Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

jueves, 31 de julio de 2014

De la feria cuando niño

   

Como siempre que llegados son estos días de asueto y divertimento, pronto habrán de llegar la feria con las fiestas del lugar, hubieron de pedirme desde las oportunas instancias si me era posible colaborar con algún artículo divagatorio, tan del gusto de este escribidor de poca monta, para la elaboración del acostumbrado libro de festejos, Y la verdad, ya saben los que me conocen que me gusta ser sincero, es que esa nube de apatía que pugna por cubrirme hasta las orejas en estos momentos a punto estuvo de hacer que pasará del asunto como de comer manjar poco apetecido, aunque el verdadero refrán diga otra cosa que prefiero callar. Fue por ello que después de darle vueltas al asunto recordé que en los cajones había un escrito sobre los días en que, de niño, que lejanos empiezan a quedar, disfrutaba con poco de estos días de holganza y divertimento. Y aquí lo tienen. Disfrútenlo si lo tienen a bien y si lo quieren en papel y tinta se pasan por el Ayuntamiento y le piden un ejemplar a quien consideren oportuno. Un gusto y que tengan unas felices fiestas….

      Añoro la feria de antaño. La que en conmemoración de gestas poco recordables comenzaba cada año el 18 de julio, aquella que se ubicaba en la explanada del parque y a la que partíamos como en procesión desde la calle del casino o de Don Máximo Laguna, como gustaba de llamarla mi progenitora, mi padre con su garrota, mi madre muy “repeiná”, mi hermana con sus dos coletas trenzadas y un servidor dando saltos, como si de un muelle se tratara.

  No vaya a pensar el lector que era tarea fácil la de convencer a mi padre para visitar el ferial. Ya hemos dicho, y sabido es, por otros escritos expuestos en este devenir de la escritura al que el escribidor es tan aficionado, que el patriarca de la casa arrastraba desde su época de niño una permanente cojera por lo que fácil es deducir que no le resultara cómodo ni placentero el asunto de tener que desplazarse a patita hasta la otra punta del pueblo, aunque cierto es y hay que decirlo, que una vez puesto en faena y con el regusto de la fiesta  lo dificultoso era emprender el camino de regreso.

   La primera parada era en La Puente, junto a la tienda de Santiaguillo, donde empezaban a estar ubicadas, como en desfile procesional y a lo largo de toda la calle, las casetas de turrón, nidos de insectos de la más variada calaña, y las de los juguetes con mil trastos inservibles que hacían el deleite de los más tiernos infantes. Allí se inauguraba mi rosario de peticiones con la adquisición de un trozo de aquella masa dura, salpicada de almendras, que un tropel de moscas volanderas habían saboreado con deleite y anterioridad sin ningún tipo de compasión; mas no eran estos tiempos de ascos y repugnancias por lo que el dulce sabor del preciado manjar resultaba placentero como maná de los dioses. Así, entre saludos a conocidos y paradas para tomar aire llegábamos al Cortijillo, tasca de reducidas dimensiones, que estaba situada en los bajos del Teatro Cine Santa Cruz, propiedad de Antonio Laguna y de la que mi padre era cliente preferencial por aquello de la cercanía del bar en cuestión con su taller de zapatería. Tomado un refrigerio seguíamos la marcha atravesando el Real de la Feria compuesto por un mar de cacharros, casetas y artilugios. La noria, el látigo, la ola, y el trenillo de La Bruja, en el que trabajaba un elemento que me asustaba arreándome escobazos y cuya cara era calcada a la de Rod Steward, amén de los puestos de algodón dulce que lucía adornado por las motas de tierra que levantaban los pies de los viandantes. La siguiente etapa había de llevarnos a las inmediaciones de la verbena, al regusto y saborcillo de los pinchitos del bar Alaska. ¡Qué decir de tan preciados morunos! y como asegurar a todos aquellos que gozan de menos años y no conocieron esta taberna volatinera que no hubo, habido, ni habrá, carne como la cocinada en sus prodigiosos fogones.

   Imagínense, amigos leedores, que hago como de fotógrafo si les cuento que a lo largo del parque había un rosario de bares con sus sillas abatibles de madera y en ellas aposentaban sus posaderas los sufridos pobladores de la villa. Aquellos, que durante un año interminable, sin vacaciones, fiestas, ni apenas descanso, habían conseguido juntar como tesoro un puñado de pesetas para gastar en las esperadas ferias. Así, el vino corría a raudales y a falta de urinarios, retretes, letrinas y excusados, era al cobijo de los árboles del parque, donde cada cual a su manera realizaba sus más estrictas necesidades.

   Terminada, y siguiendo con el relato, la estancia en el bar Alaska y llegados en fraternal y familiar paseo al final del  parque de Sales Córdoba ,así se llamaba entonces el hoy llamado Municipal, era momento de probar suerte en las casetas de tiro, practica en la que mi padre era avezado y muy diestro, por lo que siempre lograba algún muñeco sin fuste o un paquete de cigarros del que llamaban Palmitas y del que también decían, de eso me enteré más tarde, que era el tabaco que fumaban las mujeres de mal vivir. A la vuelta y por costumbre, era llegado el momento en que mi progenitor había de dar una vuelta en los coches eléctricos, que por aquellos entonces eran para mi asunto muy temido y respetado en tanto que se decía y comentaba que fallecimientos y hasta electrocuciones habían acaecido en aquellos autos que recuerdo negros como pájaros de mal agüero. Adivinaran entonces los lectores que, con perdón, el acojonamiento que me entraba mientras sentado iba en aquella premonitoria silla eléctrica era de padre y muy señor mío, motivo por el cual era imposible gozar y disfrutar de los viajes con sus choques en cuestión.

  Mi gozo, deleite y satisfacción venía a continuación, cuando con una ficha en la mano me dirigía al coche del Santo, héroe televisivo de éxito muy celebrado que interpretaba Roger Moore, en el carrusel de caballitos y autos de la familia Mena. Allí, dando vueltas sin ton ni son me sentía cual héroe peliculero imaginando hazañas, aventuras y proezas en el espacio escaso de unos minutos, los que tardaba en marcar la salida y parada de la atracción la bella Ana, que años más tarde se convertiría en la esposa del amigo Arturo Piña. En esta etapa del festivo deambular tocaban siempre riñas, discusiones y altercados, pues imbuido como estaba de tan procelosas gestas imaginativas, era dificultosa la tarea de hacer que bajase del automóvil y volviese a la cruda realidad terrena. Y puedo asegurarles que ni la vista de las famélicas fieras del circo Roma, que aposentaba sus reales cruzando la carretera en los terrenos de Fernando Castro, podían alegrar mi compungido semblante.

   Los churros con chocolate completaban la última etapa de la estancia en el ferial del que después sin prisas, pero sin pausa, habíamos de emprender el camino de regreso hacia el horno calcinado de la casa de mi infancia con mi padre asegurando que ya estaba bien de feria y un servidor pidiendo y suplicando la benevolencia de un día más de holganza, asueto y divertimento.

 




10 comentarios:

  1. No sé qué tiene más sabor, amigo Mauro. Si la feria de tu niñez, que tan bien fotografías, que me recuerda mis ferias de niño pobre, o la que canta el Mago Serrat adosado a tu blog.
    Las dos cosas son deliciosas, pero como ya habrás sido informado por féminas y tu propia experiencia, a dos cosas a la vez no somos los varones capaces de atender.
    Y mientras empezaba a degustar tus pinceladas de pintor de palabras, comenzó el sonido del carrusel del catalán ilustre, provocando en mí aquella sensación de quien quiere atender a todo y no puede.
    Al fin encontré la solución apagando el sonido del ordenador para leerte y después dejando cantar a Serrat, mientras me daba contigo una vuelta en el trenecillo de Rod Steward, compartiendo el turrón con las moscas y respirando el aroma de los churros.
    Exquisito.

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    1. Sin duda la que canta el mago Serrat, Luis. Por ser quien es, genio y maestro incomparable, y por usar los elementos propios de las ferias, con sus trastos y sus gentes, como bálsamo curativo de Fierabras para los dolores que aquejan el alma. Las féminas llevan, como siempre y en el fondo, razón; aunque también decía el negro Machin, y no era tonto el susodicho, en uno de sus boleros que se podían amar dos mujeres a la vez y no estar loco. Y nada amigo, que se trataba de dar un paseo por aquella feria añeja, aun quedaron cosas en el tintero como las cucañas, que nos hacía abrir a cada paso los ojos como platos. Y parece que, aunque solo fuera un poco, lo conseguí. Con ello y con visitas como la de su merced, que me satisfacen y dan vida, doy por colmado el caldero. Lo dicho, un gusto y se le espera....

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    2. Creo, amigo Mauro, que lo que se preguntaba el ángel negro Machín es cómo se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco. Un abrazo.

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  2. Pero qué fácil es viajar contigo en el tiempo! Magnífico, entrañable,nostálgico y un sinfín de adjetivos más, merece este escrito. Te envidio mucho.Entretienes, diviertes, y hasta haces que caiga más de una vez alguna lagrimilla de nostalgia. Que esos nubarroncillos, que deseo sean ya más claritos, no te impidan seguir deleitándonos leyéndote. Como siempre...un placer leerte.Un abrazo

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    1. ¡¡¡Que se me cae la baba!!!. Gracias Olaya por tus halagos que alimentan, y mucho, mi denostada autoestima. Y no me envidies. Coge lápiz, pluma o bolígrafo, papel en blanco y siéntate a pensar en soledad; veras como algo sale. Es un gusto recibirte porque me transmites vitalidad y energía. Los nubarrones van y vienen dependiendo de la fuerza con que el viento los azote. Un placer abrirle la puerta mi apreciada damisela y eso, que vuelva cuando guste...

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  3. Jo, la feria ¡Con que ilusión la vivíamos de niño! Yo de lo que dices lo que más recuerdo son los pinchitos del Bar Alaska. Todavía tengo su sabor retenido en la memoria. De lo demás sólo tengo un vago recuerdo porque yo era muy niño, al final, nos llevamos 8 o 9 años y cuando tú eras un mozalbete, yo andaba en pañales. El artículo genial, Mauro, como siempre. Un abrazo (por cierto me gusta la frase de Charles Chaplin de tu cabecera)

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    1. Ya retrata Serrat en la canción que acompaña a este escrito con exquisita precisión lo que es la feria para un niño. Escúchala detenidamente, te encantara. Es cierto que los años que nos separan establecen lagunas en los recuerdos aunque persistan imperturbables los pinchitos del Bar Alaska. ¡¡¡Que buenos estaban!!!. Gracias por tu consideración para con mis humildes escrituras y la frase de Chaplin es genial. Lo complicado es cumplirla. Saludos y pasa cuando desees. la puerta la tienes abierta...

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  4. Eres Genial, no dejes de escribir, un abrazo...

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    1. Supongo que esta Victiria es mi apreciada amiga Victoria, Hoy te quedaste escueta. ¿Se te estaban quemando las habichuelas?. Intentaré cumplir tu deseo. un abrazo...

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  5. Luego de casi un mes sin compu debido a problemas técnicos, recién podemos visitar a los amigos. Te imaginamos muy ocupado, volviendo a tus ritmos laborales y renovamos nuestros mejores augurios para ti y tu familia.

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