gloria Ge