Como mandamientos:

Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión. Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve y la vida es mucho para ser insignificante.
Charles Chaplin

A veces uno sabe de que lado estar simplemente viendo los que están del otro lado.
Leonard Cohen

sábado, 6 de agosto de 2022

Correr los postigos




  He corrido de nuevo los postigos y he vuelto a abrir la puerta del recuerdo para encontrarme otra vez con la ilusión que inundaba mi ser cada vez que la feria del pueblo se acercaba. Era entonces el momento de escudriñar en los recovecos escondidos de la infame casa de mi infancia para buscar los exiguos ahorros que ocultos tenía por temor a que no se bien quien me los robara. Y he ahí que después de, cual contable de banco antiguo, darle decenas de vueltas a las monedas de perra gorda, céntimo y peseta entre mis manos, llegaba a la conclusión de que cortos habrían de ser mis placeres si estos se limitaban a lo que pudiera disfrutar con el gasto de tan parco tesoro. Llegado pues era el momento de, con artimañas y demás arrumacos, conseguir incrementar la cuantía del asunto con la aportación que pudieran hacer padres, tías , abuelo y demás parentela. Con la de las tías complicado lo tenía porque una, que no lo era pero así la llamaba, era de ser mucho del puño cerrao y la otra, que si lo era, ganaba un sueldo escaso trabajando unas horas en la limpieza del juzgado. Y del abuelo Santiaguillo poco se podía esperar porque, amén de ser más agarrao que un chotis, nada podía aportar a la causa con la pírrica pensión de que “disfrutaba” después de que el “apreciado” señor para el que hubo de trabajar buena parte de su vida jamás hubiera cotizado un puñetero duro por él. Por todo ello, y con estos mimbres para hacer el cesto, siempre había de encomendarme a los ángeles custodios que hay en el cielo clamándoles, sin ningún tipo de rogatoria, en el afán de que intercediesen, ante quien falta hiciera, para que a mis padres se les ablandase el corazón y me diesen una buena paga. Y he de reconocer ahora, con el pasar sentencioso de los años, que hacían los pobres míos más de lo que podían en el intento de que pudiese pasar su vástago primogénito una feria medio decente.

   Y así, llegado el día de la inauguración, se encaminaba este que les escribe hacia el ferial con la parte correspondiente a esa jornada bien guarnecida en la cartera. La de las que habrían de seguir quedaba a buen recaudo entre uno de los libros que tenía en el estante del dormitorio, no fuera a ser que la  perdiese y me quedase el primer día a la luna de Valencia que fue lo que me pasó en una ocasión en la que, después de echar unos viajes en los coches eléctricos, me di cuenta de que había perdido la cartera, y al volver como una bala, en un intento vano de recuperación, hube de encontrarme con el semblante sorprendido de un par de conocidos (… ellos saben bien quien son), que dijeron no haberse encontrado nada aunque ya llevaban los hurtados cuartos en el bolsillo, motivo por el cual aquella noche hube de  beber agua de la fuente que había en la puerta del parque mientras veía subir a mis amigos en las sillas voladoras.

   Por lo demás, el “tesoro” que lograba reunir se esfumaba, año tras año en las casetas de tiro que adornaban la parte derecha del Parque Municipal, entonces de Sales Córdoba, en las que comprábamos, creo recordar que a una peseta la unidad, los plomos (… después los prohibieron y los cambiaron por corchos quitándole toda la salsa al asunto), con los que acometíamos el derribo, una vez introducidos en las escopetillas, de los primeros cigarrillos cuyo humo habríamos de inhalar y que respondían al conocido nombre entre otros, y que bien recordarán los que ya tienen unos años, de Sombra, Bonanza, Mencey, Piper, este era amentolado, y sobre todo Palmitas que, con su envoltorio negro y extremada longitud, era el trofeo preciado por todos. También podías tirarle a los muñecos de peluche más horrorosos que he visto en mi vida, a diminutas botellas de licor que en el presente serían motivo de colección y a llaveros, entre una infinita amalgama de trastos de dudosa calidad, que hacían las delicias de quienes, emperrados en tronchar a plomazos los palillos de mondar dientes que los sostenían, se dejaban la paga que días antes habían ganado tronchándose la espalda mientras ponían a secar las tejas en los patios de las tejeras que había, por referirme a algunas, a la vera del paseo del cementerio.

   Y, como hoy les estoy hablando de mis primeras ferias de muchacho, no traeré hasta el presente bares y otros lugares, entre ellos el Alaska, tan bellos para “conversar” y que se supone, y solo lo habrán de suponer, que no estaba aún en edad de visitar. Si les diré que el resto de los monises se esfumaban en churros, porciones de coco y turrón plagadas por las defecaciones de las decenas de moscas que pululaban a su alrededor, las nubes de algodón que ídem de lo mismo, en el trenillo de la bruja (… que se asemejaba a Rod Steward) y en los artilugios que artesanalmente, con premios que casi siempre eran tabaco, se inventaba el Chinito muy hábilmente para sacarnos los cuartos.

   He intentado revivir de nuevo un tiempo que, sin que me quepan dudas, se fue para no volver. Hoy, y no se bien si es mejor o peor, aunque lo intuyo, la vida con sus vericuetos transcurre por muy distintos derroteros y aquello que añoramos, seguramente, sería complicado de digerir por los tiernos infantes del presente. Con el deseo de que disfruten estas fiestas con alegría, salud y felicidad reciban un cordial saludo de este paisano que les aprecia.





 


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