Este escrito nació hace más de veinticinco años. Justo la mitad del tiempo
recorrido por este recién estrenado cincuentón. Rebuscando en los ajados
baúles, emergieron un par de hojas amarillentas y mal mecanografiadas, (…en el
asunto de la escritura con artilugios mecánicos, nunca fue ducho y, menos aún,
hábil el escribidor) y he de reconocer que se me encogió el alma. Se me encogía
porque estaba viendo, palpando y viviendo aquel
momento intrascendente y a la vez tan hermoso, tan cercano.
Igualmente me apenaba que de todos los mencionados, solo queden por estos
andurriales cura, pintor, maestro y quien subscribe, que tocará madera para
espantar el mar fario. Por ellos y para ellos, es este relato.
Estoy tendido sobre la cama, soportando el calor
agobiante de esta tarde de septiembre. Sudo por todos los poros de la piel y
tomo la decisión de darme una ducha. Abro el grifo, recibo el agua como gloria
caída del cielo y un letargo frio me recorre el cuerpo, a la vez que una
impresión letal me invade el ser dejándome descuajado, roto como un puzle en mil
pedazos. Después, de vuelta al dormitorio, me visto y rápidamente salgo a la
calle.
El cielo esta como cubierto de un plomo grisáceo;
se palpa el tedio por todos los rincones y nubes negras como el carbón se
dibujan en el horizonte, mientras que algún relámpago lejano presagia que la
tarde estará pasada por agua. Vuelan en las alturas montones de palomas que
tienen su cobijo en el campanario de la Iglesia y me causa extrañeza comprobar
que muy pocas revolotean por los alrededores. Las que lo hacen tienen el vuelo
como dormido, igual que si cargasen sobre sus alas inmensas pesas de hierro.
Las observo ensimismado, cuando un relámpago zigzagueante rompe la raya del
horizonte y casi de inmediato un trueno ensordecedor inunda con su música la
monotonía de la tarde.
Empiezan a caer gotas como platos, de esas que
aporrean cabeza y cerebro; el asfalto se cubre rápidamente con mantos de agua.
Me protejo de la lluvia en la jamba de una puerta y veo cruzar a Don Justino,
cura del pueblo, desde su casa hasta la Iglesia cubriéndose la testa con un
periódico. Llueve violentamente, con desenfreno y furia, igual que si de golpe
hubiesen abierto las compuertas de una gigantesca presa en el cielo y el agua
baja con rapidez, arrastrando por el cauce de la calle pequeñas embarcaciones
de pajitos, palos y papeles.
De repente siento la necesidad de ir a los
portales del mercado, de ver caer el aguacero sobre el suelo de la plaza. Parto
veloz pisando charcos, empapándome los pies, chapoteando hasta los tobillos, exponiendo
mi incipiente calvicie a los rigores de la climatología y siento como cada vez
que cae una gota sobre mi cabeza parece que me taladraran el cuero cabelludo.
Al llegar a los portales, observo que en la plaza han empezado a desfilar mil
soldaditos de agua en perenne formación, unos enormes, otros enanos, como
inequívoca señal de que el temporal va para largo.
Tomo asiento en una de las sillas del bar La
Campana y al camarero, que se acerca solícito, le pido un 103 con coca cola.
Relajado, observo como los rayos trenzan abstractas figuras en el cielo y oigo
el eco altivo de los truenos y el placentero chapotear del agua que baja desde
la casa de Manolaco. Veo pasar a lomos de su maltrecha bicicleta a Manolillo
“El Cartonero”, con carnes y cartones, empapado hasta los huesos y una mujer
entrada en años piensa debajo de un inmenso paraguas negro cual será el momento
adecuado para cruzar la calle, con tan mala fortuna, que una catarata de agua
cae sobre su cabeza, vertida por una canal, en el momento en que se despoja del
paraguas sin motivo ni razón aparente.
Va pasando el tiempo, mientras desfilan protegidos
por inmensos escarabajos negros, Emilio “El Santiaguillo” que viene a tomar
café, Andresito “El Pintor” que observa el cielo compungido y aparece por
la esquina de Los Botas con su sempiterna garrota blanca y negra, la
vacilante figura de Román “El ciego”. Entre este ir y venir de transeúntes bajo
el diluvio, veo venir a lo lejos, por la esquina de antigua casa de Zacarías,
ahora de Don Eugenio el maestro, a mi amigo Rafael, vendedor de tortas y otros
menesteres confitados en las mañanas del mercado. Le voceo y le silbo, mas
viene como abstraído, y como es despistado de natural, ni me mira, ni se
entera. Vuelvo a insistir silbando a la vieja usanza pastoril, labio contraído
y aire con fuerza expulsado, y al fin mira como indiferente hacia donde
estoy y lentamente se acerca. Le saludo y ofreciéndole una silla le pido que a
su vez pida algo para refrescar el gaznate mientras comentamos lo desapacible
que está la tarde.
Comenzamos a charlar y recordamos como un día de
este mismo mes en el verano pasado nos cayó en Las Virtudes un aguacero
torrencial, acompañado de una tormenta de piedra y granizo, durante una tarde
en la que habíamos ido a comernos gachas y sardinas en las barbacoas del Pilar.
Y así, sigue pasando la tarde. Continúa la lluvia
furiosa cayendo sobre las calles, sobre las gentes, mientras nosotros, con un
cubalibre en la mano, terminamos como siempre comentando lo bien estructurada
que tiene esta temporada la plantilla nuestro Atlético de Madrid y empezamos a
concebir ilusiones, sueños y espejismos pensando que este será un año grande,
ese en el que ganaremos la liga, aunque en nuestro fuero interno estemos
convencidos y sepamos que casi siempre habrán de ganarla los odiosos merengues
blancos.
Entretanto llueve y llueve, sigue lloviendo con furia sobre Santa Cruz.
Especialmente dedicado a Beatriz y Marga. Ellas saben el porqué.
Que puedo decir Mauro....muchas gracias por dedicarme un escrito tan hermoso. No puedo escribir nada sobre mi tio sin que se me llene la cara de lágrimas. Nunca superaré del todo su muerte porque fue una muerte muy fea pero me quedan sus recuerdos, los recuerdos de un hombre que era todo inocencia.
ResponderEliminarAproposito del escrito sobre el Agua, hace algún tiempo hice esta pequeña poesía de los recuerdos de mi niñez en el pueblo.
ResponderEliminarAtardeceres de otoño bañados en oro,
Días de lluvia de hogares encendidos
Árboles que se despojan de su manto veraniego
Esperando impasibles los rigores del crudo invierno
Sombras de un ayer me recuerdan estos días
Sin poder salir a la calle para mostrar mis alegrías
Ojos que miraban una cercana reguera
Ríos que soñaba en que se convertirían
Barcos de papel mojado, zarandeado y a la deriva
Mi caudal de ilusiones intacto, de niñez que un día
Llevarían ese barco al Mar, y navegar podría
Subirme al mástil, gritar con fuerza¡¡esta vida es mía!!
Hoy al igual que ayer, sigo creyendo en fantasías
No quiero dejar de soñar, no quiero dejar mi alegría
Quiero seguir sintiendo, no quiero melancolías
Seguir viendo caer la lluvia, pegado al cristal de la vida
Brincar entre charcos, chapotear hasta empaparme de risas
Trazar surcos con el vaho en un cristal, pinceladas de recuerdos
Corazones atravesados por saetas de un Cupido imaginario
Días de Otoño, días de lluvia, calor de hogar y velas encendidas
Autor: José Marín de la Rubia
Los aguaceros siempre traen consigo multitud de sentimientos. Este, además el recuerdo de un gran amigo al que ya recordamos mas que con tristeza, con autentica devoción. El dolor ha pasado a ser una alegría inmensa de haber conocido a una persona con mayúsculas en toda su expresión, y con su recuerdo la cara se nos ilumina con una sonrisa que no hace mucho tiempo nos costaba dibujar.
ResponderEliminarVa por Rafa pues este comentario que siempre nos regaló felicidad y ganas de vivir, y va también por ti Mauro que nos sigues regalando estas maravillas.
Un beso muy, muy grande.
@Marga
ResponderEliminarSabes?, el recuerdo es lo mejor que nos queda de los que se fueron, de los momentos vividos y de los días pasados.¿Que sería de nosotros sin el grato sentimiento del poder mirar atrás con añoranza y nostalgia?. Después el discurrir de la vida se encarga de ir borrando la amargura que nos dejaron los pájaros negros, aunque a veces, ya lo dice Serrat, creemos que los mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Son los recuerdos que esperan agazapados y nos nublan de lagrimas los ojos. Pero hay que vivir amiga mía, aún a costa de tener que luchar contra tan poderosos caballeros. Un gusto y un abrazo.
@Anónimo
ResponderEliminarVeo que también eres habil en esto de la poesía. ¿Que tendrá la niñez que a todos nos evoca cosas gratas ?. Siempre estuve convencido de que el tiempo transcurrido nos borra los malos recuerdos, por lo que si hurgásemos en el fondo de aquellos pozos saldrían a la luz asuntos menos encantadores. Lo mejor es que siempre nos quedamos con lo bueno. Gracias, una vez mas por pasar por esta tasca. Un saludo.
@José Testón Marín
ResponderEliminarA mi me regaló ganas de vivir y me enseño el sagrado valor de la amistad. Con el tiempo voy consiguiendo recordarle sin que un velo de agua me cubra los ojos, sin que puñales de tristeza me opriman el pecho. De cualquier manera me queda la alegría de haber gozado a su lado de momentos inolvidables. Como los gozo contigo, amigo mio. Un gusto y mil besos.
GRACIAS MAURO POR HACERME PASAR ESTAS TARDES TAN AGRADABLES Y POR QUE NO UN POCO TRISTES POR NOMBRAR A GENTE QUE YA NO ESTA. SIGUE ESCRIBIENDO ASI DE BIEN.
ResponderEliminarLa vida, querid@ amig@ desconocid@; se compone de muchas pequeñas cosas. Entre ellas está el recuerdo de lo acontecido y pasado, con sus protagonistas, unos que están y otros que marcharon dejándonos un buen caldo de cultivo. Por ello es importante, y mucho, el recordarlos, para que no caigan en el olvido. Gracias por abrir esta puerta de recuerdos y pensamientos. Un abrazo.
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