Desde hace un tiempo les vengo
cansando la cabeza con el anuncio de mi inminente regreso hasta el arte de la
escritura que, como bien saben y desde que ingrese en la empresa más boyante
del suelo patrio, que ahora por suerte he abandonado, tenía sumida en el
abandono y a punto de echar al pestilente carro de la basura. Mas como ya dice
el refranero, que tan cierto y veraz resulta en multitud de ocasiones, no hay
bien ni mal que cien años dure, ni cuerpo, hemos referido siempre por estos
sagrados lugares, que lo resista.
Y aquí me tienen de nuevo, más viejo,
pellejo y con algunas costras de adorno como los galápagos, dispuesto a
traerles una nueva receta culinaria, que aderezada irá con otros ingredientes,
del variado recetario del Maurito Verbenas que tanto éxito tuvo en sus inicios.
Figúrense que hasta el eminente actor Juan Echanove tuvo la deferencia de
leerlo e incluirlo en UN BLOG PARA COMERSELO, lugar que encarecidamente les
invito a visitar y degustar puesto que habrán de quedar gratamente
sorprendidos.
Bien saben los que habitan estos eriales
manchegos, y quienes hubieron de partir en busca de sustento y fortuna a otros
lugares, que en este pueblo castellano el día grande, o de la patrona, se
celebra el ocho de septiembre aunque también celebremos otro en el mismo lugar,
con parecido boato y con menos asistentes, el 25 de abril o día de San Marcos,
con sus bares, sus tapas, la caseta de los churros y su corrida de toros. Así
que por ello, y porque evidentemente no había cosa mejor que hacer, decidimos
el día anterior a la festividad poner rumbo a Las Virtudes para ir
preparando con tiempo la intendencia a la espera de que familiares y amigos
hiciesen su aparición para pasar en franca y agradable compañía tan grata
jornada festiva en la que no habrían de faltar, porque siempre sobran, pistos
con diversas carnes, tortillas de patata al gusto y productos derivados del
cochino que tan sabrosos resultan al calor amistoso de la lumbre.
Y en tan trabajosas celebraciones nos tenían que a
la caída del día, del que no hemos referido que era sábado, decidieron, en
estos asuntos el varón rampante suele andar escaso de voz y voto, la santa con
la infanta de los lloros, que estaba como si le hubiese pasado por encima un
camión de 50000 Kilos después de tanto jolgorio y un servidor de ustedes con
sus achaques, años , vino y cervezas encima que no era mala idea la de
quedarnos a pernoctar en Las Virtudes puesto que aposentos con sus camas no nos
habrían de faltar y leños, de momento y para alimentar la lumbre, hay remesa
como para poder asar entera una piara de benditos cerdos.
Por ello, y entramos en
faena, y porque es herramienta afín a casi todos mis gustos, ahora hasta le dio
por la lectura y devora libros de igual manera que se bebe los botellines, me
dispuse a llamar con premura a mi amigo del alma y hermano de leche y farra,
Juan Socorro Sánchez Marín, a quien todos por estos contornos conocemos
cariñosamente como El Pavo, sin saber, al menos quien esto escribe, a que se
debe semejante apelativo en un bicho de dos patas que difícilmente alzará vuelo
con sus 120 Kilos, para que tuviese conocimiento de que invitado estaba junto a
mi querida Virtudes, su amantísima esposa, a la degustación de una paella del
señorito, plato culinario de nuestro selecto gusto y que en nada, eso puedo
asegurarlo, tiene que envidiar a los arroces que se cuecen por las costas
del Levante. Antes de continuar decir, porque ustedes se lo preguntaran, que la
llamo del señorito porque todos los ingredientes, salvo almejas y gambones, van
pelados y sin raspas con lo que su degustación es cosa como de coser y cantar.
En principio, este detalle es importante y de
obligado cumplimiento si quieren aprender bien la receta, y tienen como jefe de
intendencia al ave antes mencionada, han de alojar, sin contemplación ni
miramiento, botellines y vino blanco, el tinto se bebe del tiempo, en el
congelador del frigorífico para acometer con premura y sin descanso la primera
etapa de la tarea encomendada.
Comenzaremos por poner, esto es algo que de simple
resulta evidente, la paella en el paellero que tendremos encendido y
cubriremos, este paso es de vital importancia, de aceite de la tierra, muy
verdoso y cojonudo, todo el fondo, que por aquí llamamos culo. Previamente
habremos de haber comprado como un kilo de gambones, ahora les cuento el porqué
aunque parezca excesivo, a Enrique “El Pescadero”, que freiremos cuando el
aceite esté en su punto, vuelta y vuelta, para después reservarlos y
apartarlos, dejando que suelten sustancia y será entonces cuando, sin
previo aviso y con suma habilidad, el mencionado humano volátil y un servidor
abrirán las primeras cervezas que después vendrán como en fila india y nos
comeremos, por ello fueron comprados con colmo, los primeros gambones
calentitos de la mañana, tapa sabrosa y sin igual, mientras contemplamos como
las primeras gotas de lluvia empiezan a caer sobre campos y barrancos. Con
anterioridad, esto es obvio y de ello se encarga algunas veces mi cuñada
Mercedes, hábil peinadora de las femeninas cabezas del pueblo, tendremos
cortados, sin recato ni mesura, cebollas, ajos y pimientos que sofreiremos
hasta que pasado un rato y viéndolo bien pochado, añadiremos troceados el atún,
los chipirones, el calamar y hasta pez espada y cuantos bichos de mar,
incluidos huesos de rape, estimemos convenientes y que habremos igualmente de
pochar, sin prisa pero sin pausa, añadiendo después tomate triturado al gusto y
dejándolo hacer hasta el punto de que es el momento y la ocasión, a estas
alturas los sudores empiezan por doquier a aflorar, de tomar otra cerveza y
zamparse otro gambón.
Y es ahora cuando, si no tengo la prudencia de colocarme el mandil, aquello
que me tape el “musculoso” torso, se habrá de ver como se veían, y a buen
seguro se siguen viendo, las camisas de mi buen amigo Paco Bravo cuando
comíamos pistos y tiznaos en los bares y en las fiestas de los santos viejos,
porque llegado es el instante de arrojar sobre las fauces de la paellera el
arroz, ingrediente esencial en este plato, y dispuesto hay que estar para darle
vueltas con fuerza y sin pausa evitando que se queme para llegado el
justo y esplendoroso momento en que lo oteemos sonrosado y sonriente arrojarle
sobre la crisma el caldo que habíamos reservado, si no tenemos el suficiente y
falta hiciera le añadiremos algo de agua, distribuyendo con pausa y buen tino
liquido y elementos de mar por igual en la paellera que aderezaremos con unas
hojas de laurel, el necesario colorante y unos polvos de pimienta negra molida
a la espera de que rompa el condumio a hervir. Y llegados a este punto, y nunca
después, debido al exceso del trajín, nos habremos de beber otro par de
botellines, por cabeza, a los que previamente el ave pava volandera habrá de
acompañar con unas cuñas de queso excelso, tan exquisito en esta manchega
tierra.
Y vuelve a llover, ahora con fuerza inusitada,
mientras los leños arden en el fuego como poseídos por una fuerza divina y
Mercedes, mi cuñada peluquera pide el mortero, que nunca sebe donde se
encuentra, para machacar en sus adentros ajos y perejiles que arroja sobre el
caldo que hirviendo está como caldera de Pedro Botero. Y a sus entrañas van
también un buen puñado de almejas y las gambas peladas que teníamos guardadas
para la ocasión y dándole gas al asunto, para que hierva con alegría, me quito
el mandil, puesto que pasó el peligro, y el gorro que me puse para que no
cayesen pelos en la comida debido a mi “poblada melena” mientras me dispongo a
realizar la apertura de una botella de Viña Lastra, exquisito vino blanco de
nuestro amigo y paisano Fernando Castro que habremos de degustar con otro puñado
de los mencionados gambones. Decir también que las hembras entretanto beben
vermut, exquisito donde los haya del Agapito valdepeñero o malo hasta reventar
de la última oferta de cualquier supermercado.
El caldo de la paella casi se ha esfumado cuando
me dispongo a vestirla de gala con tiras de pimiento morrón y los gambones que
sobraron, siempre los justos y ni uno más, mientras apago el paellero y
coloco sobre la paella un paño blanco e impoluto, de los que hacía hasta con
dobladillo mi siempre añorada madre, pugnando porque no me vea la santa, que
siempre se cabrea porque se mancha de aceite. Y por fin, siempre suelen ser
pasadas las 16 horas y a veces, esto ya es guasa, o no, adivinen la adivinanza,
a la llegada del telediario de la tarde, dispuestos estamos a disfrutar de tan
preciado manjar y prestos empezamos el engullimiento, los unos con prisa, la
santa también y alguna despacio, mientras El Pavo, ¡ que sutil herramienta
parió su madre!, dice y comenta con el bocado en la boca que para merendar ha
traído unos conejos que haremos al ajillo, receta de la que si no me muero, me
apetece y tengo tiempo habré de darles cumplido detalle en otra ocasión
venidera. Entretanto, llueve sobre los tejados, sobre los barbechos y sobre los
aleros de nuestra milenaria plaza de toros, mientras la vida, esa puñetera que
a veces se torna difícil, nos agasaja con una tregua. Y arropado por esta gente
a quien de verdad quiero, siento, aunque es algo que siempre tengo presente,
que su disfrute, el de la vida con sus asuntos, no va necesariamente unido a la
posesión de inmensos bienes materiales sino más bien, y esto lo tengo claro, al
delicioso hecho de disfrutar de estas pequeñas cosas que nos hacen masticar el
aire.
Excelente regreso ! Lo que no es de aplaudir es tu tortilla de somníferos.Quien mas quien menos ha pasado etapas difíciles que ni el sueño se podía conciliar. Nunca tomé somnífero alguno.A lo sumo, un liviano te de tila antes de acostarme , que no crea adicciones. Te apreciamos MAURO y te deseamos el BIEN con mayúsculas. Cordiales saludos.
ResponderEliminarGracias Beatriz por tus deseos y amistad. La tortilla es necesaria porque de lo contrario cuento más ovejas que nubes hay en el cielo. Y tilas, valerianas y otros compuestos similares, ni fu, ni fa. Abrazos ....
EliminarAmigo Mauro, se dice del gusto en el arte de comer, del que dicen que todo está escrito, -cosa que me niego a reconocer- y que tanto a unos le sobran condimentos, como a otros les faltarán, pero que llegado el caso, y saltándose a la torera lo escrito y por escribir, nada sienta, huele y sabe mejor que una buena comida en compañía de familiares y amigos del alma.
ResponderEliminarAlgo que tu relatas (como siempre) muy bien, y que nos llena de ¿sana? envidia, y mas como en tu relato narras, viendo caer esa lluvia bendita que riega los campos y serena el alma mientras ves como ese arroz, que por estas tierras levantinas llamamos del Señoret, va tomado cuerpo y color, e imagino unos festivos efluvios, que deben abrir mas el apetito que la famosa Quina Santa Catalina.
Y listo el condumio, unos mano en ristre de cuchara y los mas melindrosos con el tenedor, dar buena cuenta de tan suculento manjar hasta el fondo, donde algunos se afanaran en rascar el “socarrat” hasta dejar la paellera mas limpia que un jaspe, si a eso, tal y como has comentado, lo riegas con un buen caldo de nuestra tierra, bendita siesta la que después se puede organizar.
Nunca mejor dicho, si al buen comer y al buen holgar lo acompañas de tan ilustres compañías, no habrá nada en este mundo que se le pueda comparar.
Un abrazo amigo
Perdona mi tardanza en contestar, amigo Pepe, pero se me fue el santo al cielo. Es verdad que los mejores momentos de la vida son los que vienen rodeados de grata compañía. Si además le añadimos los debidos manjares y el justo beber, que siempre y mientras no lo impida el galeno, suelen ser sustanciosos, pues está la fiesta completa. Y eso nos suele ocurrir a este pájaro y a un servidor. Gracias por pasar, a pesar de esas molestas capchas que se empeñan en poner los de Google, por esta posada de añoranzas escritas. Un abrazo de vuelta...
EliminarMauro, olé, olé y olé. Así se vuelve por la puerta grande. Espero que tu ánimo esté arriba (que facil es decirlo) y este sea el principio de muchas mas historias. Lo de la paella del "señorito" me ha encantado, por dos cosas: La primera por que lo cuentas con tanto arte que parece que yo también lo viviera, y la segunda por que yo la hago igual, con todo limpio, no soporto "empringarme" las manos a la hora de comer, eso lo dejo para otras culturas. El paño de cocina con su dobladillo, me ha llegado al corazón, mi madre, que tan pronto se me fué, también lo hacía así. Bueno, lo dicho, todos tus seguidores y por supuesto yo, quedamos a la espera de nuevos relatos. Un abrazo, amigo como yo de los días celtas...
ResponderEliminarGracias Virtudes por verme siempre con tan buenos ojos. Y perdona tu también por no haberte contestado antes. Lo cierto es que esta no es del todo del señorito porque mi segunda santa, que es mi cuñada de marras, se empeña en freir los langostinos para que suelten el gusto y echar las almejas con sus cascaras por identico motivo, aunque la verdad sea dicha langostinos quedan pocos porque nos los zampamos con antelación acompañados de un buen vino. Paños de mi añorada madre hay unos cuantos y todos, absolutamente todos, llevan hecho el dobladillo. Por ello me resulta facial identificarlos y soltar una lagrimilla cuando los tengo entre las manos. A la espera de esos días celtas que tanto nos gustan te escribo esta respuesta comido por los tábanos que anidan en la morera que tengo sobre mi cabeza. Lo dicho, un gusto recibirte por estos rincones. besos....
EliminarY yo digo...cómo se me había escapado este relato?Lo del doble de arroz más uno...me despista.La paella ha de estar exquisita, y vuestros estómagos repletos con esos generosos aperitivos bien regados.Hoy cené vuestra paella. Un diez! Como siempre un placer leerte.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLa cenaste de veras, o con la imaginación?, jajajaja. Quiero decir el doble de caldo,y uno o dos más, según la necesidad, midiéndolo en el mismo recipiente que el arroz. Nuestros han tenido, y aun tienen aunque más de vez en cuando, un buen uso. No lo pongas en duda. Un gusto recibirte por estos lares que últimamente sufren de excesivo abandono.
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