Juro por Dios, aunque parecer pueda herejía, que aun los recuerdo. Aun
retengo, exactos y concisos, los veranos de canícula y bochorno insoportable
que pasé de tierno infante en las Virtudes. Y atestiguar podría, ante juez
divino o terreno, (…poco me importa a estas alturas), que observaba, como a la
sombra apacible de una acacia centenaria, Celedonio Manzanares, Manuel Castro,
Eleuterio “Bridas”, Bernabé “Maquinilla” y alguno más de quien no recuerdo
nombre o apodo reseñable, jugaban interminables partidas al julepe, tute,
o dominó, sobre la costra polvorienta de una mesa de escasas dimensiones que
aún conservo, plagada de trastos inservibles, en la guarida de mis farras y
celebraciones, sita en este lugar, que siento como un gajo desprendido de mi
vida.
Y recuerdo, vagamente que solía montar en un
triciclo, que décadas después y habiendo sido referido en poética poesía en un
libro de festejos, sirvió de sorna y cachondeo a mi buen amigo Bajillo, que
tuvo a bien regalarme Rosa Malagón, mujer de bríos y de carácter altivo a quien
desde esta cueva de relatos y decires he de recordar con sentido aprecio, por
circunstancias y acontecimientos que debieron hacer de su vida un pasar difícil
e intransitable.
Estaba el armatoste velocípedo cuajado de negras
soldaduras; las que mi primo Andrés Muñoz “Colorín”, incipiente aprendiz de
soldador en la cooperativa metalúrgica COMASA, hubo de practicar en sus
maltrechas arterias, a fin de unir y juntar nervios de hierro con los que
volver a poner en uso y funcionamiento aquel deteriorado cacharro.
Y me vienen a la mente, sin prisa y sin pausa, los
recuerdos de las veces que me lanzaba cuesta abajo desde la puerta de la plaza
de los toros hasta dar con mis frágiles huesos en el suelo. No en vano, como
ochomesíno que era, mis corporales miembros, poco madurados, parecían ser
quebradizos como el cristal. Afloraban, sin remisión, las lágrimas y Rosa
afirmaba, con contundencia y precisa convicción, aquel decir que afirmaba y
decía: “que huevo es este chico”.
Y recuerdo también, nunca habré de olvidarlo, que
durante las noches, cuando el campo y sus habitantes dormían, un velo tupido y
oscuro parecía cubrir el mundo y esperaba agazapado entre las ásperas sabanas
la llegada del tío Rafael, a trancas y barrancas, apoyado del brazo de la tía
María, con los sentidos alerta como un gato, para oírles afirmar contundentes
por lo bajo, “ya cayó el pez”, pensando vanamente que me encontraba dormido.
Y recuerdo, como habría de borrarlo de la memoria,
las siestas tediosas del verano. Aquellas en las que luchaba con uñas y dientes
para no ir a la carcelaria reclusión de la cama, de la que más pronto que
tarde, sigiloso como un felino me escapaba, para ir a recorrer y a vagar por
alamedas, a escalar sin remisión hacia el monte tan cercano.
Por ello, por tantas cosas pasadas y hechos
acontecidos, siempre que me acerco a Las Virtudes cada trozo de tierra es como
mío; los arboles, pájaros y flores, son libros de nostalgia contenida, jirones
del tiempo desprendido. El pasar de los años me acerca a La Chopera, al vetusto
merendero y a la noria renacida y pasa la vida ante mis ojos, tan lenta que
parece detenida. Me invade la nostalgia cuando bebo del agua del Pilar y oigo
su chorro, mientras imagino lejano, espectral en la alameda, al viejo abuelo,
huérfano de hojas, destrozado, con las ramas desnudas dando al cielo.
Y recuerdo las veces que a su sombra, jugué siendo
rapaz y sentí al ser muchacho y así, como sin querer, pero queriendo, van
cediendo los recuerdos y cubre el presente otros momentos. Impasible siguen el
vivir y el pasar con su andadura, mientras en la cueva sombría del alma anidan
los sentimientos.
No hace falta que jures, yo te creo porque mis recuerdos de infancia también son muy precoces y también se encuentran cerca de los tuyos, en una casa solitaria cerca de Bazán donde vivian mis abuelos porque mi abuelo era guarda de la finca. Y lo que recuerdo y nadie me creé es comer tierra y escupirla y también recuerdo la felicidad inmensa que me produjo el estar subida a un caballo y abrazada por alguién a quien queria mucho y que alguién enfrente nos miraba con algo en la cara. Luego, hace años pude ver en una foto que se trataba de mi abuelo y que yo no debía tener ni un añito y nadie se lo creé. Tengo siempre esa foto en mi cartera a mi lado y cuando vayamos al Ladra te la enseñaré.
ResponderEliminar@Marga
ResponderEliminarLos recuerdos de la infancia se tornan felices con el tiempo, aunque a buen seguro cuando acontecieron no fueron como ahora los imaginamos. Cuando recapitulo y pienso en aquellos días, que siempre denomino en blanco y negro, soy consciente de que tuvieron sus pájaros negros que el tiempo y su pasar han convertido en palomas blancas. Debe ser que me voy haciendo viejo, querida Marga. Nos comeremos ese bacalaito en Ladra, no lo dudes. Mientras llega ese momento, mil besos endulzados con caldos y azucares de aquellos tiernos años ...
Tengo una historia graciosísima de aquellos tiernos años, que me ha contado mi madre hace un par de días y de la que no tenia ni idea. Se iba a casar uno de mis tios y vino a la boda la que entonces era novia de mi otro tio. Así que durmio con mi madre en una habitación, ella en una cama y en la otra mi madre conmigo. Yo tenía entonces un año y medio. Por la noche mi tia se levantó enredada en la sábana muy asustada porque soñaba con unos bichos. Mi madre se asusto y me tiró de la cama. Se tuvieron que ir de urgencias a Valdepeñas o al Viso, donde me escoyolaron desde los hombros y mi madre ya no me pudo poner un vestidito monísimo para la boda. Vaya madre la mia....;)
ResponderEliminarQue gran memoria prodigiosa y que don de palabra tienes Mauro!, sigue con tus textos y yo seguiré poniendo una pizca de dulzura a esta vida tan amarga a veces. Un saludo.
ResponderEliminarHola Mauro, me he llevado una desagradable sorpresa, habia puesto un mensaje a este artículo tuyo, y creo que ha ido a parar al limbo de los justos, o los "duendecillos" de la informática me la han jugado.
ResponderEliminarDe todas formas te contesto, aunque no tan prólijamente como lo hacia. Venia a decir, que mas o menos estabamos casi todos en la misma situación, me referia en cuanto al tema de las famosisimas siestas. Yo tuve bastantes peleas con el mismo tema, y al igual que tú, también solia salirme con la mia, ya que era mucho mas agradable estar con los amigos "zanganeando", que estar tumbado en una cama viendo el techo de la habitación y contemplando las musarañas, ¿calor? ¿quien de pequeño lo sentia?. Supongo que lo harian por nuestro bien, pero no era edad para pensar en que la sesera se nos podia quedar echa un caldo.
Como siempre, sigue con estos articulos, que los bordas, y al mismo tiempo, nos haces recordar.
Un abrazo
Pepe
@Las Recetas de Manans
ResponderEliminar¡Que haría este pobre relatador de historias si tuviese algo de eso que llamas memoria!. Tengo el recuerdo y después, también pregunto e indago sobre lo que pasó. Aunque cierto es, que recuerdo mejor el pasado que lo que me ocurrió ayer. Es mi eterno despiste, que le vamos a hacer. Un saludo y gracias por tus halagos, que me hacen engordar tanto como tus recetas de cocina.
@Cajón de Sastre de Pepe
ResponderEliminarSuele ocurrir con esto de Internet, que a veces se pierden las cosas en el limbo, aunque en mi caso, siendo mal escritor con medios mecánicos como soy, tiendo a pensar que le doy a cualquier tecla al albur y mando todo lo hecho a hacer puñetas. Gracias por estar ahí y me voy a dar una vuelta por tu Cajón de Sastre a ver que de nuevo hay por esos lugares. Un saludo.
Yo no tuve triciclo...mi hermano, que es mayor y era el rey coronado, lo desmontó, diz que para hacer una segadora...el caso es que como no teníamos a mano ningún aprendiz de soldador, el triciclo no valió pa´más y yo me quedé sin :)
ResponderEliminarTe veo nostálgico, Mauro, y yo no estoy mucho pa´nostalgias, que me caen los treinta y ocho en pocs días...y me dan una pereza...
Un besito
@Alma
ResponderEliminar¡Treinta y ocho!. Que tierna juventud la de su merced, comparada con la de este senil anciano de cincuenta. Fijese, vuesa merced, que al entrar en los temidos cuarenta me dio como miedo y pavor de cruzar la puerta de tan sombría cueva y colgados en el alma y el cuerpo, que siempre pesa mas, los susodichos cincuenta me dio ya casi lo mismo. Tengo a mi favor, tener aun tiernos infantes a mi cargo que reviven y resucitan el ansia del vivir y sus asuntos. Decía Fernán Gómez en sus memorias que lo que mas le jodía era llevar a cuestas ochenta años en el cuerpo y la tierna juventud en el espíritu. No es nostalgia querida amiga, son vivencias que llegan y se aposentan, aunque es cierto, quisiera pensar que solo a veces, que como dijera Jorge Manrique hace siglos" a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor". Es un placer sentirte cerca, en escritos y en vivencias. Un gusto y mil besazos.