El munícipe está absorto, enfrascado en la lectura de bandos, cartas y escritos
varios que firma de carrerilla, como movido por un resorte. Apenas hace un rato
que abandonó los plácidos brazos de Morfeo, que levantó sus reales posaderos de
la cama, pues hemos de decir, para ser ciertos y concretos, que no es esta su
profesión, la de político de tres al cuarto con sueldo fijo.
El munícipe es camarero y presta sus
servicios en horario nocturno o cuando cantan los grillos, en uno de los
restaurantes de carretera que salpican el trayecto de la autovía de Andalucía.
Ocurre que convencido por un buen amigo, alcalde de la villa en cuestión, de
ser sujeto idóneo y adecuado para echarle una mano en los asuntos de la
gobernanza del patio y de las gallinas y persuadido, el munícipe es muy dado a
las ensoñaciones y los delirios, de que en su mano estaba cambiar la historia,
el rumbo y el destino del pueblo, se tiró al charco, al pozo negro de la
política municipal sin pensarlo dos veces, haciendo caso omiso de los consejos
de padres, novia, amigos y aquellos que le decían, más viejos y pellejos, que
donde no hay ganancias cercanas están las perdidas. El munícipe, decíamos para
no perder el hilo y argumento de la historia, firma documentos, porque en este
momento, mes de agosto tórrido y caluroso, sustituye al alcalde que esta por la
sierra granadina, allá por las Alpujarras, bebiendo cervezas fresquitas, de
vacaciones y asueto.
En estas y sin más han llamado a la puerta
de la alcaldía; golpes secos y rotundos, voz cavernosa que pregunta si se puede
pasar, a lo que el munícipe y primer teniente de alcalde contesta el consabido
“adelante” y punto. No ha observado el munícipe, absorto como esta en firmas y
cavilaciones, quien es el individuo en cuestión, el sujeto que tiene delante de
sus antiparras y es por ello que anodinamente pregunta, como tantas otras veces
aquello del ¿qué desea usted?, o ¿usted dirá?, tampoco lo recuerda, e
importancia tiene poca o mejor decir ninguna. - ¡Tienes que cerrar la fábrica que hay justo
enfrente mi casa! -. El munícipe, pacientemente, con detalle,
mesura y mucho tiento, está acostumbrado en demasía a lidiar con estos toros,
explica al vecino en cuestión que es esa tarea ímproba y baldía, aunque utiliza
lenguaje más llano, más de andar por casa para que le entienda, y le expone que
la fábrica, taller de carpintería para más pelos y señales, tiene permisos,
licencias y demás zarandajas necesarias para su funcionamiento y actividad.
El individuo se bornea, se retuerce en la
silla y le suben a la cetrina tez los colores y como maremoto o tsunami de
triste recuerdo, se levanta, mira a los ojos al munícipe y clama cual trompeta
de Jericó veredicto de sentar cátedra o jurisprudencia: “o la cierras, o voy a por la escopeta y te
pego cuatro tiros, he dicho”, mientras sale por la puerta y la
cierra de tal manera que los muros del consistorio crujen como desmembrados y
rotos.
Absorto y como ido, el munícipe observa la
puerta, que aun aguanta sobre sus bisagras, por la que salió el semental,
mientras analiza, piensa y sopesa qué decisión tomar y qué camino seguir, por
miedo a la escopeta, que lo tiene y al que portará la misma, que también, pues
no es belicoso el munícipe, que por no ir, ni fue a la mili por miope y cegato,
para su gozo y satisfacción y verse por estos derroteros y en esta situación le
causa, cuanto menos, desazón e incertidumbre. Levanta pues, el auricular y
marca el teléfono del cuartelillo.
Al
habla con el sargento, sargento de armas tomar, le traslada su pesadumbre y le
pone al tanto del hecho acaecido apelando a su autoridad para que frene los
desaforados ímpetus del bicho, ya que considera, y no lo dice pero lo piensa,
que no es llegado tiempo aun y resulta cuanto menos prematuro, entregar con
tanta premura el alma al supremo hacedor en tan belicosas circunstancias.
Mientras espera contestación, piensa y
recapacita el munícipe en lo ingrato del cargo; en que se tiende a creer y se
tiene la convicción de que resulta un chollo eso de estar sentado en la
poltrona, desde donde dicen las malas lenguas que se gana el dinero como a
espuertas, a mansalva, y recuerda el dicho popular que asevera que una cosa es
torear y otra ver al toro desde la barrera o lo que es igual, aunque no parezca
lo mismo, que una cosa es recetar y otra tomarse la purga.
En estas cavilaciones se encuentra cuando
suena el teléfono y la rotunda voz del sargento le dice que: “asunto “solucionao”, la escopeta “requisá” y
el toro “encerrao” en los corrales”. Así que, absuelto y repuesto
de tan penoso trago, sediento y atolondrado, abandona el munícipe la Casa
Consistorial y encamina su maltrecho Renault Megane hacia el Bar de La Ramona,
donde habrá de tomar con paciencia y buen ritmo unas cervezas fresquitas, hasta
que en los albores de un nuevo día vengan y lleguen otras historias, otros
asuntos y quebraderos de cabeza que habrá de intentar enderezar.
:D
ResponderEliminarY una cosa es predicar y otra dar trigo...¡que sacrificada que es la polítca, que barbaridad! A un compañero (cuando una tenía compañeros y trabajo) que fue, muy listo, a amenazar a un oficial con parar una obra por no cumplir las medidas de seguridad también se lo pusieron clarito...si llamas a Trabajo te busco, te echo a la zanja, la relleno de hormigón y aquí no ha pasado nada...mi compañero sopesó la situación y prefirió no contar nada en la evaluación de riesgos jajaja. Un abrazo Mauro, me ha gustado mucho
Ya veo, querido munícipe, que has publicado la historia que otras veces me has contado de palabra. Sírvase este escrito como homenaje a todas las personas que como tú han prestado su trabajo, dedicación y esfuerzo al servicio de los demás y que en ocasiones han sido pagados, y no con dinero precisamente, con sucesos tan lamentables como el que relatas.
ResponderEliminarComo siempre... un admirador.
Vais como la Guardia Civil, en pareja y yo aprovecho la ocasión para contestar a los dos a la vez, al unísono. A tí, querido amigo, apreciado hermano que decirte que ya no sepas de mis sinsabores pasados y hechos acaecidos. Son cosas que parecen de otros tiempo, este pasar corre demasiado y la vida pasa inmisericorde aunque pareciera que todo nos pasó ayer. Y a esta querida amiga, hasta hace poco desconocida, pero de quien me siento gemelo en tantas cosas decirle que agradezco infinito que pase por estos rincones y me deje entrar en los suyos. ¡Cuantas barbaridades deben
ResponderEliminarhaber ocurrido a la sombra de consistorios y munícipes!. Un abrazo para los dos.