El portaba cara de chiste o mejor y,
para ser exactos, un semblante que se asemejaba, como hecho a calco, al de
Mario Moreno, más conocido como Cantinflas, celebre actor mexicano que causó
furor en las medianías del siglo XX por las tierras latinas, allende los mares, y
en la que siempre han dado en llamar, sin serlo, la madre patria. La España de
opereta que en aquellos años cuarenta todavía sangraba por los poros que
abiertos habían dejado las secuelas de la cruenta guerra civil. Volviendo al
pájaro cerero que se describía habrá que decir que era, y es, corto de
estatura, cejas asemejadas a las de los chinos, ojos vivarachos y un diminuto
bigote que coronado queda en dos tramos, a derecha e izquierda, sobre un labio
superior que apenas se otea.
Arribó por
el pueblo venido de alguna villa olvidada de por los alrededores y por el modo
de su parlar y el hacer de sus haciendas pronto pudo vislumbrar todo el que
quiso, aunque avezado no fuera, que semejante sujeto tenía, como se dice en el
pueblo, las costras de un galápago y más caras que un saco de perras gordas,
además de ser, que lo era, poco dado al asunto de amagar la cerviz y dar el
callo, mientras que muy al contrario era diestro, como los buenos toreros, en el
levantamiento del vidrio; el de los vasos que contener contuvieran cualquier
liquido bebible que agua no fuera. Así, café de mañana, si madrugar madrugaba y
de postre unas copitas de Magno; unos vasitos de tinto con el primer declinar
de la mañana, con sus consiguientes tapas que alargados quedaban en su mezcla a
la llegada del mediodía con un buen manojo de botellines, a ser posible
Cruzcampo, que ponían al susodicho, aún estando acostumbrado, más contento que
las maracas que portaba el negro Machín en su años de apogeo y fama.
No se ha
dicho que decía, por los bares y rincones, que ser era contratista de obras o
empresario constructor, aunque nunca se le adivinaran trazas ni motivos que
dieran en que pensar que dedicarse se dedicara a tan honroso menester, porque
mono no portaba, gorra de propaganda tampoco, ni vestimenta que hiciera creer y
ni siquiera pensar en que peón de albañil fuere, portando por el contrario
sobre su osamenta el traje de color marrón, pleno de brillos y usagres, que
hubo de adquirir para asistir a la boda, veinte años atrás, de su
primogénita hermana y que bien pudiera decirse que se asemejaba a un espejo por
los reflejos y fulgores que despedía cada vez que el astro rey posaba sobre la
prenda sus delicados rayos.
Ella, ella
tenía tarea. Había llegado, como a modo de recuelo, en el último estertor
procreativo de unos progenitores que pasaban con creces de la cuarentena y
cuando el empeño, en la cotidianidad de las sexuales costumbres se entiende,
que se le atribuyen al hecho de vivir emparejados empezaba a declinar, sumidas
en lo cotidiano de la costumbre. Tal vez por ello, porque añorada era su
llegada, fue recibida como el agua de abril, con parabienes y hasta bendiciones
del cura párroco del lugar que bendijo, como si de una reliquia se tratara,
aquella diminuta criatura peluda a quien envuelta entre sedas llevaron como en
volandas hasta el borde mismo de la pila bautismal. Sabía lo que se hacía, al
cura párroco me refiero, cuando entre cadencias varias y efluvios de JB bautizó
a la tierna chiquilla que al sentir el agua sobre su sensitiva cerviz hubo de
descerrajar un súbito y desgarrador grito que bien pudo asemejarse, por el tono
del timbre y su prolongada exposición, al aullido del último lobo perdido y sin
hallar en los confines perdidos de la cordillera pirenaica. Y sabía lo que se
hacía, al cura me sigo refiriendo, porque a tan sublime y eclesial celebración
le sobrevino, entre alegrías de gitanos palmeros abrazados a sus guitarras, un
largo fin de semana de celebración y éxtasis campero en el que viandas
comestibles y bebibles corrieron entre bocas y paladares en exceso y demasía,
con lo cual, sin costo y gratuitamente, llenó el buen mosén su ya prominente
barriga de todo cuanto deseó y le cupo, que hubo de ser, si tener tenemos en
cuenta el ataque inmisericorde de gota que le sobrevino después, cuantioso y
sin par alguno en los confines del pueblo y sus extramuros.
Y así, con
el pasar de los años, la que fue criatura de escuetas dimensiones fue creciendo
rodeada de todos los antojos y consentimientos que imaginarse pueda. Por ello
no fue de extrañar que, llegada a la etapa vigorosa de la vida en que
despiertan sin ser llamados los adormecidos y ocultos sentidos, hubiese de
tornarse la criatura gacela de desbocados instintos, hecho por el cual no era
de extrañar que toda una cohorte de pretendientes de baja estopa, que buscaban
vivir del cuento sin tener que dar ni golpe, hicieran como fila india a la
búsqueda de la mano de tan pretendida dama.
No hemos
dicho que el padre de la criatura era hombre anclado en los procederes y
creencias de antaño, de misa, del Opus Dei, y dueño de un almacén ferretero que
le reportaba cuantiosos beneficios y tampoco dijimos que ella, la tierna dama,
denotaba en las distancias cortas escasez de luces e inquietud de ingles.
Ellos, él y ella,
hubieron de conocerse una noche bulliciosa de fin de año entre humo de tabaco,
vapores sudorosos y los efluvios de menstruo que emanaban desde las recónditas
entrañas de la discoteca Lord Jim, al son de los compases archiconocidos del
Rockolletion, una recopilación de canciones añejas de los 60, que había puesto
nuevamente de moda un francés, Laurent Voultzy, que habría de tener con el paso
de los años corto bagaje y efímera existencia en los musiqueros asuntos y a
quien, en estos tiempos aciagos, no recuerda ni su venerable padre.
Y como bien
dice el refranero, que siempre es sabio y sienta cátedra, aquello de que Dios
los cría y ellos solos se van juntando, al igual que por los polos de un imán
atraídos hubieron de gustar, con premura, pasión y desenfreno de una noche de
amor desaforada en el asiento trasero del Simca 1000 que, con más kilómetros
que el sacrosanto baúl de Doña Concha Piquer, conducía el varonil macho. Y así,
de manera tan súbita, germinó la llama del amor en aquel par de elementos con
tal pretendida efusividad, el uso del condón era costumbre a la que el macho
integrante de la pareja tenía eterna y perenne inquina, que apenas pasados un
par de meses de tan efusivas relaciones quedose la damisela, como la burra de
Piña, preñada sin remedio ni solución.
Y como las
costumbres del no tan lejano antaño no eran las actuales de hogaño, prestos
hubieron los progenitores de aquellos amantes de Teruel desenfrenados en
preparar con prisas y sin pausas la boda de las criaturas antes de que el bombo
súbito de la preñez en ciernes adornase el perfil de la ardorosa Julieta.
Obviaremos las celebraciones que por ser hija única y tardía hubieron de tener
lugar, pero es de justicia afirmar que más famoso que las bodas de Camacho,
inmortales por obra y gracia del Quijote de Cervantes, hubo de ser el banquete
que tuvo lugar para enlazar los destinos de aquel par de afortunados pendejos.
Y como no es
cuestión de alargarnos en demasía en el relato de los hechos acontecidos,
habremos de decir que después de tan sonadas nupcias y tras el consiguiente
viaje de novios por los rincones imperecederos de la vieja Europa vino un
tiempo sublime de ardoroso amor guerrero al que ni el avance del embarazo, con
la proximidad del inminente parto, hubieron de poner mesura y freno.
De esta
manera y bendecido como si de un mesías esperado se tratara llegó el
primogénito, sobrado de pelo y llanto, al que hubieron de seguir, nos
ahorraremos detalles y pormenores, otros dos embarazos con sus partos y como a
carga y descarga con lo que en un abrir y cerrar de ojos los rincones de la
otrora plácida mansión se tornaron en un amasijo de gritos, aullidos y platos
rotos. Con el paso del tiempo, que todo lo cura o envenena, es lo que tiene el
discurrir del vivir y sus asuntos, brotaron sin antifaz las escondidas
intenciones del fogoso Cantinflas que una vez logrado con creces su preciado
objetivo hubo de darse, sin control ni mesura, al vivir al que se suelen dar
los que siempre se llamaron señoritos con la consiguiente merma en el ingente
capital del suegro, que, como buen capitalista, era roñoso y sostenía, muy a su
pesar, los gastos de farra y parranda del mencionado pájaro vicioso que no
escatimaba gastos e invitaciones en bares, casinos y casas de selectas putas y
hasta de putos, que fue a fin de cuentas lo que hubo de elevar hasta el límite
mismo de lo soportable la paciencia del sufrido suegro, que como hombre que
dijimos anclado en las rectas ideas y los procederes recios hubo de tomar, sin
dilación, prorroga ni retraso ,cartas en el asunto de manera precisa y que paso
a relatarles.
Desde
Santurce a Bilbao venía cantando, pantalones caídos y JB aguado en la mano, el
asemejado Cantinflas en los albores de un amanecer del caluroso agosto. Ya
saben ustedes, amantísimos leedores, que en esta Mancha del diablo el discurrir
de la época estival suele ser insoportable y hasta insufrible por aquello del
calor con sus ardores. Tal vez por ello, porque venía sumido en vapores de
alcohol y desmesura, hubo de encaminarse, con decisión y muy dispuesto, en
pelotas, como lo parió su madre, hacia el borde mismo de la piscina donde
otrora remojara su cuerpo de mameluco junto a su ardiente doncella lanzándose
al agua de tal manera y con tan infausta fortuna que hubo de dar un panzazo que
le arrebató de tal modo el “sentio” que incapaz fue de vislumbrar, al emerger
de las aguas, la silueta que se dibujaba, apenas aclarada por los tenues rayos
del sol venidero en las claras y transparentes aguas. Lo que a buen seguro si
escuchó, y aun recuerda, es el escopetazo que como trueno de tormenta veraniega
descerrajando la noche sonó en los albores de aquel amanecer fatídico, y más
aun habrá de tener presente el semblante enrojecido por el cabreo y la ira de
su acaudalado suegro quien, en pelotas y como vino al mundo, lo puso de patitas
en la calle, al albor de la luna que se iba y los luceros que se escondían, con
la premisa latente de que purgase sus culpas y se hiciese hombre de provecho
porque de lo contrario, así se lo dijo y juren que lo entendió, el próximo
disparo mañanero de escopeta habría de darle bien derecho entre los huevos, con
lo que eunuco sería sin haber sido castrado, aunque a tiempo, son las cosas del
amor y sus arrebatos, hubo de emerger por el balcón la defenestrada Julieta que
entre llantos y hasta amenazas suicidas consiguió que su progenitor cediese en
tan asesinas amenazas y diese otra oportunidad con propósito de enmienda a su
amantísimo esposo que desde entonces, pueden creer que es verdad, luce recto en
procederes y actos como la vara de un pino.
Dios Miiiooo, Maurito eres unico. Gracias por el buen rato, que he pasado leyendote, es una gozada hacerlo, enhorabuena, MAESTRO.
ResponderEliminarGracias Victoria, yo también te quiero, porque lo tuyo es un querer sano y sin tapujos hacia este principiante de escribidor. Uno pone sus intenciones en que aquello que va pariendo quede minimamente decente y a veces lo logra y otras quedará sin dudas en el intento. Gracias con el corazón, que a fin de cuentas es el que siente ....
EliminarMe quedo sin saber a quienes te estas refiriendo.
ResponderEliminarConforme iba leyendo tu relato se me vinieron a la cabeza tres parejas posibles que cuadraban un poco con tus descripciones, pero al finalizar de leerlo, veo que no pueden ser ninguna de las personas que yo pensaba.
Tampoco quiero yo que lo sepas, ¡jodio pavo!, aunque en privado te pueda decir que personajes pasaron por esta imaginación de posos tardios a la hora de imaginar el relato. Lo ciert es que dificilmente adivinaras quienes son porque hay algo de real y mucho de imaginario en la concepción del relato. Aunque, a buen seguro, estas en ascuas. Un abrazo, mi aprecio y sincera veneación porque,a pesar del ineludible paso del tiempo, seguimos siendo lo que siempre fuimos. Nos vemos ...
EliminarPero bueno Mauro, tú deberías dedicarte a escribir, serías un escrito de primera!
ResponderEliminarLo peor es que cobran poco hoy en día los que bien escriben amiga Ana, y con ello no quiero decir que sea un servidor integrante de tan selecto club. De cualquier manera seguire con mis pinitos. Y si suena la flauta, que no sonará, de tocarla habremos. Saludos.
EliminarJajajja, muy bueno. Dime que música te has puesto para escribir esto. Igual Javier Krahe cantando la tormenta de Brassen. Esto sí, da buen rollo. por cierto, que no me suena el individuo y es que, yo soy más "mocito" y esas cosas cuando sucedieran, a mi me pillarían de tierno infante y no guardo memoria. Luego si compartimos una "fresquita" ya me cuentas la historia completa. Un saludo, Emilio Laguna Rodero.
ResponderEliminarTe digo lo que a otros. Uno tiene su inventiva y junta , pega y coloca donde hay lo que no hubo y donde no hubo lo que haber pudo haber sido. Por ello, decirte, que algo habrá de cierto en la historia, porque en algo hube de basarme pero la inmensa totalidad de la historia es puro invento. Ya no puedo escuchar, amigo Emilio, música mientras escribo porque me despisto más que una cabra, pero el que mencionas hubiera sido genial como inspiración.Apuntate y escucha esta http://www.youtube.com/watch?v=jVCIquspzkg, que seguro que no conoces y es la leche. Podría haberme servido. hasta la próxima cerveza. Un saludo de vuelta y gracias por volver a pasar por esta posada.
ResponderEliminar