Intentare contar en este apartado de cuentos y chismes
lo que a bien sea y pueda recordar de aquel devenir de gratos sinsabores. Para
ello, amables lectores, apelando una vez más a la salvaguarda de mi escueta
memoria habré de pedir que por carta, telegrama, telefónica llamada, fax o algo
tan novedoso como eso que llaman email y un servidor denomina Emilio, me hagan
saber los que a mi lado compartieron tan gratos acontecimientos, anécdotas,
vivencias y hechos acontecidos que iluminen la gris materia de mi sesera.
Apelo para ello a la sabiduría y buen hacer de mi
amigo José Testón, que con probadas dotes de maestro comenzó está historia por
su final y le insto a que retome la misma por el principio, que el escribidor
desconoce, mientras él y su querida hermana la vivieron en sus carnes. Me
refiero al estreno triunfal de Los Palomos, obra de Alfonso Paso, con la que
levantaron el telón de un sueño, el del principio de las andanzas del afamado y
aplaudido GRUPO TEATRAL MUDELA, y con la que, si el vago recuerdo no me
traiciona, llegaron a actuar en el prestigioso Corral de Comedias de Almagro,
cuna de artistas y compañías, lugar sagrado para el arte de Talía.
Momento es llegado de empezar y dar comienzo a
esta crónica titiritera, para decir y dejar constancia de que la primera obra
estrenada en el renacido peregrinar del GRUPO MUDELA fueron Los Buenos Días
Perdidos, original de Antonio Gala, que había sido estrenada con vítores y
éxito en el Teatro Lara de Madrid un 10 de Octubre del año de gracia de 1972.
Hemos de decir, en honor a la verdad, que el elenco de actores de los que
disponía el desharrapado grupo era escaso. Corrían tiempos en los que mili,
estudios y asuntos varios habían desperdigado y esparcido a los actores y
actrices por diversos lugares del suelo patrio; por ello se hubo de buscar obra
de pocos personajes y la nombrada vino como anillo al dedo, ya que solo
constaba de cuatro papeles de vital importancia, uno como de paso y volandero,
y de un pájaro, que, por aquello del cuidado, manutención y subsistencia,
disecado estaba en una jaula.
Digo pues, y dicho queda, que como a trancas y
barrancas, con episodios varios, la obra avanzó y se fue fraguando bajo la
dirección, es un decir y por llamarlo de algún modo, de Juan Galván alias
“Jaito”, que Dios tenga en buen lugar, quien triplicando en años y zorrerías a
los comediantes antes mencionados, elegido fue por mayoría y aplastante quórum,
director del proyecto y conductor de la nave, aun a costa de aseverar ante
cualquier compungido actor o actriz, si llegaba el caso, que perdido se hallara
en sus dotes interpretativas y que como a modo de plegaria interpelaba a su
sabiduría para salir del atasco, aquello del “ a esto hay que dale, hay
que dale”, como única solución y remedio.
Aun así, con ratos buenos y malos, el proyecto vio la luz y se estrenó un 21 de Agosto del 1984 a las nueve y media de la noche, en las postrimerías de un verano que debió ser, ya no me acuerdo, como todos los de esta manchega tierra, caluroso y demencial. Con un lleno a reventar, en el vetusto salón de la susodicha casa, donde toses, sudores, humo de cigarros y efluvios varios se mezclaban en el aire llenándolo de variados olores y tufos, entre vítores y aplausos hicimos realidad un sueño y por una noche la visceral Carmen fue Doña Hortensia, la María se convirtió en Consuelito, Don José Testón en Cleofás y Antonio Laguna en Lorenzo, con el paso breve por la escena de Rafael Gracia convertido en Don Genaro. De las luces, que eran pocas, como cada vez y siempre, estuvo pendiente quien esto escribe e hizo de apuntador, a quien perdido se encontraba, desde la concha del maltrecho teatro,un actor en ciernes llamado Gregorio Márquez, (… ¡qué coño!, El Pavo), mientras los muebles y aparejos de la obra fueron prestados por Domingo Lozano.
Acabado el día de
tan celebrado estreno y saboreadas, en olor de multitudes, las exquisitas
mieles del éxito, cual no debió ser nuestro asombro cuando por calles, bares,
tascas y tabernas los pobladores y conocidos del lugar nos felicitaban efusivos
estrechándonos la mano, dándonos desaforados besos o abrazándonos con
inusitadas energías, haciéndonos sentir, como digo yo que deben sentirse,
estrellas tan celebradas como lo son, allá por Hollywood, Robert de Niro, Al
Pacino, o incluso la extinta y tristemente desaparecida Marilyn Monroe.
Al éxito
sobrevenido se le añadió el pensar, con acierto, que al asunto de la farándula
se le podían sacar sus buenos cuartos y es por ello que con premura hubimos de
buscar modos y maneras de darnos a conocer en los pueblos y aldeas aledaños o
en circuitos teatrales, invirtiendo, acertadamente una vez más, los cuatro duros
ganados en un escenario, ¡metálico y desmontable!, que tenía por paredes
sabanas de muselina y como puertas dos planchas enmarcadas de cartón piedra.
Así, de esta
guisa, arribamos en el lejano pueblo, allá por los límites de la provincia en
el este, de Villanueva de la Fuente, donde por no llevar, ni llevamos escalera
en la que subirnos a montar luces, telas y demás aparejos, dado lo cual
decidimos, apelando a la hospitalidad de los lugareños, ir a pedir un
caballete, que es como comúnmente denominamos en el pueblo a las escaleras
abatibles por ambos lados, a la primera vecina que nos salió al paso, que
solícita y amable nos encaminó a su casa y nos subió “pal” piso de arriba,
donde guardaba entre trastos y armatostes, el caballo de cartón en que le dio
las primeras papillas a su primogénito hijo. Deshecho el malentendido y
agradecidos de igual modo, dimos paso a la actuación en la plaza del municipio
con poca asistencia de personal, lo que nos vino a dar a entender y a
vislumbrar con claridad, que con nosotros el sabio refranero se equivocaba
puesto que éramos y de qué modo profetas en nuestro amado terruño.
La siguiente etapa estuvo situada en el manchego pueblo de Abenójar, donde dice el dicho, que el escribidor no tiene por cierto, que toda la que no es p…., es coja. Perdónenme los hijos del lugar que estas escuetas palabras pudieran leer, si ofendidos se sienten por lo que de ofensa pueda tener esta apreciación, pero bien saben, aunque sea una falacia, que nuestro rico refranero recoge este dicho que dicho queda. Fue la plaza de la villa, una vez más, el lugar escogido por las autoridades para la representación de la comedia y allí conocimos a la Enriqueta, encargada del añejo teleclub donde las gentes del pueblo observaban pasar la vida y madura solterona que dejó encandilado, sin más, a nuestro director Jaíto, que por primera vez, en ese menester era maestro de sutil hacer, no hubo de negociar el precio de la actuación, que venía de antemano establecido, más si consiguió que la intendencia y el avituallamiento traducido en chorizos, morcillas, platos de jamón, queso y productos varios del lugar, regados con su correspondiente tintorro nos saliesen gratis o de cuello, como solemos decir por estos pagos.
La representación estuvo jalonada por los efectos
que causaron los efluvios etílicos de uno de los actores en escena, a quien la
dosis de whisky ingerido de antemano hizo dar algún traspié tambaleándose y
haciendo caer la percha que llena estaba de ropajes y utensilios, mandando la
estantería en que depositados estaban los productos peluqueros, mismamente a
donde se fue a parar el carro del Bizco, (o lo que es igual, a tomar por…).
El siguiente hecho reseñable, observen los
apreciados lectores, que para ser el principio de la historia y teniendo el
recuerdo vano, no faltan asuntos que contar, fue la actuación que nuestro representante “El
Barbas”, con la ayuda inestimable, una vez más, de Jaito, hubieron de contratar
con el Ayuntamiento para actuar en un circo que anclado estaba, por ser las
fiestas del lugar, en el real de la feria. Quedó todo convenido, para un
domingo a las doce de la mañana, con la salvedad de que el montaje de los
trastos escénicos debía hacerse, con brevedad y premura, un rato antes de la
actuación, para no alterar la placidez del sueño de las famélicas fieras que en
sus jaulas se encontraban. Imagínense amigos, un día de agosto,
frisándose el mediodía y bajo la lona del circo, la temperatura que tener
tenía el lugar en cuestión y podrán imaginar con acierto y prontitud, que
sofocos, jadeos, opresiones y ahogos se apoderaron de nuestro ser, poco
acostumbrado a tan circenses condiciones de vida, dejando plantado al ruinoso
empresario en cuestión y volviendo sobre nuestros pasos a la casa de Acción
Católica , donde dio comienzo la función cuando el reloj se acercaba a la una
de la tarde, entre añoranzas de un gazpacho y una buena pipirrana, regados con
vino tinto de la bodega de los Moruscos.
Levantado queda el telón, para la próxima, que es
y será el multitudinario estreno de La Casa de las Chivas, pero esa es otra
historia, otra fábula alejada de la ficción.