Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

lunes, 16 de mayo de 2011

De cines y proyecciones.





    


   

  En la década de los sesenta el cine tuvo un auge inusitado. Se pusieron de moda las grandes superproducciones norteamericanas financiadas por Samuel Bronston que por cuestiones de presupuesto, eran rodadas en España. Precisaban aquellas películas de millares de extras, en grandilocuentes escenas de batallas y acontecimientos que transportaban al espectador hasta las heladas estepas rusas o a los sangrientos días del Imperio Romano, ignorando este que lo que estaba viendo en la pantalla eran los campos de Soria y los desiertos de Almería. Los españoles estaban empezando a salir del túnel que les había mantenido durante décadas entre el hambre y la desesperanza. Eran los años en que todo el que podía se compraba un seiscientos y un aparato de radio para seguir los fastos europeos del Real Madrid. Pero también eran tiempos en que los habitantes de la España pobre, la de Andalucía, Extremadura y la Castilla llamada La Nueva, tenían que emigrar hacia otras tierras más prósperas y florecientes como Cataluña y las provincias a las que el régimen había llamado Vascongadas, donde eran reclutados como mano de obra barata para desarrollar trabajos infames que no querían hacer los naturales del lugar.

      Y en este panorama donde la televisión aún no había hecho su aparición y la radio era el único entretenimiento para evadir tanta miseria, el cine apareció como bálsamo de Fierabrás, dulcificando el cotidiano discurrir de aquellas vidas anodinas y sin sentido; llevando ilusiones y esperanzas, haciendo que las gentes evadieran sus mentes enclaustradas, disponiéndose para viajar por lugares maravillosos a donde ni siquiera la imaginación podría haberlos transportado. Sus mentes ignoraban que pudiera existir todo lo que en las películas les era mostrado y tal énfasis ponían aquellas gentes en su visionado, que era normal observar cómo aplaudían con deleitación cuando el protagonista besaba a la heroína o silbaban y abucheaban sin compasión al villano a quien el héroe sometía sin compasión.

     En los tiempos en que discurre esta historia el cine del Pato subsiste contra viento y marea, pero a caído irremediablemente en el desuso obligado al que lo han remitido las bajadas de internet y la televisión a la carta. El cine del Pato es inmenso, destartalado, de una fealdad que hiere y maltrata los sentidos. En el cine del Pato olía en las tardes del domingo a efluvios de semen y vahídos de menstruo, salpicados por los eructos que Villena emitía con grandiosa sonoridad mientras todos los asistentes pelaban pipas con fruición. Eran pipas de Emilio Arias Salgado, fabricante de Alcázar de San Juan, que vendía Santiaguillo en su tienda de la Puente. Tiraban las cáscaras al suelo, entonces no había tanta finura y pulcritud. Después los Patitos las barrían y guardaban para alimentar la caldera de la calefacción, que se tragaba, cual monstruo de siete cabezas, lo que le iban echando: cascaras de pipas, recortes de entradas y todo lo que arder pudiera en aquel horno de Pedro Botero.
      El cine del Pato era un local al uso de la época, descomunal y desvencijado, con setecientas butacas que han soportado los traseros olorosos de varias generaciones de santacruceños que deglutiendo bolsas de pipas y maíz tostado, han visto pasar los días y los años mientras mascaban chicles Bazzoka y bebían gaseosas de La Prosperidad, visionando las películas de John Whayne y Manolo Escobar.

  El Pato era Ladislao Muela, propietario del local, hombre orondo, de boina calada hasta las orejas, de grandiosa humanidad y más sordo que una tapia. Ladislao Muela era el encargado de rajar las entradas que vendía en la taquilla su esposa Eloísa y a quien todos preguntaban al adquirir su localidad:

¬- Eloísa, ¿Qué tal está la película?

 A lo que ella contestaba invariablemente, mientras dibujaba una sonrisa desdentada:

- Al final, muere ella.

  De la proyección se encargaban sus dos hijos, acreditados cámaras que habían obtenido el título correspondiente en Madrid. Debieron aprender en aquellos inmundos rincones todo lo pertinente al desarrollo de la publicidad en tan floreciente empresa. Por ello durante los descansos en la proyección de los largometrajes, que sufrían cortes innumerables, difundían variada publicidad de locales y comercios del pueblo. La difusión se hacía a través de cristales donde se escribían con rotulador los anuncios que después eran colocados en la cámara para su proyección. Proyección cansina y anodina, que reventaba los nervios de la concurrencia provocando aburrimiento y cansancio. Así, los pitos y abucheos nacían y crecían por doquier, mientras la masa iba y venía a la tienda que estaba situada a la entrada del cine a comprar chucherías y cervezas con las que matar el tedio y la desgana. En medio de todo este cirio, la concurrencia entraba y salía, porque la sesión era de carácter continuo, y las linternas de Manolo y de Chasquillos acomodadores al uso, iluminaban a diestro y siniestro dejando al descubierto los besos, toqueteos y arrumacos de las parejas que se asobinaban en las butacas.

  El otro cine del pueblo era el de Antonio y tenía el porte majestuoso desde la misma entrada. Desde el patio de butacas se podían ver los dos pisos superiores. Uno a la altura de las máquinas de proyección al que denominaban club y otro en lo más alto, como perdido en la lejanía, al que llamaban general. Allí, a falta de butacas, aposentaban sus posaderas en bancos corridos de piedra los que menos recursos tenían para pagarse la entrada, los muchachos de corta edad que desde aquellas alturas y amparados por el anonimato disparaban a los de abajo todo tipo de proyectiles; ya fueran pelotillas de papel, bolsas con cáscaras de pipas o lo que aún era peor, algún que otro salivazo, denominado vulgarmente pollo. También se proyectaban las películas en sesión continua y entre descansos e intermedios, los concurrentes salían a comprar las guijas y los altramuces que vendía la Ulpiana en un puesto que tenía en la puerta de su casa, que estaba a la vera del cine.

  En el cine de Antonio prestaban servicio de acomodadores Jesusillo “Lubumba” y el Cata, además de otros a los que ya no recuerdo y tenían por ineludible deber velar por el orden y el decoro de aquel lugar en el que había que evitar por todos los medios sobos, toqueteos y otras manifestaciones que se daban en el hombre, sometido a la abstinencia, en lugares oscuros y recogidos, cuando está en compañía de una buena hembra. Antonio Laguna, dueño a la sazón de la sala, era hombre recto, de ideas firmes y al llegar Semana Santa, durante los días del jueves y el Viernes Santo suspendía la proyección de películas de todo tipo para incitar al decoro y el recogimiento de los habitantes de la villa. Era este, momento que aprovechaba el Patito, mortal de menos escrúpulos, que pensaba que el negocio es el negocio, para hacer el agosto proyectando películas a mansalva. En contrapartida, como algo que se escapa al común entendimiento, creo recordar que fue en el Santa Cruz, que era su nombre originario, donde se empezaron a proyectar las primeras películas de destape. Aquellas en que Amparo Muñoz y Nadiuska enseñaron por vez primera a los españoles, como eran un buen par de tetas visionadas en el cine. Había quien asistía a la proyección de la película tantas veces, que avisaba a los demás concurrentes de la llegada de alguna escena de desnudo vociferando: “que ya viene, que ya viene”, alertando a los asistentes a que afinaran vista y oído para no perder el más mínimo detalle. Solía ocurrir que en los momentos de máxima tensión quedaba cortada la proyección al quedar terminados los carburos que suministraban energía luminosa a la cámara de proyección., liándose entonces una algarabía de mil demonios que terminaba siempre con la puesta de patitas en la calle de los sujetos alborotadores. A veces había campañas concertadas entre el propietario del cine y el distribuidor de gaseosas La Casera y previa presentación de un número indiscriminado de las fundas de papel que tapaban las bocas de las botellas, se podía acceder gratuitamente al cine y disfrutar de alguna de las películas que en la Costa de Sol filmaba Manolo Escobar.

  Fue también en el Santa Cruz donde tuvieron lugar las primeras revistas de destape que llegaron al pueblo y era de uso común observar, como otros observaban, a los que pasaban a disfrutar de aquellas maravillosas funciones, donde actrices de poca monta, procedentes del mundillo del teatro, hacían el agosto enseñándoles las tetas a todo el que se pusiese a tiro.




11 comentarios:

  1. Dios Mío...iba a decir que parecen cosas de otro siglo, pero claro, es que lo son :D

    Es una entrada preciosa, Mauro. Quien me iba a decir a mi que iba a entrar gratis al estreno de una peli de Manolo Escobar por gentileza de La Casera...y que rebote se han pillado los de delante al ver que no había bastantes tetas...claro como era gratis, gruñen

    Siempre que se cierra un cine se muere una historia que es a la vez mil historias. La de el Cine del Pato y su voraz caldera de la calefacción no se morirá. Un beso

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  2. @Alma
    Algún día seguiré con esta historia que no termina aquí, puesto que más tarde este hombre con apodo de ave montó en el cine un escenario cutre y en el que, ante setecientas personas, hicimos el amigo Pepe y un servidor, entre otros, nuestro debut de masas titiritero, representando La Casa de Las Chivas. También nos rodeaba la usura del buen hombre, pero eso es asunto para ser contado despacio. Me alegra que te haya gustado esta entrada; pertenece a un libro que empecé a escribir y que se quedó a medio camino y del que voy sacando y retocando algunas de las historias que por aqui vuelan. Un abrazo y gracias por tus halagos.

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  3. Qué barbaridad más bárbara...jejeje. La verdad es que estas historias "de antes" están muy bien, sobre todo para los que no hemos tenido la ocasión de vivirlas. En mi opinión, es una auténtica pena que estos dos grandes espacios en Santa Cruz no tengan actualmente actividad alguna.

    Un Saludo.

    Miguel Angel Gracia.

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  4. ¡¡Que tiempos aquellos Mauro!! Lo mas lejano que recuerdo del cine de Antonio Laguna era que el Domingo ponían sesión triple, y entonces por quince pesetas podías ver, creo recordar las tres. A mi me encantaban las del Santo, con títulos tan sugerentes como “El Santo contra las momias de Guanajato”. Luego, te comprabas una gaseosa de “La Pitusa” ó de Tiburcio Merlo que costaba un duro y con el otro duro que te sobraba te ibas a jugar a los futbolines del Chato. El cine del Pato de Verano era todo un show donde en la terraza te sentabas y las lagartijas campaban a sus anchas, te comías un buen paquetón de pipas, te fumabas un cigarro... y todos tan contentos.
    ¡¡Jodío, nos has removido con esto del Cine los posos de la nostalgia!!
    En cualquier caso, Mauro, me ha encantado tu relato lleno de matices y detalles que nos hacían trasladarnos a una de las butacas de aquellos dos cines de nuestro pueblo que hoy son pasto del olvido, y que nos traen tan buenos recuerdos.
    ¡Por cierto, el cine del Pato lo conseguimos llenar hasta la bandera en la primera actuación del Grupo con “La Casa de las chivas” ¿te acuerdas?
    Un beso de “cine” para ti.

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  6. Mauro, tus artículos son excelentes pero este ya se sale. Felicidades.

    Yo recuerdo los silbidos en los cortes de la censura pero yo era tan pequeña que no entendia nada. Lo que cortaban eran besos o eso era lo que yo creía. Besos, jejeje...recuerdo que una vez mis hijos me preguntaron cuando eran muy pequeñitos que eran las prostitutas y yo les dije que mujeres que vendian besos.

    Lo de las pipas Arias me ha traido muchos recuerdos. Aquí en Madrid se han vuelto a poner de moda y las venden en muchos sitios. Además hace poco conocí a uno de los hijos de los dueños.

    Y también, como no, recuerdo alguna de vuestras actuaciones. Eso se merece un artículo especial.

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  7. @An�nimo
    Miguel Angel.
    ¿A que parece sacado de una película de antes de la guerra?. Pues no hace tanto, querido amigo, menos tiempo del que parece y más del que yo quisiera que sobre mi chepa pese. Parece y es de otro siglo, pero lo siento muy cercano. Estoy de acuerdo contigo en que se debía recuperar, al menos el Santa Cruz, restaurarlo y construir el auditorio sobre sus entrañas. Sería un justo homenaje. Gracias por asomarte a la factoría. Un abrazo.

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  8. @José Testón Marín
    Ya veo que como eres "mas joven" que el tuerto, te dejaban tus progenitores volver a casa tardiamente, porque si despues de tragarte las tres películas te ibas al Chato,(... que pedos acumulaba), deberas tornar a casa tardío y entre dos luces. Un servidor recuerda a Boris Karloff interpretando a Frankenstein y todavía me recorren escalofrios del miedo que pasé aquel día. Digo que el ser ochomesino me convertía en mas maleable y asustadizo.
    La verdad es que hablar de los cines da para mucho más y todo se andará.¡Como no voy a recordar Casa de las Chivas!, si casi le pegamos fuego al cine calentando la sopa entre bastidores. Pero eso es asunto a tratar proximamente. Un abrazo y cinco besos. Uno para cada integrante de la prole.

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  9. @Marga
    La cabina de proyección del Pato era un submundo dentro del mundo del cine. Supongo que habrás visto Cinema Paradiso; esa pelicula refleja a la perfección lo que era el mundo del cine en aquella época que parece remota y podemos tocar con los dedos. El relato dá para muchísimo más, si me acompañara mi vetusta memoria, y de cualquier manera retomado será, al menos para hablar de aquellas lagartijas que mencionaste en una ocasión y que campaban a sus anchas por el cine de verano. Del teatro y de sus titiriteros hablaremos pronto amiga. Un besazo y gracias por asomarte a este rincón.

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  10. Mi abuelo pryectaba las peliculas en el pueblo, en los años 40, mi madre nos cuenta que ella siempre podia ir al cine , y la magia que tenia. Mi padre fue extra en esas superprducciones que venian a rodar por aqui, el nos contaba que hacia de soldado herido, arrastrandose por las dunas que habia en las playas. Eres un maestro querido Mauro. A ver si tengo mas tiempo y paso mas.
    un abrazo desde el sur.

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  11. @F. J. Zamora
    ¡Coño amigo!, vienes de gente peliculera. Este apelativo se lo recuerdo decir a Fernando Fernan-Gomez en El Viaje a ninguna parte, cuando siendo actores teatrales de la legua, veían como la llegada del cine los mandaba a la miseria. Que maravilla, amigo Zamora, haber vivido rodeado de las sensaciones que dejaban las cabinas de los cines de antaño. Olian a romances y guerras por igual. Eran los efluvios de John Wayne y Rita Hayword entre bambalinas. Un abrazo y hasta siempre.

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