Siempre
fueron de mi gusto las fiestas navideñas, no por el hecho, y esto es punible,
de la religiosidad que atesoran y conllevan, sino por la celebración, algarabía
y cachondeo que me anticipan de antemano. Debe ser, que a su vez es cosa de
herencia, porque mi abuelo Santiago en los difíciles años de la posguerra,
cuando el hambre y la necesidad asolaban los cuatro puntos cardinales de la
entonces “grandiosa” España, solo necesitaba la lata de hojalata de un envase
de aceitunas que le regalaban en la tienda de los Escobones , la piel exigua de
un conejo que se había comido otro humano de dos patas y un palo, de no sé qué
variedad, criado en las frías solaneras del campo manchego, para fabricar una
zambomba con la que dar la tabarra a medio pueblo siendo esta costumbre que
cultivó hasta el fin postrero de sus días.
En
estas tierras manchegas se daba mucho, en los tiempos que ahora discurren la
cuchipanda poco tiene que ver con la de aquella época relatada, la
conmemoración del día de la Nochebuena y ya desde mi más tierna adolescencia
empecé a rememorar con conocidos y amigos la llegada del Mesías en lo que
venimos a llamar por estos lares zonga, que no es otra cosa que la junta en
reunión, bajo el techo de cualquier cubil, casa o guarida, para comer y beber
desde la anochecida hasta los albores del alba. La primera zonga de mi vida, en
Valdepeñas más monacales y eruditos llaman a esta juerga maitines, tuvo lugar
en la cocina de Juan de Dios, el abuelo de Mayoral, gran amigo de la infancia.
Pueden imaginar, les estoy hablando, poco más o menos, del año en que murió el
innombrable o lo que es igual del 1975, que con los 14 años por cumplir y en
tiempos tan poco dados a la soltura de vidas y haciendas, advertencias,
consejos y avisos primaran en la mente de mis queridos progenitores a la hora
de dejar por vez primera al vástago primogénito una noche entera sin control y
a su santa bola, aunque bien es cierto que una sola mirada de mi padre era
válida y concluyente a la hora de saber, “mu bien sabío” ,
todo lo relacionado con el camino a seguir en hechos y comportamientos.
La velada
trascurrió a la perfección en aquella primigenia celebración, hasta que
alboreando el día y de vuelta a nuestros hogares, el ser primitivo que anidaba
dentro del camarada Manolo desató sus fueros incontrolados, llevándole a
emular, con detalle y precisión, a los atletas de las olimpiadas que se habían
celebrado en Múnich, cuando se puso a saltar sobre los techos de los coches de
los señoritos que estaban de parranda en el casino y que había estacionados
desde la esquina de las Loritas hasta la puerta de Gloria López, con tal
estrepito y algarabía que la llegada de los municipales con Casimiro “El Mella”
a la cabeza fue cosa como de coser y cantar. Si algo achacable tiene la vida en
el pueblo es que todos son conocidos y a todos se les conoce por lo que el
asunto de la identificación de personas y personajes fue cuestión de segundos y
la denuncia, en aquellos tiempos no valían excusas y arrepentimientos, se hizo
extensiva a todos los integrantes del grupo.
Ante la gravedad
de los acontecimientos relatados, aunque después todo quedó en agua de
borrajas, pueden imaginar que la subida por las escaleras de la casa de mi infancia en aquella fría
amanecida de Diciembre, se tornase como se dice en el pueblo, asunto de “trago
y tragantá”, por la simple razón de dos cuestiones bien diferenciadas. Una, la
que me llevaba a rebelarme contra la injusticia de ser acusado del delito no
cometido y otra, la que más me escocía en los adentros, que me llevaba a
cavilar si los creadores de mis días vendrían a pensar que no era digno
merecedor de su confianza.
En los años que
siguieron las celebraciones se trasladaron a los escenarios más variopintos.
Desde la casa que en la calle del Marqués de Mudela tenía alquilada Juanito
Lázaro, tendero de renombre y padre de mi amigo Juan Carlos y que en
tiempos actuales acoge, entre otros inmuebles, el bar-cafetería Centro donde a
veces y cuando puedo degusto sabrosas tapas regadas con botellines fresquitos,
hasta la cocina centenaria de la abuela de Virtudes e Isidoro Bravo,
protagonista estelar de los Divinos Asuntos. Fue entonces cuando hizo su aparición en
escena, venido desde las opulentas tierras catalanas mi amantísimo primo
Antonio que era, ahora con los años ha ganado apostura gracias a la dentadura
postiza, como un calco aproximado del menos agraciado de los Hermanos
Calatrava, aquel que cuando se ríe abre la boca de oreja a
oreja como un buzón de Correos, y que una vez comprobado el boato festivo con
que se celebraba en estos lugares la venida del mesías, aunque también tuvieron
que ver las santacruceñas, los cubalibres y el vino, no hubo de faltar durante
años, ahora solo aparece en los entierros, a tan especial conmemoración. Y
allí, durante aquel tiempo maravilloso de pandilla y enamoramientos, arrobados,
escuchando los acordes empalagosos y bellos de Cat Stevens y las baladas,
adoradas por nuestras féminas amadas, de un duo de almíbar llamado Pecos, entre
arrumacos y toqueteos, nunca más, pues el solo roce decían que embarazaba,
continuamos celebrando Nochebuenas a mansalva.
Por entonces el
fin de año tenía su dosis de apogeo en la discoteca Lord Jim regentada por dos
valdepeñeros que se hicieron de oro. Baste decir que al terminar la Nochevieja
y aflorando el año nuevo, después de las campanadas, una marea humana inundaba
el citado lugar desde la pista de baile hasta los urinarios de la entrada,
sembrando de cabezas, efluvios y sudores aquel ambiente enrarecido, mientras
eran degustados cubalibres de ginebra y whiskys de garrafón que podían reventar
sin compasión al mas “pintao” la mollera.
Con el paso
ineludible del tiempo llegó la noviez y con ella los inolvidables años en que fui titiritero y
las celebraciones de tan sagrada festividad se trasladaron a las diferentes
sedes en las que fue aposentando sus reales el afamado Grupo Mudela. Fueron primero las extintas
escuelas del Jardinillo, donde hoy se encuentra el Centro Médico, lugar de
farra y jarana en el que música y griterío debía ser medido con
cautela, no por el hecho a tener en cuenta de las posibles molestias causadas
al vecindario sino por la posible posibilidad de que dado su estado de
avanzado deterioro se nos pudiese, con tanto salto y temblor, derrumbar la casa
encima.
Debido a la
apertura de la anteriormente citada discoteca, el añejo Club Septum ,
ubicado como sabemos los entrados en años y canas, en la plazoleta de Andrés
Cacho entró en un irreversible deterioro llevando esta circunstancia a su irremediable
cierre y fue por ello que hubimos de pedir con cautela, sigilo y moderación, no
era el alcalde Antonio Cobos hombre de muchos remilgos, que nos fuera concedido
este local como lugar de ensayos en nuestro quehacer teatral. Y concedido el
deseo, había de ser también aquel icono de celebración festiva y territorio en
el que generaciones de santacruceños habían bebido al son de los ritmos
acompasados de Queen, Los Rolling Stones y Peter Frampton , mientras se
metían mano oyendo el Wish You Were Here de
Pink Floyd, lugar donde continuar con nuestras farras navideñas volviendo de
alguna manera a revivir el vetusto club la vieja gloria vivida en décadas
anteriores.
Mas como no hay
bien ni mal que cien años dure, ni cuerpo que aguantarlo pueda, jodióse el
invento el día en que nos fue comunicado que, con prisa y sin pausa, habíamos
de abandonar el lugar porque su derrumbe era inminente, habida cuenta de que en
el mismo solar se iba a edificar la actual Casa de la Cultura y la Biblioteca
Municipal. Y de esta manera precipitada nos tienen otra vez, amables lectores,
pidiendo, como mendigos de barba rala en la Gran Vía madrileña, nuevamente al
alcalde Antonio, para los amigos Camy, nuevo lugar donde desarrollar el oficio
del arte y el ensayo, siéndonos concedido después de variados encuentros y
encontronazos lo que haber había sido el Bar de Los Revoltosos ubicado en una
de las esquinas de la plaza de la villa. Cual nómadas gitanos de la lejana
Rumanía volvimos a mudar enseres, trastos, utensilios y bártulos al mencionado
lugar donde casi fenezco en plena juventud, aunque esa es otra historia, y una
vez emplazados y dispuestos llegaron nuevamente los días en que se canta hacia
Belén va una burra y decidimos que era acertado celebrar el repetido nacimiento
de la criatura en la nueva sede concedida.
Aquí fue donde
las argucias en cuestiones de sonido hicieron que el amigo Lorenzo, de apellido
Molina como el cantante jilguero, dispusiese con plato de discos, mesa de
mezclas y casetes varios una artesanal discoteca, mientras este cansino
escribidor grababa cintas a discreción, que aún conserva, con canciones del
Último de la Fila, Duncan Dhu y los Nacha Pop entre otros muchos olvidados, que
mezclados con el Del Sur a Cataluña que cantaba Tijeritas hacían las delicias
de los bailones integrantes del grupo, aunque justo es reconocer que llegado el
momento culminante y con los efectos de las bebidas y sus compuestos, siempre
llegaba la petición clamorosa del pasodoble Islas Canarias, que era bailado por
la totalidad de los celebrantes entre tumbos y mareos. En una de estas
celebraciones hizo aparición un espécimen de difícil catalogación venido del
Castellar de los pucheros integrante de un grupo teatral de aquel perdido lugar
y de nombre Aniceto que le daba con fruición al asunto de los porros. Un
servidor, que nunca fue dado a este menester, le dio aquel día por fumarse un
canuto de parecidas dimensiones a los que con placentero deleite fumaba
extasiado Bob Marley en la portada de sus discos y puedo asegurarles que casi
perezco en el intento pues la mezcla de los compuestos bebidos con aquel
cigarro inmundo extrajo de mis tripas hasta la última papilla que con paciencia
y buen hacer habíame dado mi madre en mis días lejanos de criatura ochomesina.
Casados estamos
ya, el tiempo trascurre con premura y sin piedad, y van llegando los primeros
descendientes con lo que la fiesta navideña se traslada a la huerta de Fu-Fú
que no es chino aunque parecerlo pueda. En aquel lugar acogimos en una de
aquellas noches de paz a un argentino pianista con más costras que un galápago
y la sabiduría de Einstein, “pa” su prima el pisto, del que nunca
supimos procedencia concreta, ocupación, ni destino y que vino a
metérnosla doblá como se dice en la villa, pensando que eran
pardillos, siendo avezados y listos, estos habitantes de pueblo llano. Allí, al
albor del amanecer de un día de navidad, nos pusimos a elaborar churros caseros
un servidor y su amigo del alma José Testón . Amasados los ingredientes de
manjar tan exquisito, caímos en el detalle de que churrera no había y prestos,
siempre fuimos resueltos y de rápidas decisiones, fabricamos un artilugio con
una botella de plástico vacía, hicimos un agujero en el tapón y apretando hasta
casi la defecación, conseguimos que el harinoso mejunje cayese en el hirviente
aceite de la sartén y fue tal el pedo que pegó el compuesto, que pegado quedo
en el techo cual perenne estalactita.
Acercándonos al
final puesto que hora va siendo, habremos de decir que todo acaba en la vida y
por ello estas añoradas fiestas entre amigos y compañeros han ido tornándose en
asunto más recogido y de familia. De esa manera, como bien dice el refrán, cada
mochuelo retornó a su olivo y en estos tiempos presentes la llegada del niño
Jesús, que comedido me he vuelto, es celebrada con los más allegados y cercanos
sin que por ello tenga que faltar el oportuno momento en que aparece por la
casa algún antiguo pájaro volandero con quien degustar unas gambitas y un tinto
de la tierra, terminando por cantar, por decir algo y poner punto final, el
conocido cantar del Hacia Belén va una burra.
Feliz 2015 que todos tus sueños se conviertan en realidad, Besos
ResponderEliminarGracias Trini. Iguales deseos de vuelta. Y gracias por parar en estos andenes. Besos y abrazos.....
ResponderEliminarLo he leído con retraso, pero no he podido evitar descojonarme con algunas partes del artículo. Coño, bueno de verdad. Yo te diré que sólo he hecho una zonga en mi vida, y fue tan gorda la borrachera, que escarmentado quedé para los restos: llorando como una magdalena llegué a mi casa, no te digo más. Imagina la escena: chaval que llega a su casa, llorando, renegando del genero humano y encomendándose al altísimo enfermo hasta las trancas del mal de Baco y allí, mis padres mirándome con cara de sorpresa, mudos del asombro. Porque claro, a ver que le cuentas a un borracho arrepentido en tiempo en forma. Un desastre vaya. Un abrazo
ResponderEliminarCon más retraso te contesto yo, amigo Emilio. Que volvieras de la zonga borracho no me extraña porque era lo que solía acontecer después de tan festivas celebraciones. Lo que me resulta extraño es que el arrepentimiento fuese de tal magnitud que nunca jamas volvieras a transitar por la misma senda. Abrazos de vuelta y gracias por parar en la posada ...
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