Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

miércoles, 26 de septiembre de 2012

A la santa, en día de boda.

 


   El día que me casé, ¡que guapa iba la santa!, portaba sobre las napias unas gafas de tan considerables dimensiones que hubieron de ser y aun son motivo de cachondeo. Que vamos hacer si eran tiempos en que la moda con sus estilos diseñaba antiparras de amplia holgura que superpuestas en las narices parecían los anteojos que calza Bartolo, personaje que encarnado por José Mota, nacido en Montiel y manchego hasta la médula, hace las delicias de mi vástago primogénito y de su hermana la infanta.

   Más no habrá de ser este el hilo que de argumento al presente relato, sino más bien el referido al berrinche y desasosiego que sufrió la santa en tan señalado día, por el hecho acaecido de que pareciera que San Pedro, en un arranque de mala leche, hubiera abierto las compuertas que detienen el agua en el cielo para soltarla de golpe y sin control, sin remisión ni remedio, sobre las cabezas de quienes habíamos de ir a la boda con su banquete.

   Haciendo historia diré, que ya entreveía algo, cuando puesta la fecha a tan señalado evento, veintiséis de septiembre del mil novecientos noventa y dos, empezó a musitar, por lo bajo y como en plegaria, aquello del “que no me pase a mí como a mi madre y abuela”, haciéndose tan pertinaz y repetitiva que hube de insistir para que me contara las razones de tal premonición, que no eran otras que las que venían a decir que el día del enlace de las anteriormente citadas hubo de llover más que cuando se casó Neo. Añadámosle a esto el hecho de que le dio por otra tabarra con su monserga y les cuento. Ya saben ustedes, queridas y queridos míos, por lo contado en anteriores escritos que un servidor fue dado en sus juveniles años a la composición de murgas y letrillas, motivo por el cual la santa en un despliegue de intuición y lucidez, me incitó o mejor decir ordenó, que en lugar de la usual invitación de boda, cosa muy vista y manoseada, me sacase de la manga exprimiéndome el intelecto unas coplillas, eso sí, (…buena es la perrilla “pa” ir de caza,), originales, “que cualquier cosa no vale”, para invitar al festín a familiares y amigos.

   Ya les he dicho la fecha del acontecimiento, año que recordaran de muy patrias celebraciones como las Olimpiadas de Barcelona y Exposición Universal de Sevilla, con lo cual y a diferencia de estos tiempos nefastos había trabajo a manta en mi camarero oficio y es por ello que les juro si hace falta sobre la Biblia, que poco faltó para que entre moros de Marruecos, alemanes cabeza perro, gabachos del país vecino y composiciones varias, no diera en reventar como el lagarto del Viso.

    Y fue por ello, prometo que fue por ello, por el hecho de que la santa estaba genéticamente predestinada a servir como imán atrayendo a las nubes y porque este servidor de ustedes incitó sin remisión a los dioses de la lluvia al componer una letra que decía:” ya pueda nevar o llueva, con la venia del alcalde, el cura nos casará, a las siete de la tarde”, por lo que el cielo abrió sus puertas muy de mañana y empezó a caer un aguacero pertinaz, mientras un horizonte de plomo se columbraba de Norte a Sur y de Este a Oeste.

  Con premura arranqué mi Seat 127, desconchado y salpicado de bullones,  y me dirigí a la casa de la novia, que sigue siendo la de mis suegros y encontrándola envuelta en un mar de llanto la hube de consolar diciendo: “no te preocupes, si no vamos en coche lo hacemos en barco”, motivo por el cual casi firmé el divorcio antes de estar desposado. En estas estábamos, cuando hubo de aparecer, porque por allí andaba, el primo Pablo, hijo el pueblo emigrado a las catalanas tierras y que siempre que nos visita lo hace portando sus utensilios de barbero, ofreciéndose solícito y servicial, mientras amainaba el temporal, a dejarme el pellejo impoluto y la cara sin barba. Ya hube de advertirle, intuyendo la que se avecinaba, que uno es de piel muy sensible, delicada y dada al sarpullido y la erupción cutánea, hecho este que no frenó sus ansias de meterme mano, en el barbero decir de la palabra, por lo que presto desenvainó la navaja barbera y después de múltiples friegas de masaje Floid acometió la faena que una vez terminada me dejó la piel como el culo de mis dos hijos cuando tenían tres meses, de no ser porque fue y pasó, que pasados unos minutos el semblante empezó a enrojecerse asimilándose a una paella hirviendo y dando la impresión de que en vez de maquillaje me había frotado la tez con dos kilos de pimentón de La Vera.

  Y no piensen amigos que cedió ni un ápice la caída durante el día de tan líquido elemento. Muy al contrario, con el paso de las horas, se incrementó su fluidez hasta límites inaguantables, que hubieron de hacer e hicieron, que ambos contrayentes no tengamos ni una sola foto en exterior de tan señalado momento. Y no acabó aquí la cosa. Terminada la boda y dispuestos a partir en autobús hasta la bella Italia, las nubes de la discordia nos siguieron, como apache en las praderas, por doquiera que anduvimos. Así supimos muy de cerca como llueve en Roma, Venecia o Florencia y les puedo aseverar, rotunda y categóricamente, que es “pabajo, como en tos sitios”. Solo cabe esperar que si en las bodas de plata nos vamos de crucero como desea la santa, no desatemos el furor de algún huracán perdido que presto venga a nuestro encuentro, bien sea desde Las Azores o la costa del Pacífico.

 

     
    

   Me vino a la mente este escrito porque hoy se cumplen veinte años de tan señalado día. Y aunque Gardel en su tango asegure que nos son nada, yo pienso que dan para mucho. Para tanto que ya tenemos, y eso que no corrimos para encargarlos, la santa y su servidor, al vástago primogénito con sus 17 años y a la infanta de los lloros que arrastra sus trece a cuestas.

     Para Carmen, con quien llevo compartiendo toda una vida, es este relato del recuerdo que habré de acompañar y acompaño con una sencilla poesía que hube de regalarle algún día.

          

POEMA DE AMOR EN EL ÚLTIMO DIA

Al final del camino, en el último segundo

cuando la ola de la muerte me envuelva

arrastrándome hasta el fondo de los mares,

quiero encontrarte en las profundidades

plenas de algas, nenúfares y sirenas

y allí, vigilados por Neptuno y su tridente

darte mi último adiós, con lágrimas en los ojos.

Me costará partir y abandonarte,

me aferraré al último eslabón de la existencia

y lentamente, deteniendo el tiempo que me quede

miraré tus ojos, besaré tu boca, palparé tu vientre.

Y lo retendré todo, como el más preciado tesoro

en algún rincón de la mente y la memoria

para añorarte siempre, amada mía.  

 

 

  

                 



viernes, 14 de septiembre de 2012

Que nadie me robe el día

                     

     

      A veces la adversidad rompe los esquemas destrozandonos la vida. Los pájaros negros vuelven a revolotear y nubes negras se otean de nuevo  en el horizonte. Y es entonces cuando bálsamos como la voz de Paco Ibañez, cantando Palabras para Julia, resultan curativos para los males del alma…..


                                                    Que nadie me robe el día
         ni la luz, ni mi sosiego,
         ni mis ratos charlatanes
         regados de vino.
         No los robéis, que los quiero.

         Que no se lleven la vida
         que siento dentro, muy dentro.
         No me ofrezcáis grandes cosas,
         no me abruméis con conceptos
         aprendidos y concretos.
         No me los deis, los detesto. 




sábado, 1 de septiembre de 2012

Tratado de urbanidad.


 Vivimos una época convulsa. Un tiempo en el que los valores supremos de las personas caminan arrojados entre sombras a la porqueriza. Hoy en día, hablar de decoro y honestidad es síntoma de tontos, materia que lleva aparejado el hecho de ser tildado de imbécil. A un servidor de ustedes, queridos y queridas míos, le importa un rábano lo que puedan pensar estas mentes lúcidas que hoy caminan por la madre tierra abanderando la doctrina, convertida en creencia, de que la imposición de la fuerza y el tributo al poderío son la única Biblia a seguir, el camino que todos hemos de recorrer. Desde aquí vaticino, como dijo Salvador Allende, que más pronto que tarde se abrirán nuevamente las alamedas y un viento fresco recorrerá los rincones apestados de este mundo de vergüenza. Nada nuevo hay bajo el sol; ninguna novedad es que los de siempre, aprovechen las coyunturas de los aciagos días que vivimos para aplastar, imponer y masacrar. Por ello, desde mi pobre factoría de escritos quiero reivindicar valores esenciales, bienes sin costo que parecen haberse perdido.

 

   Sería un buen síntoma que cualquier día, al despertarnos el reloj como canto de gallo en la mañana, no lo apagásemos de mala leche. Sería bueno también que por la mente no asomase la desgana y la desidia al enfrentarnos al quehacer cotidiano. Estaría de perlas, que los unos y las otras caminásemos al romper la alborada por la calle con el andar resuelto y en buena sintonía y que el tendero no engañase a las Marías. Que Juan apreciase a Pedro y viceversa y que ambos entrasen tranquilos al bar sin temer encontrarse con José, a quien repudian y odian desde hace años por una disputa banal que jamás condujo a nada.

     Por ello, sería también un buen detalle que Juan, Pedro y José diesen su brazo a torcer y un buen día se fundiesen en un abrazo y lo celebraran con unas cañas de cerveza, para que todo quedase en agua, en agua de arroyo que se lleva el olvido. Sería bueno también, curativo y saludable, que se pudiera servir a quien sirvió y que, en contrapartida, se pudiera pedir a quien en tiempos pidió. Por ello sería de agradecer, de premiar y gratificar, que todo fuese limpio y como está dispuesto, que estuviesen siempre presentes la buena conciencia, el sentido común, el buen hacer y la prudencia y que hiciésemos de todas las palabras de Serrat, que todo sea como está mandado y que nadie mande. Y también sería bueno, sin espantarnos por ello, no llamarle al blanco negro y al negro blanco, andar por la vida sintiéndonos útiles y serviciales, aun deseando, que por unas horas o por unos días la parte ancha del embudo fuese para el que sufre la estrecha y la estrecha para aquellos, que sin mesura disfrutan de la ancha. Sería por último deseable, citando de nuevo a Serrat, todo un detalle, todo un síntoma de urbanidad que no perdiesen siempre los mismos y que heredasen de una vez los desheredados.