Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

viernes, 30 de marzo de 2012

Del casino, con sus cosas y sus gentes. (Versión ampliada)



   





   El Círculo del Recreo malvive enclavado en la calle donde transcurrió mi infancia. Infancia de pantalones cortos y moratones en las rodillas, de partidos de futbol en la radio los domingos por la tarde. Infancia de recuerdos ajados, imborrables y marchitos que acompañan durante toda la vida, que graba a fuego sendas y comportamientos, que inexorablemente deja posos indelebles y a veces amargos para el resto de la vida. Amargos, porque se recuerda ese tiempo como con un recuelo de nostalgia y deseo de vuelta. No por retornar a tener lo que teníamos, que era escaso, insuficiente y exiguo, sino por volver a gozar de carestía de años y achaques.

   Al Círculo del Recreo no lo conoce nadie por ese nombre. Aquello es el casino. Y con ese calificativo morirá. Para cruzar su puerta hay que ser socio y pagar la cuota. Mi padre la pagaba y estaba entre sus muros más tiempo que en su casa. Esto, pensándolo bien, es un poco exagerado, pero lo cierto es que lloviese, hiciese frio, tronase o hiciere calor, la visita diaria era obligada y necesaria para el buen funcionamiento de su organismo. A veces, solía acompañarle cuando terminaba mis cotidianos deberes y en aquel lugar, que se me antojaba maravilloso, pasé ratos placenteros, que hoy recuerdo con añoranza y melancolía. Allí conocí a los ricos hacendados del pueblo, dueños de tierras, haciendas y despóticos dominadores del destino de los que a su servicio trabajaban de sol a sol por un sueldo de miseria. También pululaba entre sus muros la maltrecha figura de Juanito Apolinar con sus dientes de oro, que saboreaba todas las noches un café solo en una taza diminuta de porcelana, cuya degustación interminable era como cuestión de una hora. Siempre tuvo fama de roñoso, aunque era un pudiente capitalista rebozado en millones de las antiguas pesetas. Vestía una gabardina de color marrón, a la que se le podían adivinar alrededor cotas, cercos y brillos provocados por la usagre que acumulaba. Tenía por costumbre dejar aquel mugriento tabardo cuidadosamente plegado sobre uno de los sillones de madera que había en el salón donde se jugaba al dominó, hasta que un alma cándida le colocó entre los pliegues un puro Farias de tamaño familiar y aquello se fue requemando hasta que se le hizo un agujero del tamaño del puño derecho de Urtain, campeón de los pesos pesados por aquellos entonces. Así, desde aquel día, Juanito tuvo que cambiar de atuendo por necesidad, por obligación y sin deseo. Todo se debió seguramente a la envidia, que corroe y es muy mala consejera y a que todo el mundo piensa que alguien harto de billetes no tiene derecho a ser tan usurero, avaro y dado a la tacañería, y tal vez a ello se deba la circunstancia de que se le coja a esta especie de animales de dos patas una manía tan visceral.

     En el casino tuvo su primer cine Antonio Laguna y contaba mi padre que en aquella sala, disfrutó más que un tonto con unas castañuelas, de películas con nombres tan rimbombantes como Sin Novedad en el Frente y A mí la Legión, filmes que debieron ser muy famosos en aquella época y que a mí siempre me dieron el tufo de sonoros castañazos. Aquel cine era pequeño, por ello hubieron de trasladarlo a un local nuevo y mejor acondicionado ya que corrían tiempos en que el séptimo arte estaba  en pleno auge y la gente iba como en manada a ver las grandes superproducciones que llegaban desde Hollywood. Imborrables en mi recuerdo perviven grandes películas como Ben-Hur, Espartaco, Quo Vadis?, Los Diez Mandamientos y otras por el estilo, cuya grandiosidad siempre me dejó maltrecho y perplejo.

     A partir de aquel momento lo que había sido sala de cine pasó a tener utilidades menos dadas a la cultura y el divertimento sobresaliendo entre ellas la de su uso como almacén de cebada, donde se amontonaban toneladas de grano que emanaban un olor ácido que enrarecía el aire, traspasando el tufo hasta la calle. Más tarde fue local donde ensayaron los grupos musicales que tanto proliferaban en aquella época en que Los Beatles se habían consagrado como un fenómeno de masas que aún subsiste en estos días. Allí ensayaban al llegar las horas nocturnas, creo yo que con la esperanza de alcanzar una efímera fama, un conjunto que se hacían  llamar The Bluman. Así, llegada la noche, el aire se embutía con las canciones de Formula V, Los Diablos, Lone Star y otros muchos que en aquellos tiempos cosechaban fama y dinero y he de suponer que Doña Josefa Hellín, directora del Colegio Público Cervantes, que vivía en la acera opuesta de aquel local dedicado a los ensayos, dormiría todas las noches como arrullada por la suave placidez de la música que flotaba en el ambiente, donde a veces sonaban acompasados en la oscuridad los boleros de Don Antonio Machín.

     Algunos sábados por la tarde, (… más bien de higos a brevas) bajábamos en familia al casino, (… como ya dijimos en otro escrito, mi padre apoyado en su garrota, mi madre muy “repeiná”, mi hermana con sus coletas y el tuerto dando saltos como un muelle) a comernos una ración de gambas a la plancha o de calamares fritos, manjar de dioses en aquel tiempo y lujo raramente permitido. Nos sentábamos en el patio, donde estaban los sillones y las mesas, y mi padre daba unas palmadas muy solemnes para que solícito  servicial y afectuoso acudiese el camarero, que  llevaba chaqueta blanca y corbata negra, atuendo este que le daba como  prestancia y empaque de película. Los domingos por la mañana mi padre me invitaba  a un chato de vermú con gaseosa, porque tenía  la convicción de que aquella milagrosa medicina abría el apetito. Yo la verdad, siempre fui un poco melindroso con el asunto de la comida. Mi madre me tenía que hacer sopillas de pan, con un trozo de chorizo encima. Era la única manera de que comiese algo.

     La tía María me hacía unos huevos crudos batidos, con vino añejo y siempre que me daba aquel brebaje, comentaba: -Tomate esto, que es de mucho alimento y estas más seco que la rabia-. Si en estos días hubiera de beber aquel reconstituyente, tendrían después que sacármelo con un cucharón, del asco que solo me da el pensarlo. Luis era el conserje del casino y  tenía malas pulgas. Era calvo, más bien rechoncho, usaba gafas de concha y poseía  una letra hermosísima, de ese tipo que tiene los caracteres picudos y de cuyos trazos siempre estuvieron orgullosos todos los que habían sido alumnos de los frailes. Yo supongo que este hombre, debía haber aprendido a escribir allí, en aquellas escuelas de enseñanzas pías y piadosas. 

      Allí enseñaron a casi todos los hijos del pueblo, (… y utilizo el masculino porque no eran tiempos en que se permitiera que los dos sexos estuviesen revueltos y mezclados), o mejor, a todo aquel que podía permitirse el lujo de ir a clase olvidándose de trabajar para ganar el sustento. Eran los tiempos en que había que luchar por subsistir y eran también, pocos los que podían aprender a leer y escribir. En las casas era necesario el poco dinero que los señores de todo y de todos pagaban a los más humildes  que trabajaban para ellos. Luis debió de ir a la escuela y de ahí su buena caligrafía. Amontonaba este hombre centenares de periódicos y revistas, en un cuarto enorme, que solía usar como despacho …para todo. Allí, alineados en inmensas pilas, estaban el Pueblo, ABC, Marca y el desaparecido Alcázar que era más de derechas que Blas Piñar, y  estaba editado por la asociación de excombatientes del Alcázar de Toledo.

     Creo que allí comenzó mi afición innata por la lectura. Leía, y releía las páginas de aquellos diarios, censurados por el régimen y le pedía a Luis montones de ellos para encender los braseros de picón, que todas las mañanas de frío invierno preparaba mi madre y que nuevamente volvía a leer lleno de gozo y satisfacción. La lectura es un hábito, que si se adquiere desde pequeño te atrapa y acompaña durante toda la vida. Los libros, arrastran desde sus páginas, hacia mundos y vivencias que de otra manera nunca se hubiesen podido conocer, ni experimentar.

       A la antesala del casino, que aun resiste inmune el paso del tiempo, le llamábamos el portalillo. Allí, organizamos durante las largas noches de invierno, brillantes veladas de boxeo, en las que participaban afamados púgiles que en aquellos años estaban en el candelero. Cassius Clay, que aún no había abrazado la ley islámica y todavía no era conocido como Mohamed Ali. Su eterno rival Joe Frazier, Oscar Ringo Bonavena, y Jose Manuel Ibar Urtaín se encarnaban en las pieles y esqueletos, frágiles en aquellos años, de Rafa  “el tortero”, Joaquín, hijo del dueño del bar, y de un servidor. También jugábamos emocionantes partidos de fútbol, donde la pelota no era esférica, sino el resultado de meter muchos paquetes de tabaco vacíos, uno dentro del otro, hasta que lográbamos una bola considerable con la que acometíamos la práctica del balompié y que tenía la odiosa vicisitud para quien ejercía la función de portero de correr el grave riesgo,(… que asco de mil demonios) de que al intentar detener la pelota arrojando el esqueleto al suelo, quedara posada su mano sobre alguno de los innumerables esputos que los “educados” señores que frecuentaban aquellas dependencias, arrojaban al suelo sin pudor ni miramiento. Eran otros tiempos. Con sus cosas y sus gentes.

 


     
                                                                                                

10 comentarios:

  1. Sopillas de pan y boxeo... ¿tú también?... me da la risa ya con tanta coincidencia.
    ¿a quién encarnabas tú campeón?... yo era de Alfredo Evangelista, claro que éste fue ya posterior, pero que coño, le aguantó 12 asaltos al musulmán, y aunque no era hijo de semen español, se las daba por España y había que estar con él.

    Es un aunténtico placer leerte porque tienes un arte escribiendo que dejaría en evidencia a muchos listos de tres carreras.

    Un abrazo y... lamento que se te acaben las vacaciones.

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  2. Sopillas de pan, con chorizo encima y un chorreonzillo de aceite de oliva, cuando se terciaba y se podía. Evangelista vino después. Hablo de aquellos años en los que se enfrentaban Clay y Frazzier a cara de perro. Entonces, en el mencionado habitáculo del casino, con un frio que helaba huesos y entendederas, disputábamos interminables peleas en las que a veces afloraba algún labio partido y en las que anotabamos los resultados de cada asalto sobre el vaho de nuestro aliento, escrito en el cristal de un ropero abandonado que por que allí se encontraba. Gracias por leer estos recuerdos Manolo, que afloran con cuentagotas pero van llegando poquito a poco. Ya me va entrando la depre post-vacacional, aunque estando como está el patio es de agradecer que aun tenga este pobre mortal ocupación con la que seguir viviendo. Un abrazo de vuelta y a ver si se me ocurre pronto otra nueva carta para enviar a su merced.

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  3. Del casino siempre me fascinó su plaquita de piedra con el año grabado (1890), el aire de edificio señorial a lo decimonónico y la cartela en conmemoración de D. Máximo Laguna y Villanueva, que aún se puede contemplar encima de la actual. La verdad es que mi generación no disfrutó del círculo de recreo, que estaba revestido entonces de un aura mistérica de visones caros, partidas infinitas de julepe, dineros contantes y sonantes sobre la mesa y reniegos. Imagino que muchas de esas cosas eran pura mitología, porque ciertos lugares de la localidad se cubrían de ella y acrecentaban, en nuestra mente juvenil, su leyenda. Por ejemplo, otro de esos sitios que siempre me fascinó por lo mucho que se contaba de él era el 14. Cuando entré por vez primera poco más que esperaba ver allí sentado a Bakunin o kropotkin echándose unos dados con el Chinche... Luego, cuando mi padre o los socios del casino me contaban lo del periódico o lo del billar, aquello me parecía a mí el colmo de la sofisticación.
    Muy buen artículo Mauro.

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    1. En la época que rememoro en este escrito ni televisión había en la mayoría de los hogares. Por ello era habitual que para visionar los partidos del Real Madrid y de la selección española(... en la que jugaba de portero Iribar), se reuniese una amalgama de gente en el patio del casino a disfrutar del acontecimiento en un televisor Optimus en blanco y negro, en el que también se seguían los devenires pugilisticos de Urtaín campeón de los pesados, ya que el boxeo estaba muy en boga en aquella época. No creas que hay tanta mitología en lo que dices. En el casino se montaban unas timbas de padre y muy señor mío y aún hay mortales que pueden aseverar que les daban las cinco y con sol jugandose los cuartos. De hecho su decadencia se acrecentó desde el momento en que el juego se prohibió y con el, los cuantiosos beneficios que generaba, Desde entonces es un enfermo terminal que subsiste a duras penas. También es verdad que el concepto de casino como lugar exclusivo de unos cuantos es algo que pasó a la historia. Saludos Daniel.

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  4. Mangines: MUY FELICES PASCUAS ! Y si son nevadas, mejor! Felicitaciones por estos recuerdos atesorados por ti, que son parte de tu identidad. Tu misma vida!
    Cordiales saludos.
    Beatriz Basenji.

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    1. Pues nevó Beatriz. Apenas dos semanas antes de tan penitenciales fechas, cosa poco usual en tan avanzadas fechas por estos lugares. Como bien dices estos recuerdos y reflexiones forman parte de mi esencia y si no fuera porque un servidor es de memoria exigua habría muchos mas relatos que sacar del zurrón. Un abrazo y gracias una vez más por pararte en mis andenes.

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  5. Solo a modo de una rápida contestación, y sobre todo a Daniel, no es todo ciencia ficción lo que se cuenta del Casino, yo lo viví y puedo dar fe de ello, pero tiempo espero tener para -como le dije a Mauro- relatar mis vivencias en tan peculiar sitio.

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    1. Ya estas tardando, amigo Pepe, en sacar de tu chistera esos relatos que a buen seguro me habrán de emocionar, conociendo como he conocido tan entrañables rincones. Manos pues a la obra. Un saludo.

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  6. Yo sí he conocido el cine del casino. Los domingos era asidua a la sesión de las 5. Eso sí a "gallinero". Y creo recordar, que después de desaparecido el cine, sirvió en los carnavales de baile,o era un salón aparte??? Aquí me pierdo... Mi madre estuvo allí en el "ropero" durante los días que duraba el carnaval. Tengo un vago recuerdo... si alguien me lo puede aclarar...
    Gracias Mauro por tus entrañables relatos.
    Un saludo

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    1. El cine sirvió para infinitos usos, ( almacén, local de ensayos, sala de juegos), pero no recuerdo lo del salón de baile. Aunque es posible que lleves razón. Yo recuerdo en el ropero a misma mujer que hacía las labores de limpieza en el local.Gracias por leer estas homilias. Vuestro aliento me ayuda a continuar con la labor. Un abrazo.

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