Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

miércoles, 20 de febrero de 2013

El 23-F o los tiesos bigotes de Tejero ...


    

     



   El 23 de febrero de 1981 a las 18,22 pm, o lo que es igual, después de comernos los garbanzos, estábamos en la destartalada casa de mi infancia, al abrigo del brasero de carbón que provocaba el tufo con sus vómitos, mareos y unas cabrillas en las piernas que picaban como avispas en el mes de Julio, mi amigo Gregorio Márquez Marín, más conocido por estos lugares como “El Pavo”, apodo ilustre que arrastran él y toda su estirpe y un servidor de ustedes, amigos y amigas del alma, matando el tiempo o mejor como dejándolo pasar, a ver si se quedaba congelado como las plantas de nuestros pies. Pies que por aquel tiempo y al igual que ahora, en esta época presente, poco andaban, al menos en ocupación concreta, pues la sangría del paro también agitaba, como siempre, los cimientos de la madre patria.

     Absortos y como idos por el frío o por las pocas haciendas, cierto es que dormitábamos escuchando en el casete Sanyo que José Zabala había traído de los decomisos madrileños la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotélo como presidente del gobierno de las Españas. Y fue entonces, en el momento en que iba a emitir su voto el diputado socialista Manuel Núñez Encabo, cuando un tropel de Guardias Civiles como salidos de La Escopeta Nacional del gran Berlanga entraron a saco en el Congreso al mando de un elemento de tiesos bigotes que respondía al nombre de Antonio Tejero, que dirigiéndose a la tribuna, para sorna, pasmo y sorpresa del mundo entero que una vez más visionaba, esta vez en directo y con taquígrafos, como las gastamos los españolitos cuando vamos por las bravas para nuestra propia vergüenza y escarnio, dijo con un par de huevos la archiconocida frase del ¡Quieto todo el mundo!, dando orden de que todo Cristo viviente que en el hemiciclo hubiera se tirara al suelo, soltando un tiro al aire con su reglamentaria pistola para reafirmar su petición; tiro al que siguieron ráfagas de subfusiles de los asaltantes ante las que solo quedaron imperturbables y en sus sitios, a los demás les debió entrar hasta diarrea, el general Gutiérrez Mellado, el presidente Suárez y el diputado comunista Santiago Carrillo, quien con más costras que los galápagos debió pensar que ya estaba bien de doblar la testuz ante tanto salvador improvisado de la patria. 

   A los dos bichos antes mencionados, el Pavo y un servidor, no les hizo falta escuchar el sonido de la balacera para saltar impulsados de la silla como si de golpe e improviso hubieran metido bajo su culo cien kilos de hierros candentes. Bastó que uno, el plumífero antes dicho, a quien sus incisivos centrales prominentes de por vida debieronle acentuarse, pensara para sus adentros que más pronto que tarde había de partir hacia el obligado cumplimiento de los militares servicios para con nuestra querida España y jodido había de ser, se le antojaba, hacerlo en tan guerreras condiciones y al otro, este pobre escribidor, se le incrustó en cuerpo y alma una depresión que bien pudo ser de por vida al pensar que después de librarse de la mili por cegato y miope, hecho este que fue motivo para él y sus allegados de alegría inusitada, hubiera de verse, por culpa de un descerebrado gilipollas, corriendo de mata en mata y pegando tiros, sin ton ni son y a diestro y siniestro.

     En estas y al grito del “ya está liá otra vez”, llegó desde el casino, que como ustedes  saben estaba y está justo enfrente de la morada de mi infancia, mi padre con su garrota, apuntando y refiriendo como   se empezaban a escuchar voces y hasta vítores en el Circulo del Recreo que exultantes clamaban a favor de los cojones de aquel energúmeno que capaz habría de ser de poner a tanto politicastro de tres al cuarto y variados seguidores del rojerío en su debido lugar que podía encontrarse de nuevo partiendo como antaño al México lindo o abatido a tiros en las tapias del cementerio. No les engaño si les cuento, ahora me consta con certeza, que hubo miembros del antiguo Somaten, que para quien lo ignore era una institución de carácter parapolicial  desaparecida durante la republica y que Franco reorganizó en 1945 con la finalidad principal de colaborar con la Guardia Civil en la tarea de combatir a los maquis y las organizaciones obreras clandestinas, que prestos se dirigieron al cuartel, con la pistola reglamentaria en el bolsillo y la delirante ilusión de darle de nuevo gusto al gatillo, placer que para bien se quedó en agua de borrajas cuando el responsable del acuartelamiento mandó que se fueran por donde habían venido.

     Recuperados de la sorpresa o al menos preparados y predispuestos para lo que caer cayera decidimos, con los aspavientos en contra de la progenitora de mis días que siempre fue mujer a la mínima exaltada, salir los dos camaradas mencionados a tomar el pulso de la calle o mejor a echar unos chatos por los bares que es donde siempre se cuecen a buen fuego los asuntos de importancia. Así, coincidimos en algún lugar que bien no recuerdo con Goya que dadas sus conocidas inclinaciones izquierdosas ya pensaba en hacer las maletas para salir cagando leches a la Rusia de los zares y algún otro que mi memoria no recuerda y que acojonado estaba.

    Y anduvimos por los bares, costumbre sana, diurética y beneficiosa para la salud en estos quijotescos lugares y a buen seguro que hubimos de comer hasta patatas cocidas en el buen Bar del Membrillo, sardinas fritas en El Conductor de Mauricio y en El Botas coreanos, que era la tapa estrella, sin olvidar la coliflor rebozada de Luis, hasta que con el canto de los grillos, cosa rara por febrero, regresé a la morada de los fríos sita en la calle de Don Máximo Laguna.

     He obviado el decir y es cuestión de vital importancia que pasada la primera media hora del asalto al Congreso en que Pedro Francisco Martín, operador de Televisión Española estuvo grabando todo lo que acontecía, la música militar invadió las emisoras de radio, con la única salvedad de la Cadena Ser que continuó emitiendo durante lo que se vino a llamar “la noche de los transistores”.

     Así fue como sentado en la mesa camilla que había en el desangelado comedor de aquella lóbrega mansión, con mi padre a un lado viviendo entre mares de incertidumbre y mi madre bostezando en el contrario, mi hermana con sus coletas debía de estar de siete sueños, asistimos absortos al discurso que el Rey de tan vasto imperio pronunció, irresoluto y vacilante, a eso de la una y catorce minutos del recién nacido 24 de febrero, vestido con uniforme de Capitán General de los ejércitos, ejércitos que por aquellos entonces se pasaban sus mandatos por el mismísimo forro, para ubicarse frente a los golpistas, defendiendo la Constitución Española. Hubieron de decir después que desde ese justo momento el golpe, una clamorosa chapuza que hubo de avergonzarnos más a la vista del mundo entero, había fracasado.

    Pero es cierto y por ello lo cuento, que este escribidor de poca monta, con sus diecinueve años a cuestas, pasó la noche con el oído pegado al anteriormente mencionado radiocasete y también es verdad y sobre la Sagrada Biblia podría jurarlo, puesto que aún existe, que como prueba de aquella vigilia quedó una grabación casera, hecha al minuto y grabada en una cinta TUDOR de las que vendía Manolito en su tienda de electrodomésticos  sita en la calle Real y en la que quedó constancia de las idas y venidas, de los unos y los otros, durante aquella madrugada interminable que bien pudo conducirnos de nuevo hasta las cavernas, hacia el fondo negro del pozo en que se adivina el oloroso culo del mundo.

 

 


    
      

viernes, 1 de febrero de 2013

De aquellos circuitos amorosos...



     



     

   Hablaremos esta vez de aves exentas de pluma. De los varones que como pollos descabezados parecían ir sin rumbo tras el rastro que dejaban las hembras que, cual avestruces de cuello erguido, portaban sus reales por el circuito amoroso ubicado en la calle Real o de Cervantes aquellos años, en los que antes de ser un saltimbanqui titiritero, a este púber adolescente le inundaban el ser calores infinitos y pasmos que traducidos quedaban en espasmos en el solitario hacer de los placeres solitarios. Aquellos que el padre Jorge Loring Miró, jesuita nacido en Barcelona el 30 de septiembre de 1921, describe y demoniza con todo lujo de detalles en su exitoso libro Para Salvarte, que en edición con cubierta roja para los ardorosos varones y en verde para las candorosas damas, lleva vendidos más de un millón de ejemplares a lo largo y ancho del mundo mundial. Les recomiendo que en versión PDF lo descarguen, (no vale la pena que lo compren pues poder podría darles un infarto y señalar a este pobre hacedor de escritos como el causante de tan fatal desenlace), porque así lo permite el presbítero mencionado, para su posterior disfrute y deleite. Habrán de espantarse al observar las conclusiones a las que llega el citado cuando asevera que las practicas masturbatorias conducen a la obsesión y locura sin remisión, (¡donde habrían de estar múltiples y variopintos bichos de dos patas si así fuera!) que el sobeteo durante la práctica de actividad tan liviana como el baile es síntoma de lascivos y lujuriosos tarambanas, y en fin, que quieren que les diga, descubran a tan excelso sujeto por ustedes mismos y después me cuentan el resultado.

   Digamos, volviendo al relato, que había un tramo corto y como más apresurado. Aquel que comprendía el recorrido que iba desde el antiguo cine del Patito hasta la añeja tienda de Amando, Ya imagina este escribidor que una cantidad ingente de jóvenes lectores se deben haber quedado como en trance y faltos de recursos cuando mencionar he mencionado aquel comercio perdido entre las brumas del recuerdo. Por ello, refrescar he de refrescarles la memoria para decirles y aclararles que este bazar de zapatos y complementos varios relacionados con el digno hacer de la zapatería, estaba en lo que en estos días de miseria es la sucursal en el pueblo de la Caja de Castilla La Mancha y antes fue el estudio fotográfico del valdepeñero Navarrete. Por cierto, ¿recuerdan, amigos y amigas míos, la odiosa profesionalidad del referido? Cuando entrabas en el vetusto estudio que regentaba, el tiempo se detenía, parecía que las horas no pasaban y que el ambiente dormía en un profundo sopor de espesura cansina, mientras con la mejor intención y en la honrosa tarea de cumplir a rajatabla con la esencia del oficio, aquel buen hombre se deshacía en un mar de peticiones, poses y posturas, que bien podían elevar a creer a quien fotografiado resultaba que era modelo de alto copete siendo churriego de menguada hacienda.

   También podía verse alargado el aludido circuito hasta el jardín sin flores de la escuela del Jardinillo encaminando los pasos hacia el sur o hacia el puentecillo del Llano si se perdían sin rumbo buscando el norte. Y era allí, a partir de aquel lugar clavado como divisa al fuego, donde estaba el límite de lo pasable, donde se encendían las pasiones y se desbocaba el instinto que, al igual que a toros bravos en busca de los chiqueros, conducía sin remisión hasta la oscurana del paseo del cementerio, donde a la vez machos y hembras, parejos y de la mano, daban rienda suelta a la pasión con tal fogosidad y apasionamiento, que poco importaba ya, llegados a tales extremos, el temor implícito a posibles apariciones, dada la cercanía del camposanto, de fantasmas llegados de la ultratumba o del progenitor, más terrenal y palpable, de la Julieta de turno, que bien pudiera, sin previo aviso, molerle a palos las costillas al fogoso Romeo pretendiente.

  No duden que eran tiempos de muy variados comportamientos, unos aún anclados en la época pretérita que se había vivido y otros abrazados al nuevo periodo que se abría con el final del dictador y la sombra de su bota. Por ello no resultaba todo tan condescendiente y liviano como en estos días de pase por la entrepierna y es por eso que pasar el límite descrito era síntoma de catástrofe, lucubración y comentario que tildar podía al masculino integrante del dueto de macho con dos pares de cojones y a la fémina componente, que tiempos de imperdonable machismo, de calentorra y dada sin desmesura al arte del metemanos.

   Entretanto, los que con menos ardores vivían, se afanaban en el rito ancestral de perseguir a la dama pretendida  que acompañada iba, y a veces hasta cogida del brazo, de amiga de confianza o hermana de mayor edad y conocimiento, por lo general mas fea y de menos grácil compostura, qué amargaba la vida al pretendiente y tenía la misión encomendada de referir, una vez llegadas ambas al calor  amistoso del brasero de la casa, los devaneos del candidato demandante y la hechura con que había aguantado la pretendida los envites del solícito macho.

   Así, emperifollados ellos con el atuendo de los domingos, por lo general escaso y hasta ridículo, que descansaba durante toda la semana envuelto en el fondo del baúl entre bolas de alcanfor, luciendo la tez afeitada horas antes en las insignes barberías de Sales Cordoba o Angelito “El Cabezón”, peinadas ellas sus testas sublimes en las peluquerías de Belén y la María, oliendo a colonia del Varón Dandy, olor que quedaba difuminado al llegar a la intersección que en la calle del Cura formaba la mezcla a refrito pestilente que emanaba del Bar de La Campana, la tasca del Botas, el chamizo de Mauricio y la bocacha inmunda del Cine de Cervantes la vida pasaba y el tiempo, ese que con los años se nos va tornando escaso, discurría sin pausa, sin otro menester que no fuera esperar un nuevo día para seguir viviendo y otro inédito amanecer para disfrutarlo.