Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

martes, 27 de mayo de 2025

Bajo la sombra de Primo Levi

 



Cuando cada dio oigo las noticias y veo las imágenes de muerte, destrucción y sufrimiento que llegan desde Gaza, no puedo evitar que una sensación de desgarro me invada. La pantalla se llena de escombros, cuerpos cubiertos con mantas, llantos de madres, niños ensangrentados que ya no lloran, porque, tal vez, ni entienden lo qué ha sucedido. Y hoy pensé en Primo Levi. Me pregunté qué pasaría por su cabeza, qué palabras buscaría, qué hondura alcanzaría su mirada de testigo del horror, si hubiera tenido que contemplar esta barbarie.

Primo Levi, que sobrevivió al infierno de Auschwitz, que puso nombre y relato al horror sistemático de los campos, que escribió para que nadie pudiera decir "yo no sabía". Y sin embargo, ahora, cuando los telediarios escupen metralla y cenizas sobre Gaza, tengo la firme convicción de que a Primo Levi se le habría roto el alma. No solo por la violencia en sí, sino por la tragedia aún mayor de comprobar que quienes fueron víctimas del exterminio, quienes portaron la señal y la herida de la barbarie, están aplicando ahora el mismo mecanismo de deshumanización contra otro pueblo.

Porque lo insoportable no es solo la muerte, sino la repetición del infierno en manos de quienes una vez lo padecieron. Y así, como un ciclo perverso de la historia, se perpetúa la cadena de víctimas y verdugos. Primo Levi, que se preguntó en sus memorias si era posible que los hombres volvieran a levantar hornos, a encerrar en guetos, a condenar pueblos enteros al hambre y al miedo, tendría hoy, sin duda, su respuesta. Y sería una respuesta amarga, devastadora, la de comprobar que sí, que es posible. Que lo mismo que hicieron los nazis con él, lo están haciendo ahora los judíos con los palestinos. Que la condición humana no aprende, no se redime, solo cambia de uniforme y de bandera.

Y ante eso, solo queda el dolor. El dolor de los inocentes que mueren, y el dolor del que ve repetirse la historia con otros nombres, pero idéntica crueldad.


SI ESTO ES UN HOMBRE

Los que vivís seguros
en vuestras casas caldeadas,
los que os encontráis, al volver por la tarde,
la comida caliente y los rostros amigos:
considerad si es un hombre
quien trabaja en el fango,
quien no conoce la paz
quien lucha por la mitad de un panecillo
quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
quien no tiene cabellos ni nombre,
ni fuerzas para recordarlo.
Vacía la mirada y frío el regazo,
como una rana invernal
Pensad que esto ha sucedido:
os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
al estar en casa, al ir por la calle,
al acostaros, al levantaros;
repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
la enfermedad os imposibilite,
y vuestros descendientes os vuelvan el rostro.
PRIMO LEVI



 

domingo, 25 de mayo de 2025

Gaza, el silencio que mata.




Hay imágenes que no necesitan más de dos minutos para perforarnos la conciencia. Vídeos breves, sin adornos, que muestran una verdad desnuda y brutal, de esas que ni los discursos diplomáticos, ni las justificaciones políticas, ni los titulares tibios consiguen maquillar. Y sin embargo, pese a la evidencia, seguimos asistiendo a una de las mayores matanzas de nuestra época con una impunidad insultante y una indiferencia internacional que avergüenza.

Lo que está ocurriendo en Gaza no es una guerra. Es un genocidio. Una matanza consentida y legitimada ante los ojos de un mundo que prefiere mirar hacia otro lado. No se trata de un conflicto entre dos ejércitos ni de un enfrentamiento de igual a igual. Es, más bien, una operación sistemática de exterminio, una limpieza étnica ejecutada a sangre y fuego, que busca arrasar una tierra y borrar a su gente, su memoria y su futuro.

Quienes justifican esta barbarie parapetados tras argumentarios prefabricados y relatos interesados, se convierten en cómplices necesarios de la masacre. Porque la violencia no solo la ejerce quien aprieta el gatillo o lanza un misil. También la perpetúan quienes legitiman, minimizan o relativizan su horror.

No hay excusa moral, política o religiosa que justifique la matanza de civiles, la destrucción de hospitales, de escuelas, de viviendas, de refugios. No hay relato que pueda edulcorar la muerte de niños, de mujeres, de ancianos, de familias enteras sepultadas bajo los escombros.

Lo que sucede en Gaza no terminará ahí. La ambición de quien destruye no conoce límites si no se le detiene. Y Cisjordania ya espera su turno, porque la impunidad de hoy allana el camino para la tragedia de mañana.

Por eso, aunque pueda parecer poco, algo sí podemos —y debemos— hacer. Tener la conciencia clara y firme de lo que está pasando. No permitir que la indiferencia sea también nuestra forma de violencia. Denunciarlo allí donde se justifique. Señalar al miserable que, en nombre de una supuesta seguridad o de una falsa justicia, aplaude o silencia esta barbarie.

Porque el silencio, en este caso, también mata.



Gaza

     




Esta publicación tendrá muy escaso recorrido. Lo sé de antemano. Y no lo tendrá porque se da por asumido lo que en ella voy a decir, porque lo dicho ha dejado de interesar al personal o porque a los dueños de este invento no les conviene divulgar algo que va en contra de los intereses de lo más poderosos. Vete a saber. Voy a ello.

Lo que está ocurriendo en Gaza se escapa a los límites de la comprensión de una mente que se considere humana .No hay causa, pretexto ni relato bastardo que justifique el exterminio metódico y cobarde de una población civil. Ningún dolor antiguo, por legítimo que fuera, otorga derecho al verdugo a sembrar de cadáveres de niños, mujeres y ancianos un rincón cercado del mundo. Ampararse en la memoria del horror para perpetrar otro aún más obsceno es de una vileza histórica que marcará a quienes lo consienten y lo financian.

Hemos cruzado todas las líneas. Gaza no es ya una herida abierta: es una fosa a cielo abierto, un campo de tiro de 45 kilómetros cuadrados en el que una población exhausta huye de las bombas para morir bajo otros escombros. Y lo peor no es solo la masacre: es el silencio del mundo, la tibieza de quienes deberían ponerle nombre y freno, el hedor a complicidad que emana de los despachos y los platós.

La palabra "indignación" es hoy una mueca hipócrita. Sirve para apaciguar conciencias de saldo mientras los cazas vuelan y los niños mueren deshidratados bajo el polvo. El negocio de la muerte sigue funcionando, y los mismos de siempre pasan la factura.

Y sí, esta publicación apenas llegará a nadie. Porque los algoritmos la esconderán, porque hemos normalizado el espanto, porque a fuerza de mirar hacia otro lado nos hemos vuelto insensibles a la barbarie. Pero que quede aquí escrito. Que no se diga mañana que no sabíamos, que no escuchamos, que no vimos.

Que al menos no nos quede la vergüenza de haber callado como cobardes.

Sin más, porque con esto ya es bastante, que tengan un buen día en esta parte, aun plácida, del mundo. Soy con ustedes.




jueves, 3 de octubre de 2024

Amigos





Puedes soportar todo siempre que junto a ti esté un amigo. Aunque este no pueda hacer más que darte aliento o tenderte una mano. En la vida un amigo es como el pan y el vino, una bendición. En las dificultades diarias un amigo es el consuelo más grande. El diagnóstico competente de un asistente social, de un psiquiatra o del psicólogo más experimentado sirven de bien poco comparados con el gesto amable y la palabra afectuosa de un amig@ .
Que sus días, aunque es asunto imposible, les sean siempre gratos. Y si pueden ser rodeados de quienes gusten y quieran mejor que mejor. Y ya saben, sean felices y repartan felicidad porque este es un discurrir de cuatro días y no merece la pena pasarlos encabronad@s. Soy con ustedes.







martes, 6 de agosto de 2024

Carta a mi padre


 


     Hoy quiero regresarte del olvido padre. Del olvido al que el tiempo somete a los que se fueron hace demasiados años. Y conste, no te me vayas a enfadar, que digo lejanos y los siento muy cercanos. Tanto, que cuando observo a Adrián, tu nieto, rozando ya la treintena, establezco, inevitablemente, un lazo entre la edad que ahora tiene y el tiempo que hace que te marchaste. Tenía, ¿recuerdas?, apenas un mes y medio cuando sacaste el billete de ida hacía esos lugares que nos cuentan que son plácidos y de los que nadie, que conste y se sepa, ha vuelto jamás.

        Te diré, para empezar, que si te dieras una vuelta por este mundo que hoy nos soporta te llevarías muchas y muy variadas sorpresas. Y unas las habría gratas y otras no lo serían tanto. Te cuento algunas y ya verás. Ahora, y esta te habrá de sorprender, el personal lleva hasta el teléfono en el bolsillo. Y, en ese trasto demoniaco, siguen los partidos de fútbol, ven películas, como aquellas, aunque con menos fuste, a las que eras tan aficionado y siempre veías en el CINE RECREO que ubicado estaba en el Casino. También consultan en este cacharro el tiempo, oyen música y la radio, cotillean en unas cosas que llaman redes sociales y, esto ya te va a poner los pocos pelos que te quedaban casi de punta, saben hasta los pasos que dan a lo largo de todo un día. Como lo oyes.

     También tenemos televisores que casi parecen pantallas de cine y que boquiabierto te habrían dejado; como te dejó aquel GRUNDING que le compraste a Cantero y que le fuimos pagando en “cómodos plazos”, por cien mil pesetas de las de entonces. Esa es otra padre. Cuando te cuente esto te vas, en el buen sentido de la palabra y por poner un ejemplo ilustrativo, a cagar: las pesetas ya no existen. ¿A que te has “quedao” de piedra? Verás, resulta que un buen día, por enero del 2002 creo recordar - ya olvido y hasta chocheo- las cambiaron por un engendro llamado euro. Al estilo de como pasó, y siempre contabas, después de la incivil guerra. Solo que esta vez nos birlaron hasta el nombre y nos la metieron, como sabes que decimos en el pueblo, bien “doblá” porque, de golpe y porrazo, y como por arte de magia, las cosas pasaron a costar, de un día para otro, casi el doble de lo que costaban. Un despropósito inentendible y que, casi treinta años después, aún soportamos a cuadros y seguimos pagando.

    Padre, te refería antes algo del Casino y he de decirte que anda muy de capa caída. En tus tiempos era como una segunda casa a la que nunca renunciabas a acudir en busca de unos chatos de vino cuando terminabas con tus quehaceres en la zapatería. Ahora, según cuentan, se debate entre velos de abandono porque la gente gusta, acertadamente o no, de otras aficiones que te costaría entender. También, buscando horizontes nuevos, emigra el personal del pueblo, como antaño, y este, como tantos otros a lo largo y ancho de toda España, se muere y languidece lentamente.

    Bastará con decirte para que me entiendas que, desde que te marchaste hasta estos días, el censo ha bajado en casi dos mil habitantes y de los comercios que conociste apenas quedan vestigios. Te sigo contando y verás. El BAR AVENIDA, que frecuentabas en tus últimos años, dejó de existir y ahora es un aparcamiento subterráneo; y en el BAR DE LOS BOTAS, buenos amigos tuyos que también nos fueron dejando, edificaron un mamotreto de pisos y a continuación, donde estaba la CARNICERIA DE POTE, nos han “plantao” tienda unos chinos venidos desde la patria de Mao Tse Tung. El comercio de LOS PESCADEROS también es pasto de los ratones y la casa donde estaba ubicado el BAR DE LUIS la han tenido que echar abajo porque se caía a pedazos. Por cierto, ahora que te hablo de derribos, te dolerá en el alma saber que la casa infernal que habitábamos en la Calle de Máximo Laguna hasta entrados los ochenta y que, como buen Navarro cabezón, te empeñabas en comprar, también se está cayendo, por entregas y a plazos, y contemplarse puede como un espantajo con los balcones abiertos y los tejados por el suelo. La tienda de MANOLITO, donde compraste el primer ventilador que nos refrescó y el transistor VANGUARD en el que oíamos al atardecer las andanzas de LUCECITA, también pasó a mejor vida. En fin, no seguiré por este cauce el relato porque, de hacerlo,  habrás de pensar que anda el pueblo como cerrado por derribo. Y tampoco es para tanto. Ni más ni menos que muchos otros de lo que se ha dado en llamar la España vaciada.

     Te diré, por cambiar de tema, y para irme despidiendo – que luego el amigo Valverde me monta el pollo porque me alargo- que de la que fue tu familia solo queda tu cuñada Víctor “La Nacha” a la que adornan más de cien años. Los demás, por ley de vida, nos han ido poquito a poco dejando. Como nos dejó este año, sin que esa ley se cumpliera, mi cuñada Merce. ¿Te acuerdas cuando contabas que la veías pasar cada día camino de la peluquería? Pues así siguió hasta el final.  Te confieso padre, desde el fondo de mis adentros, que nos está costando, sobre todo a Carmen, tu nuera, asumir esta pérdida. Será porque nunca se está preparado para ver partir a los que de corazón quieres. Para darte una alegría, que ya está bien de referir solo tristezas y pulmonías, te he de contar que tu hija, la niña de tus ojos, se nos “metió” hace tiempo a sacristana. Como lo oyes también. Sin sotana, se acabaron con Sandalio y es algo que no se estila, ayuda al párroco Don Amadeo y a Don Justino, que ahora ejerce de coadjutor, en las cosas de la misa y la parroquia. Y es feliz que, a fin de cuentas, es lo importante.

     Y decirte, para terminar esta carta que me fluye desde el corazón, que también tienes una nieta, Amparo, a quien te hubiese encantado conocer porque es “navarrilla” pura. Tú ya me entiendes.

     Dale un abrazo muy grande a madre que, a buen seguro, andará por ahí a tu lado diciéndote que no fumes porque, conociendo como cazas, de haber por esos mundos tabaco, seguro que, por no variar y seguir con la costumbre, andas con un pitillo entrelazado en los labios. Y eso, que os quiero infinitamente a los dos y os echo mucho de menos. Siempre en mi recuerdo. Día tras día. Un abrazo padre y hasta que nos volvamos a ver.

 


 

                 

 

          

     


martes, 1 de agosto de 2023

Los Emigrados





       Vamos todos, como en dolorosa procesión, Paseo de la Estación arriba que, en este tiempo de aprensión y recelos, se da en llamar de Calvo Sotelo en honor al diputado de Renovación Española asesinado en los días preliminares al Alzamiento Nacional del 18 de Julio de 1936. Portamos cajas de cartón atadas con guitas y maletas vencidas y deterioradas por el uso, en las idas y venidas, desde las catalanas tierras hasta el pueblo que los vio nacer. Emprenden, una vez más, entre lamentos y lloros, el triste camino de regreso hasta su tierra de adopción sin saber, a ciencia cierta, cuándo habrán de volver a poner el pie en su amado terruño santacruceño. Todo habrá de depender del discurrir del año y sus haciendas. De que haya trabajo con el que alimentar bocas y hacer frente al pago de las míseras deudas contraídas. Después, y si quedan algunos cuartos en el fondo de la hucha, será llegado el momento de plantearse, aunque decidido esté de antemano, el bajar de nuevo hasta su añorado pueblo para gozar de la anhelada compañía de padres, hermanos y demás parentela. Y de sentir, como se siente una herida abierta, el maltrecho aliento de esta tierra vencida, denostada y poco apacible que hubieron de abandonar, muy a su pesar, en busca de un horizonte nuevo, de otro lugar donde sus vidas hubieran de ser más llevaderas y con menos espinas. Así, entre suspiros que encogen el alma, pasamos por el Bar de Cacheras en el que se arraciman al cobijo de la barra, entre vapores de Peninsulares, los clientes habituales de la tasca que beben vino y mistela. Saludan algunos al abuelo Santiaguillo y este, que camina pensativo y cabizbajo, les devuelve, y es cosa poco habitual en él, con poca efusividad el saludo. Será, y es, porque le invade una pena honda. Esa que le nace desde las entrañas cuando un año tras otro se despide de sus hijos sin la certeza plena de volver a verlos con vida. Cuando llegamos a la estación una amalgama de gentes invade el lugar. Unos son hijos del pueblo que emigraron a otras tierras más prósperas como lo hicieron mis tíos. Otros son navajeros de la villa con su carga de navajas a la espera del tren que los lleve hasta el Norte, más próspero y boyante, donde habrán de vender su solicitada mercancía.

     Pasamos a facturar los bultos en la oficina y se nos informa de que el tren, por no se sabe qué razón, viene con un retraso considerable. Así, con los bultos facturados y el alma encogida, los mayores echan mano, los unos de petacas y mecheros de pescozón y los otros del paquete de Celtas sin boquilla para hacer más llevadera la espera. Los muchachos entretanto jugamos al escondite por los recovecos de la estación sin tener conciencia clara de que es esta una noche triste. Noche que en nada se parece a la de hace un par de semanas en que arribaron al pueblo nuestros queridos emigrados. Entonces todo eran alabanzas, alegrías y emplazamientos para disfrutar de lo que en dos escasas semanas sería posible de realizar. Las migas, las gachas y la paella en la casa de la chica, que es como llaman a mi madre, y las cenas con sus regueros de vino del porrón y los tacos de jamón a la sombra de la parra en la casa del abuelo, sin que falte una visita a Las Virtudes por aquello de rendirle honor a la patrona. Se oye el silbido del tren por Las Minillas y se desatan los gemidos y sollozos. Entra la maquina entre nubes de vapor en la estación arrancando chirridos que provocan dentera y se suceden los besos con sus abrazos y lloros. Despacio, y como si no quisieran, suben los emigrados al vagón y se cierran lentamente las puertas mientras el tren comienza la marcha con sus rostros pegados a las ventanas en un último esfuerzo por llevarse clavada en la retina la imagen de los que tanto quieren y aquí se dejan. Se pierde el tren en la lejanía y, como despertando de un sueño, o porque son muchos los recuerdos y el querer que los que se van se llevan, emprendemos el camino de regreso entre los gemidos ahogados del abuelo. Salimos de la estación. La fonda de Pedro Saavedra y el bar de la Benita, son un hervidero de ferroviarios, viajantes y gentes que van y vienen mientras, con nudos en el pecho y costrones de pena en el alma, emprendemos el triste camino de regreso a la espera de que el año que viene, que tan lejos queda, asomen por estos lugares, y sin que haya de faltar nadie, de nuevo los emigrados.

    Han pasado casi sesenta años y estoy sentado en la estación al anochecer. Observo como pasa a la velocidad del rayo un tren de mercancías. Un páramo desierto me contempla. Los andenes están vacíos, las oficinas cerradas y tan solo se observa vida en la máquina expendedora que hay dispuesta para que quien lo necesite compre un billete que le lleve hacia el Norte o el Sur, según convenga, en uno de los pocos trenes que en este lugar tienen parada. Me levanto, encamino mis pasos hacia la salida y me detengo frente a lo que fue la Plaza Valparaíso, la fonda antes mencionada y el barrio de los ferroviarios que, desde hace décadas, son pastos del recuerdo donde la ruina hizo mella precipitando su derribo. Lentamente, y como masticando el aire, voy bajando por el Paseo, que ahora vuelve a ser de Castelar, y siento dentro la convicción clara de que nada es perdurable y todo es merecedor de serlo mientras quede alguien en pie que lo recuerde. Y concluyo que, en esto de la emigración, los tiempos, por desgracia, tampoco han cambiado tanto.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 6 de agosto de 2022

Correr los postigos




  He corrido de nuevo los postigos y he vuelto a abrir la puerta del recuerdo para encontrarme otra vez con la ilusión que inundaba mi ser cada vez que la feria del pueblo se acercaba. Era entonces el momento de escudriñar en los recovecos escondidos de la infame casa de mi infancia para buscar los exiguos ahorros que ocultos tenía por temor a que no se bien quien me los robara. Y he ahí que después de, cual contable de banco antiguo, darle decenas de vueltas a las monedas de perra gorda, céntimo y peseta entre mis manos, llegaba a la conclusión de que cortos habrían de ser mis placeres si estos se limitaban a lo que pudiera disfrutar con el gasto de tan parco tesoro. Llegado pues era el momento de, con artimañas y demás arrumacos, conseguir incrementar la cuantía del asunto con la aportación que pudieran hacer padres, tías , abuelo y demás parentela. Con la de las tías complicado lo tenía porque una, que no lo era pero así la llamaba, era de ser mucho del puño cerrao y la otra, que si lo era, ganaba un sueldo escaso trabajando unas horas en la limpieza del juzgado. Y del abuelo Santiaguillo poco se podía esperar porque, amén de ser más agarrao que un chotis, nada podía aportar a la causa con la pírrica pensión de que “disfrutaba” después de que el “apreciado” señor para el que hubo de trabajar buena parte de su vida jamás hubiera cotizado un puñetero duro por él. Por todo ello, y con estos mimbres para hacer el cesto, siempre había de encomendarme a los ángeles custodios que hay en el cielo clamándoles, sin ningún tipo de rogatoria, en el afán de que intercediesen, ante quien falta hiciera, para que a mis padres se les ablandase el corazón y me diesen una buena paga. Y he de reconocer ahora, con el pasar sentencioso de los años, que hacían los pobres míos más de lo que podían en el intento de que pudiese pasar su vástago primogénito una feria medio decente.

   Y así, llegado el día de la inauguración, se encaminaba este que les escribe hacia el ferial con la parte correspondiente a esa jornada bien guarnecida en la cartera. La de las que habrían de seguir quedaba a buen recaudo entre uno de los libros que tenía en el estante del dormitorio, no fuera a ser que la  perdiese y me quedase el primer día a la luna de Valencia que fue lo que me pasó en una ocasión en la que, después de echar unos viajes en los coches eléctricos, me di cuenta de que había perdido la cartera, y al volver como una bala, en un intento vano de recuperación, hube de encontrarme con el semblante sorprendido de un par de conocidos (… ellos saben bien quien son), que dijeron no haberse encontrado nada aunque ya llevaban los hurtados cuartos en el bolsillo, motivo por el cual aquella noche hube de  beber agua de la fuente que había en la puerta del parque mientras veía subir a mis amigos en las sillas voladoras.

   Por lo demás, el “tesoro” que lograba reunir se esfumaba, año tras año en las casetas de tiro que adornaban la parte derecha del Parque Municipal, entonces de Sales Córdoba, en las que comprábamos, creo recordar que a una peseta la unidad, los plomos (… después los prohibieron y los cambiaron por corchos quitándole toda la salsa al asunto), con los que acometíamos el derribo, una vez introducidos en las escopetillas, de los primeros cigarrillos cuyo humo habríamos de inhalar y que respondían al conocido nombre entre otros, y que bien recordarán los que ya tienen unos años, de Sombra, Bonanza, Mencey, Piper, este era amentolado, y sobre todo Palmitas que, con su envoltorio negro y extremada longitud, era el trofeo preciado por todos. También podías tirarle a los muñecos de peluche más horrorosos que he visto en mi vida, a diminutas botellas de licor que en el presente serían motivo de colección y a llaveros, entre una infinita amalgama de trastos de dudosa calidad, que hacían las delicias de quienes, emperrados en tronchar a plomazos los palillos de mondar dientes que los sostenían, se dejaban la paga que días antes habían ganado tronchándose la espalda mientras ponían a secar las tejas en los patios de las tejeras que había, por referirme a algunas, a la vera del paseo del cementerio.

   Y, como hoy les estoy hablando de mis primeras ferias de muchacho, no traeré hasta el presente bares y otros lugares, entre ellos el Alaska, tan bellos para “conversar” y que se supone, y solo lo habrán de suponer, que no estaba aún en edad de visitar. Si les diré que el resto de los monises se esfumaban en churros, porciones de coco y turrón plagadas por las defecaciones de las decenas de moscas que pululaban a su alrededor, las nubes de algodón que ídem de lo mismo, en el trenillo de la bruja (… que se asemejaba a Rod Steward) y en los artilugios que artesanalmente, con premios que casi siempre eran tabaco, se inventaba el Chinito muy hábilmente para sacarnos los cuartos.

   He intentado revivir de nuevo un tiempo que, sin que me quepan dudas, se fue para no volver. Hoy, y no se bien si es mejor o peor, aunque lo intuyo, la vida con sus vericuetos transcurre por muy distintos derroteros y aquello que añoramos, seguramente, sería complicado de digerir por los tiernos infantes del presente. Con el deseo de que disfruten estas fiestas con alegría, salud y felicidad reciban un cordial saludo de este paisano que les aprecia.





 


miércoles, 19 de agosto de 2020

De la Calle Real, con sus tiendas y sus gentes.

    



Satisfecho, como no podía ser de otra manera, de haber colaborado un año más, señal igualmente grata de que sigo vivo, en la confección del libro que anuncia la llegada de las ferias y fiestas del lugar, vengo a dejarles en mi posada de relatos el escrito con el que he participado y que versa, muchos lo recordaran de manera grata, de aquellos tiempos en que la calle Cervantes, que para los aborígenes es Real, y siempre lo fue y lo será, era un hervidero de gente. Unos comprando zapatos, otras útiles de mercería, los más saliendo del bar o de ver una película en el Cine del Patito y otros tantos persiguiendo a la dama de sus sueños. Con el deseo de que los días de fiesta venideros les sean gratos y placidos, disfrutándolos como a bien lo tengan, quedo con todos ustedes. Hasta la próxima, pues ….


        Hay días en que al anochecer, y con el pasar de los primeros gatos nocturnos, encamino mis pasos sin rumbo hacia la calle de Cervantes, que siempre será Real por estos lares, y debo confesarles que me invaden velos de nostalgia cuando solo contemplo vacío y palpo que el silencio flota donde antes campaban la algarabía y el ruido.
      Sonidos estos causados por el constante trasiego del ir y venir de las gentes del lugar que calzaban sus pies con los zapatos y sandalias que compraban en la tienda de Castillo y en otra muy populosa a la que después haré mención. Que se ilustraban leyendo los periódicos y revistas que les vendía la Paca “la de Vicencio” y adquirían los primeros aparatos y electrodomésticos ofrecidos a plazos por Manolito “el de los aradios”. Los productos para la limpieza los vendían Paco “El Droguero” y su dependiente Juanito, que con el pasar de los años sería el dueño de la droguería y el asueto con su diversión, de poca monta pero sana, se daba en los añorados futbolines del Chato. Las carnes las vendían el bueno de Estebitan y Vicente “el de la Belén”, mientras que los pantalones con sus camisas eran despachados por Alfonso Lillo en la tienda de confección de Abelardo Valencia y lo referido a la mercería era suministrado por Ferrer; también Urraca se dedicaba a esta cuestión, en un local que aún subsiste cerrado a cal y canto.  Los víveres, tan necesarios para la subsistencia de las gallinas de este corral, eran expendidos por los hermanos Castro y Pedro “El Patito” en sus tiendas de ultramarinos y bares, esos que nunca han de faltar para que el organismo funcione con la precisión de un reloj suizo, había unos cuantos que enumerados serán, para hacerles justo homenaje, al final de esta historia de amorosos ardores.
      Dicho esto, como introducción, y sin dilatar más la historia que hoy nos ocupa, hablaremos esta vez de aves exentas de pluma. De los varones que como pollos descabezados parecían ir sin rumbo, a veces eran kilómetros los que recorrían persiguiendo a la codiciada presa, tras el rastro que dejaban las hembras que, cual avestruces de cuello erguido, paseaban sus reales por el circuito amoroso ubicado en la calle Real, o de Cervantes, aquellos años, en los que antes de ser un saltimbanqui titiritero, a este púber adolescente le inundaban el ser calores infinitos y pasmos convertidos muchas veces en espasmos.
      Digamos, que había un tramo corto y como más apresurado. Aquel que comprendía el espacio que iba desde el antiguo cine del Patito hasta la añeja tienda de Amando. Ya imagina este escribidor que muchos jóvenes lectores se deben haber quedado como en trance y en Babia cuando mencionar he mencionado aquel comercio perdido entre las brumas del recuerdo. Por ello, habré de refrescarles la memoria para decirles y aclararles que este bazar de zapatos y complementos varios estaba en lo que en estos días de infortunio es la sucursal de la Caja de Castilla La Mancha y antes fue el estudio fotográfico del valdepeñero Navarrete.
     También podía verse alargado el aludido circuito hasta el jardín sin flores de la escuela del Jardinillo, encaminando los pasos hacia el sur, o hacia el puentecillo del Llano, si se perdían sin rumbo buscando el norte. Y era allí, a partir de aquel lugar clavado como divisa al fuego, donde estaba el límite de lo tolerable. Donde se encendían las pasiones y se desbocaba el instinto que, al igual que a toros bravos en busca de los chiqueros, conducía sin remisión hasta la oscurana del paseo del cementerio, donde a la vez machos y hembras, parejos y de la mano, daban rienda suelta a sus pasiones con tal fogosidad y apasionamiento que les importaba poco, llegados a tales extremos, el temor  a posibles apariciones, dada la cercanía del camposanto, de fantasmas llegados de la ultratumba o del progenitor, más terrenal y palpable, de la Julieta de turno, que bien pudiera, y sin previo aviso, molerle a palos las costillas al fogoso Romeo pretendiente.
     No duden que eran tiempos de muy variados comportamientos. Unos aún anclados en la época pretérita que se había vivido y otros abrazados al nuevo periodo que se abría con el final del dictador y la sombra de su bota. Por ello no resultaba todo tan condescendiente y liviano como en estos días de pase por la entrepierna y es por eso que pasar el límite descrito era síntoma de catástrofe, invención y comentarios varios de las lenguas dañinas del lugar que bien podían tildar al masculino integrante del dúo de macho con un par y a la fémina componente, eran épocas de imperdonable machismo, de calentorra y dada sin desmesura al arte del metemanos.
     Entretanto, los que con menos ardores vivían, se afanaban en el rito ancestral de perseguir a la dama pretendida  que acompañada iba, y a veces hasta cogida del brazo, de amiga de confianza o hermana de mayor edad y juicio, por lo general más fea y de menos grácil compostura, qué amargaba la vida al pretendiente y tenía la misión encomendada de referir y contar con todo lujo de detalles, una vez llegadas ambas al calor  amistoso del brasero de la casa, los devaneos del candidato  y la hechura con que había aguantado la pretendida los envites del solícito macho.
    Así, emperifollados ellos con el atuendo de los domingos, por lo general escaso y hasta ridículo, que descansaba durante toda la semana envuelto en el fondo del baúl entre bolas de alcanfor y luciendo la tez afeitada horas antes en las insignes barberías de Sales Córdoba, Abdón Velasco y Angelito “El Cabezón” con olores  a colonia “del Varón Dandy” y peinadas ellas sus cabezas en las peluquerías de Belén y la María entre fragancias de Myrurgia, que se esfumaban al llegar a la intersección que en la calle del Cura formaba la mezcla a refrito pestilente que emanaba de los cuatro puntos cardinales desde La Campana, la tasca del Botas, el chamizo de Mauricio, el Bar de Luis y la bocacha inmensa del Cine de Cervantes, la vida pasaba y el tiempo, ese que con los años se nos va tornando escaso, discurría sin pausa, sin otro menester que no fuera esperar un nuevo día para seguir viviendo y un inédito amanecer para disfrutarlo.

      


    
    



jueves, 30 de abril de 2020

Diario de Incertidumbres. 30 de Abril








Hola de nuevo amigos. ¿Han visto al príncipe de Inglaterra y a su esposa Camila batiendo palmas a la puerta de su casa? Si no lo han hecho, háganlo. Al menos se reirán. Les aseguro que no tiene desperdicio. Y lo harán más aún, si cierran los ojos y, sin verlos, oyen el desbaratado ritmo con que lo hacen, cada uno por su lado y sin orden ni concierto. Para llevarlos a un tablao flamenco. Y eso que, según oigo en la radio, la aristócrata referida ha empezado, con setenta y dos años cumplidos, a dar clases de ballet. Debe de ser un gozo el verla bailar entre bambalinas y abogo porque habrá de llegar, con toda seguridad, a figura del baile antes que a reina. Porque pretender escalar hasta el puesto de soberana de la Gran Bretaña con el aguante que ha demostrado tener su suegra es como querer, a tan provecta edad, que conserve la ilusión por ser rey su orejudo esposo.

Parece ser, por lo que se oye y comenta que, después del varapalo que nos está doblando, habremos de engendrar un horizonte diferente desde el que, según dicen, lucirá un sol más luminoso y bello. Pamplinas. No descubriremos un mundo nuevo si seguimos, que seguiremos, usando mapas viejos. Y tampoco tengo duda de que, desde donde sea y como convenga, se seguirá ampliando cada vez más la distancia entre ricos y pobres. No duden de que ya hay muchos de posibles que están en ello.

“Al Partido Popular no le importan los números de la epidemia, solo recuenta meticulosamente el de los muertos, porque utilizar a las víctimas es de lo que más le gusta a este partido. Le da igual que este país este atravesando la peor situación en décadas, le da igual que no sea un problema exclusivo de España,  que media humanidad esté en la misma situación, le da igual el contexto, le da igual que salgamos mejor o peor de esta, le da igual lo que nos pase a los ciudadanos porque solo tiene un objetivo: desgastar tanto al Gobierno que caiga por su propio peso, que no aguante la legislatura y que las cosas vuelvan a ser como el PP cree que tienen que ser, es decir, con ellos gobernando. Porque el PP, o gobierna o gobierna. No tiene manual de instrucciones para estar en la oposición.

La sesión de control de este miércoles en el Congreso demostró que al partido de Pablo Casado le da igual la coyuntura, que la vida fuera de las puertas de la cámara nada tenga que ver con la vida de hace un par de meses. El PP sigue aferrado a su vieja forma de hacer política.

El Gobierno de Pedro Sánchez puede haberse equivocado, puede que se siga equivocando, puede que tenga problemas con la comunicación y la improvisación, pero está gestionando una crisis para la que nadie estaba preparado. ¿O es que el Partido Popular si lo estaba? Porque si lo estaba, nunca nos lo ha contado.
No sabemos nada de su estrategia, ni de sus recetas, ni sanitarias ni económicas, porque hacernos creer que con ellos en el poder tendríamos otras cifras y el país funcionando es tomarnos por tontos, y a estas alturas del confinamiento les aseguro que de tontos, ya no nos queda nada.
¿Qué hubiera hecho el PP en el confinamiento? ¿Qué haría ahora en la desescalada? Porque cuando nos encerramos, porque nos encerramos. Y ahora, tampoco parece gustarle cómo vamos a salir.

Bueno algunas pistas tenemos. El PP gobierna en algunas autonomías, con el apoyo de la ultraderecha (esto siempre hay que recordarlo). Entre esas autonomías está Madrid, campeona de recortes en sanidad y en el estado del bienestar, responsable del desastre de las residencias de ancianos y con una presidenta que presume de darle a los niños pizza para comer.

La crítica es lícita e incluso necesaria, la crítica furibunda sin propuestas solo tiene un objetivo: noquear al Gobierno. Se queja a diario Pablo Casado de que el gobierno no le escucha, pero ¿tiene algo que proponer? ¿Tiene algo que decir?". Lo dijo ayer Angels Barcelo en el Hoy por Hoy, y me parece tan acertado que lo suscribo en su totalidad.

También fue ayer cuando le habló sin pelos en la lengua Pablo Iglesias a la señora diputada de Vox. “Ustedes son una formación de grandes apellidos y poca vergüenza, que falsean títulos para ejercer sin poder hacerlo, que no tienen más patria que su dinero. Ustedes ni siquiera son fascistas. Son simplemente parásitos. Es miserable utilizar la muerte para hacer política. Es miserable hablar de familias cuando ustedes no han apoyado ni una sola de las medidas para defender a las familias de este país. Es miserable que critiquen la eutanasia en el contexto en que estamos. Ustedes tienen muy pocos escrúpulos y tratan de disfrazar su discurso de valores religiosos. 

Fíjese, yo no soy creyente, pero me gusta mucho el Papa Francisco y creo que últimamente está diciendo cosas que van en la dirección contraria de lo que ustedes expresan. Porque ustedes representan el odio, la hipocresía y la miseria moral. Y les aseguro que España, y nuestro pueblo, una vez más, como en el siglo XX, se quitará de encima la inmundicia que ustedes representan”. Se quedó "agustito" el de la coleta. Y yo también.

Y al replicar de los tambores de tan sonado discurso no han tardado en asomar los periodistas defensores de los valores del suelo patrio, con Carlos Herrera a la cabeza, diciendo que ha amenazado a los rivales (... como si estos no lo hicieran cada vez que tienen ocasión de ello), a los empresarios, a la Justicia, a los ahorradores y a los medios de comunicación. Cuando la realidad es, y quedó bien claro en su discurso, que se estaba refiriendo al fascismo y a las maneras fascistas de Vox, que es un partido, que nadie lo olvide, que vive amparado por la legalidad de una Constitución que votó en contra, aunque entonces se llamasen Fuerza Nueva, que nunca quiso y que siempre repudió.

Hoy se cumplen 75 años de la muerte de un fascista llamado Adolf Hitler en los sótanos convertidos en bunker de la Cancillería del Reich en Berlin. Un personaje siniestro que, al amparo de un discurso muy parecido al que ahora de nuevo se extiende por muchos países de la vieja Europa, fue capaz de llevar al mundo entero a una guerra devastadora en la que murieron más de sesenta millones de seres humanos. En los primeros días de Enero del 1945 había dictado la orden de que fuesen llamados a filas los niños y mayores que pudiesen resultar útiles para la defensa de una ciudad que estaba perdida y con los rusos a sus puertas. 
Ciento cuarenta mil personas murieron defendiendo lo que ya estaba perdido. Y  su última hazaña, horas antes de pegarse un tiro en la sien como el más vil de los cobardes, fue la de condecorar a veinte niños con la cruz de hierro por su valentía en la defensa de Berlin. Aún así, y viendo lo que fueron capaces de hacer sátrapas como este, Mussolini, Stalin, Franco, Pol Pot y un largo elenco cuya enumeración se haría inacabable, hay quien vuelve a las mismas y les sigue encumbrando. No aprendemos. Ni a tiros.

Idearios como los que auspiciaban estos innombrables nos empobrecen como personas porque solo admiten, aunque en principio lo escondan, el uso de la fuerza para conseguir sus miserables fines. Dicho esto, que cada cual piense y haga lo que le parezca ateniéndose a las consecuencias. Y que, a toro pasado, nadie se llame a engaño.